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DEDICATORIA
LEMA
1996
QUINCE AÑOS DESPUÉS
1. CAJAS
2. DA MUCHA HAMBRE
3. ESTOY AQUÍ
4. IRIS
5. UN MILLÓN DE CIUDADES
6. LOS AMANTES NO VEN
7. EL ELOGIO DE LA SOMBRA
8. MIEL
9. GÁLATAS 6:9
10. UN TIBURÓN BLANCO
11. EL REMOLINO
12. NARANJA
13. MANCHA NEGRA
14. MONTONES DE PAPEL
15. JUEGOS
16. OTROS LUGARES
17. FAVORES
18. APARECIÓ EN EL MAR
19. SI ES QUE SE TRATA DE UN HOMBRE
20. UN PROMONTORIO SOLITARIO
21. ES EL TRABAJO, TENGO MUCHO TRABAJO
22. MUERTE ACCIDENTAL
23. UNA PARTIDA DE AJEDREZ EN LA OSCURIDAD
24. UNA BUENA METÁFORA
25. SI QUIERES SABER CUÁNTO TE QUIERO
26. CARNE EN MOVIMIENTO, NADA MÁS
27. QUE LA OTRA VIDA COMPENSE ÉSTA
28. IRREGULARIDADES
29. KÉTCHUP
30. EL MISMO DEMONIO
31. NUBES CON FORMA DE ELEFANTE
32. PERSONAS QUE BUSCAN LA VERDAD
33. DIOS NUNCA TIENE PRISA
34. A PUNTO
35. PRESENTACIONES
36. SOLOS. JUNTOS
37. CUANDO UN CIERVO OYE UN DISPARO
38. LA NUEVA VÍA
39. LA LUZ AZUL DE YOKOHAMA
40. PABELLONES DEL SOL
NOTA DEL AUTOR. LA HISTORIA DE LA HISTORIA DE LA LUZ AZUL DE YOKOHAMA
AGRADECIMIENTOS
CRÉDITOS
A mi madre, a Lela. Hasta el cielo de la calle
A los pies del faro, reina la oscuridad.
PROVERBIO
1996
La cabina partió hacia el ocaso con el último pasaje de turistas. Esa tarde cálida, el funicular se elevó sobre la bahía y el litoral que se extendía a sus pies. Al este, Hideo Akashi vio las dársenas del puerto mugriento: estaban cargando microchips, pescado y lejía en camiones cuyo destino era la ciudad. El hambre de las urbes de Japón era insaciable.
Akashi se volvió hacia Yumi, su esposa, que tenía los ojos cerrados y escondía los labios entre los dientes. Él le tomó la mano y le dio un leve apretón.
—No me gustan las alturas —susurró ella.
—Ya lo sé. Enseguida llegamos.
A su alrededor, unos turistas mayores se admiraban ante el panorama. Una pareja de recién casados se hacía fotografías. El revisor iba recitando con alegría un dato tras otro sobre la altura a la que viajaban y la ciudad que sobrevolaban. Akashi besó el hombro pecoso de Yumi y, al hacerlo, vio a la mujer. Estaba sentada en la parte trasera, sola y en silencio. La ropa roñosa que llevaba era demasiado gruesa para la época del año y ella no prestaba atención a las vistas ni hacía fotos. Se limitaba a mirar al suelo. Tenía a una niña cerca que tal vez fuese su hija, pero sus ademanes no eran nada maternales. Su rostro demacrado tenía un gesto apático que enervaba y fascinaba a Akashi. Debajo de aquella fachada juvenil, se intuía una cualidad que le impedía apartar la mirada.
—Hideo —susurró Yumi.
—Dime.
—Me haces daño en la mano.
—Ay, perdona.
Akashi se obligó a mirar hacia otro lado y cogió la cámara. Dio un paso atrás y encuadró el rostro de su esposa. Yumi le sonrió con los ojos entornados por la puesta de sol.
Clic.
Estaba a punto de hacer otra foto cuando se distrajo. Algo ocurría al fondo de la cabina, algo malo. El revisor tendía las manos enguantadas de blanco con actitud suplicante.
—Señora, por favor, apártese de la puerta.
Delante de él estaba la mujer vestida con ropa de abrigo.
Se oyó un ruido sordo.
Después, un líquido salpicó el suelo, y la mujer alzó una mano delicada, brillante de sangre hasta la muñeca. Sostenía un cuchillo en alto y, a sus pies, el revisor se retorcía gimoteando como un bebé. Temblorosa, dirigió el arma hacia los pasajeros. Y le clavó la mirada a Akashi.
—Aléjate de mí.
Los presentes se apartaron y se amontonaron a un lado de la cabina; parecían un rebaño asustado. La mujer se limpió la sangre en el abrigo y, al hacerlo, pintó figuras rojas en la tela con la palma y el dorso de la mano. Con el mango del cuchillo rompió el panel de vidrio del botón de parada de emergencia; los cables crujieron, luego chirriaron y, al final, la cabina se detuvo con una sacudida. El sol se ponía en el oeste, que se tragó el día para siempre.
El sistema de megafonía emitió un mensaje automático.
Damas y caballeros, hemos detectado un leve fallo técnico. Por favor, mantengan la calma. Hemos avisado a los ingenieros. Para su seguridad, permanezcan en la cabina.
Se hizo un silencio frágil. El revisor ya no articulaba ningún sonido, había palidecido. La mujer pasó por encima de su cadáver y se plantó delante de la puerta. Cerró los ojos, se aferró a la palanca y tomó aire. El instinto de Hideo Akashi emergió por fin. Yumi intentó agarrarlo, pero llegó tarde; él luchaba ya por abrirse paso entre los torsos.
—¡Policía! ¡Apártense!
La mujer tiró de la palanca, las puertas se abrieron de golpe y una corriente de aire ensordecedora irrumpió con rabia en la cabina. Akashi se acercó a ella a trompicones, con la sensación de que le temblaban las rodillas. Tenía demasiada saliva en la boca y estaba muy saturado para pensar. La mujer se quitó los zapatos, lanzó la chaqueta y dijo algo que Akashi no alcanzó a entender por culpa del viento. Él apartó a la niña de un empujón y estiró el brazo.
Entonces la mujer desapareció.
Un instante de silencio.
Sin esa oleada de imágenes de toda una vida, sólo silencio.
Akashi sacó el brazo de la cabina y la atrapó por la muñeca. Cuando el peso lo derribó, sintió un dolor abrumador. La sensación le llegó antes de darse cuenta de lo que ocurría. Sujetaba a la mujer sobre el abismo por la mano ensangrentada mientras a ella le revoloteaba el pelo alrededor de la cara. El vacío bostezaba ante ellos, azul e infinito.
La joven levantó la cabeza y parpadeó. Abrió la boca y de dentro cayeron unas palabras frágiles: las últimas gotas de un grifo que se cierra.
—Veo nubes con forma de elefante...
Akashi bramó, pero sus músculos no aguantaban. Se le acumulaba la bilis en la garga