Seis Cuatro

Hideo Yokoyama

Fragmento

Capítulo 1

1

Los copos de nieve danzaban en la penumbra del anochecer.

Tenía las piernas tan entumecidas que le costó bajar del taxi. En la entrada de la comisaría los esperaba un miembro de la policía científica cobijado en el abrigo reglamentario. Éste los condujo al interior. Cruzaron el despacho donde trabajaban los agentes de guardia y por un pasillo apenas iluminado llegaron a una puerta que daba al aparcamiento para el personal.

Al fondo del recinto se alzaba la morgue, un edificio aislado sin ventanas y con tejado de zinc. El ronroneo del extractor le reveló que dentro había un cadáver. El agente de la científica abrió con llave y se apartó indicándoles con la mirada que esperaría fuera como muestra de respeto.

«No me he acordado de rezar...»

Yoshinobu Mikami abrió la puerta. Las bisagras chirriaron, sus ojos y su olfato registraron de inmediato la presencia de cresol. A través del abrigo sintió en su codo la presión de los dedos de Minako. El techo arrojaba una luz de neón; la mesa de autopsias, que le llegaba a la cintura, estaba cubierta de vinilo azul. Sobre ella se reconocía una forma humana bajo una sábana blanca. Su incierto tamaño, menor que el de un adulto, pero a todas luces mayor que el de un niño, estremeció a Mikami.

Ayumi...

Se tragó el nombre temiendo que, por el mero hecho de pronunciarlo, pudiera convertir aquel cuerpo en el de su hija.

Empezó a retirar la tela blanca.

Pelo, frente, ojos cerrados... Nariz, labios... Mentón...

La cara lívida de una chica muerta apareció ante sus ojos. A partir de ese momento, el aire helado de la morgue pareció circular de nuevo. Minako apoyó la frente en su hombro. Sus dedos ya no se le clavaban en el codo con la misma fuerza.

Mikami respiró desde lo más profundo de su ser dejando que la mirada se le perdiera en el techo de zinc. No hacía falta prolongar el examen. Habían tardado cuatro horas en llegar desde la prefectura D (primero en tren bala y luego en taxi), pero la identificación duró apenas unos segundos. Una chica ahogada, posible suicidio. Salieron sin pérdida de tiempo cuando recibieron la llamada. La joven, según les dijeron, fue encontrada en un lago poco después del mediodía.

Su pelo castaño aún estaba húmedo. Tenía unos quince o dieciséis años, quizá algo más. No había estado mucho tiempo en el agua, su cuerpo aún no había empezado a hincharse. El delicado perfil de su frente y sus mejillas se mantenía intacto al igual que sus labios infantiles, como si aún viviera.

¡Qué amarga ironía! Su hija siempre había ansiado tener unos rasgos tan finos como aquéllos. Aunque ya habían pasado tres meses, Mikami aún era incapaz de recordar la escena con serenidad.

Arriba, en el cuarto de Ayumi, se oyó un ruido y luego unos golpes frenéticos, como si alguien intentara hundir el suelo. El espejo estaba hecho pedazos. Sentada en un rincón, con la luz apagada, Ayumi se daba puñetazos en el rostro, se lo dañaba, quería destrozárselo: «Odio esta cara. Me quiero morir.»

Mikami juntó las manos frente a la chica muerta. Aquella joven también tenía padres, padres que se verían obligados a ir hasta allí esa misma noche, tal vez al día siguiente, y que deberían asumir la horrible realidad.

—Vámonos.

Habló con voz ronca, como si tuviera la garganta seca.

Minako parecía ausente, ni siquiera hizo el esfuerzo de asentir. Sus pupilas dilatadas eran como cuentas de cristal, vacías de cualquier pensamiento o emoción. La experiencia no era nueva para ninguno de los dos. En los últimos tres meses ya habían visto dos cadáveres de adolescentes.

La nieve se había convertido en una llovizna helada. Tres siluetas los esperaban en la oscuridad del aparcamiento exhalando un vaho blanquecino.

—Un verdadero alivio, comisario Mikami.

El capitán, un hombre de piel clara y semblante afable, sonrió indeciso al tenderle su tarjeta. Aunque no estaba de servicio, iba de uniforme, al igual que sus acompañantes, el director y el jefe local de Investigaciones Criminales. Mikami comprendió que ese gesto indumentario era una muestra de respeto ante la posibilidad de que hubiese identificado a la muchacha como su hija.

Hizo una profunda reverencia.

—Gracias por avisarme tan deprisa.

—No hay de qué. Al fin y al cabo, todos somos policías, ¿no? —El capitán les cedió el paso y, sin más preámbulos, señaló hacia el edificio—. Pasen, así entrarán un poco en calor. Les sentará bien.

Mikami notó un tirón en la parte trasera del abrigo y, al volverse, advirtió una mirada de súplica en Minako. Quería marcharse lo antes posible. Él también.

—Muy amable por su parte, pero no podemos quedarnos. Tenemos que coger el tren —se excusó Mikami dándole su tarjeta al capitán.

—No, no, es mejor que se queden. Ya hemos reservado una habitación para ustedes en el hotel.

—Le estamos muy agradecidos por sus atenciones, pero tenemos que irnos, de verdad. Mañana trabajo.

Al oírlo, el capitán bajó la vista hacia la tarjeta que tenía en las manos.

COMISARIO YOSHINOBU MIKAMI

Jefe de prensa

Inspector del Departamento de Asuntos Administrativos,

División de Personal

Jefatura de Policía, prefectura D

Levantó la cabeza suspirando.

—Debe de ser duro tratar con la prensa.

—A veces —respondió Mikami evasivo.

Recordó las caras belicosas de los reporteros que había dejado en la sala de prensa. La notificación telefónica sobre la chica ahogada llegó en medio de un acalorado debate sobre el formato de los comunicados. Mikami se levantó y se fue sin dar explicaciones, lo que provocó las iras de los reporteros, que no estaban al corriente de su situación familiar: «¡No hemos acabado! ¿Qué hace, Mikami? ¿Está huyendo?»

—¿Lleva mucho tiempo en Relaciones con los Medios? —preguntó el capitán intentando mostrarse solidario.

En las comisarías centrales de distrito, las relaciones con la prensa las llevaba el capitán adjunto o el subdirector, mientras que en las regionales, más pequeñas, era el propio capitán quien se ponía en la línea de fuego.

—Sólo desde la primavera, aunque ya había estado antes, hace mucho.

—¿Siempre ha trabajado en Asuntos Administrativos?

—No, fui inspector en la Segunda División de Investigaciones Criminales durante varios años.

Aún se sentía orgulloso después de tanto tiempo.

El capitán asintió dubitativo. Probablemente nunca había visto otros casos de investigadores convertidos en jefes de prensa, ni siquiera en las comisarías regionales.

—Me imagino que, con su experiencia como investigador, la prensa le hará caso.

—Bueno, eso querría yo.

—La verdad es que aquí resulta más problemático. Hay algunos... periodistas... que escriben lo que les da la gana, sea verdad o no.

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