Sirenas

Joseph Knox

Fragmento

cap-1

 

Después de aquello volví al turno de noche. Ya no se fiaban de darme un trabajo de día. Me pasaba el rato atendiendo llamadas de emergencia a las cuatro de la madrugada, subiendo y bajando escaleras mecánicas inmóviles e intentando no pensar. En otro tiempo se me daba bastante bien. Casi no pude creérmelo cuando, unos meses después, vi que mi aliento humeaba en el aire: noviembre otra vez.

—Está cayendo mierda —dijo Sutty, negándose a salir del coche.

A veces era granizo, a veces nieve fangosa. Esa noche de la que hablo llovía a mares, una cortina de agua visible a la luz de las farolas, limpiando las calles. Falta les hacía. Mi socio me pasó el periódico que tenía en la mano y me apeé sosteniéndolo sobre la cabeza a modo de paraguas.

Habíamos recibido una llamada del encargado de una tienda de artículos de segunda mano. Miré cómo movía la boca. Pretendía que sacáramos del portal a unos sintecho que se habían guarecido allí. No lo entendí muy bien, claro que tampoco le prestaba demasiada atención. Los pelos que le asomaban de la nariz eran muy negros y apelmazados, un principio de bigote hitleriano. Miré a la pareja, hombre y mujer, que dormitaba en el umbral y le dije al encargado que nos estaba haciendo perder el tiempo. Luego volví a mojarme hasta llegar al coche.

Una vez dentro le pasé a Sutty el periódico empapado, como castigo por no acompañarme. Él me lanzó una miradita y luego desvió la vista hacia el periódico doblado.

—¿Has leído esto? —dijo, señalando la página y mirándome para calibrar mi reacción—. Esa no es manera de morir, qué quieres que te diga.

El agua había dejado la foto medio borrosa, y el texto también, pero identifiqué a la chica enseguida. La había conocido el año anterior, junto a otras dos. En el ladillo ponía que había muerto a los veintitrés años, o sea que yo la había conocido con veintidós. Contemplé la noche de noviembre por la ventanilla. Ella fue la última de las tres. Sutty se inclinó hacia mí y carraspeó con tos de camposanto.

—Oye, en serio —dijo—, ¿qué pasó en realidad?

Le miré fijamente.

—No es a mí a quien deberías preguntar.

Yo solo sabía cómo había empezado todo, un año atrás. Que había recibido tres strikes, y los muchos motivos por los que no pude negarme. No podría haber explicado nada sobre las chicas, las mujeres, que pasaron fugazmente por mi vida; que la cambiaron fugazmente. Él no habría entendido sus risas ni su indignación ni sus secretos. Me pasé el resto de la noche observando a los transeúntes, las chicas, las mujeres, y fue como si pudiera ver todo lo que no iban a poder vivir.

Llegué a casa de amanecida, me preparé una copa y me senté. Estuve toqueteando un rato el dial de la radio hasta que me harté de moverlo. Releí el periódico y me puse a pensar seriamente por primera vez en meses.

«Me estás matando», había dicho ella.

¿Qué había pasado, realmente?

cap-1

I

PLACERES DESCONOCIDOS

cap-2

1

Aquella pareja joven cambió de acera para evitarme, y oí un tintineo de monedas en el bolsillo de alguien.

Una calle que ves cada día puede resultar poco familiar si estás tendido boca abajo en el suelo, y yo tardé cosa de un minuto en entender dónde me encontraba. El asfalto estaba helado. Una niebla a ras de suelo empañaba la visión, nada podía atravesarla sin salir convertido en algo ligeramente diferente. La ciudad entera parecía otra y la noche del viernes había perdido todo su brillo.

Tenía el brazo izquierdo entumecido. Me volví hacia el otro lado para mirar la hora. La esfera de mi reloj estaba hecha añicos. Suponiendo que se hubiera parado al dar yo contra el suelo, y que eso hubiera ocurrido hacía solo unos minutos, me quedaba una hora todavía. Podía ir a casa a ponerme ropa seca y llegar al bar con tiempo de sobra para presenciar la entrega. Apoyándome en una pared, logré ponerme de pie. Me dolía la cara y sentía como si se me hubiera soltado algo dentro del cerebro, algo que traqueteaba de un lado al otro de mi cráneo borrando números pin y nombres de amigos de la infancia.

Vi cómo la pareja se perdía entre la niebla. A pesar de las redes sociales, las cámaras de vigilancia y el Estado, seguimos viviendo en un mundo en el que, si quieres, puedes desaparecer. Incluso aunque no quieras. Hacía cosa de un mes que se había filtrado la historia.

Un mes desde que yo estaba desaparecido.

Me palpé la nuca, allí donde alguien me había golpeado con fuerza. Aún llevaba la cartera en el bolsillo, de modo que no había sido un atraco. Había sido una advertencia. No vi a nadie en las inmediaciones, pero notaba que me estaban observando.

La calle se bamboleó y tuve que agarrarme al poste de una farola. Cuando eché a andar, recorrí trechos largos con los ojos cerrados, sin pensar siquiera en que podía tropezar con algo.

Al doblar una esquina, vi que estaba en Back Piccadilly; reconocí al instante sus viejísimos edificios de ladrillo rojo por las escaleras de incendios exteriores. Entre ellos pasa un callejón cuya travesía se hace claustrofóbica. La lluvia había captado la luz de la luna y empecé a quitarme de encima la nostalgia y todo lo demás. Al final del callejón había un bar de los que no cerraban; en otra vida yo había pasado allí unos cuantos ratos. Hacía años que no entraba, y la ciudad había cambiado tanto que supe que no encontraría ninguna cara conocida.

Solo me había adentrado unos pasos en el callejón cuando oí que un coche arrancaba a mi espalda: el gruñido del motor flexionando sus músculos antes de adoptar un ronroneo estable. El pasadizo se inundó de luz y una silueta encorvada se extendió ante mis pies.

Me sorprendió su delgadez.

Volví la cabeza hacia unos faros cegadores; el coche permanecía en la boca del callejón, el motor al ralentí. «Aquí no hay nada que ver.» Seguí caminando. Estaba a mitad de camino cuando el haz de luz se movió: habían empezado a seguirme.

Oí el aumento de las revoluciones. El coche se fue acercando. Ahora me parecía tenerlo a solo dos o tres palmos de mí, y supe entonces que en realidad yo no había llegado a desaparecer. Notaba los faros quemándome la espalda. No quería volverme y mirar al conductor entre los dos haces de luz. Tenía miedo de quién pudiera ser.

Me pegué a la pared con el fin de dejarlos pasar. El coche se quedó donde estaba unos segundos. Distinguí, pese al resplandor, que era un BMW, todo negro y cromados. Podía notar la noche en mis pulmones. La sangre, recorriendo cantarina mis venas. La luna de una ventanilla descendió, pero no pude ver nada en el interior.

—¿Inspector de policía Waits? —dijo una voz de hombre.

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