La luz azul de Yokohama

Nicolas Obregon

Fragmento

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CONTENIDO

PORTADA

CONTENIDO

DEDICATORIA

LEMA

1996

QUINCE AÑOS DESPUÉS

1. CAJAS

2. DA MUCHA HAMBRE

3. ESTOY AQUÍ

4. IRIS

5. UN MILLÓN DE CIUDADES

6. LOS AMANTES NO VEN

7. EL ELOGIO DE LA SOMBRA

8. MIEL

9. GÁLATAS 6:9

10. UN TIBURÓN BLANCO

11. EL REMOLINO

12. NARANJA

13. MANCHA NEGRA

14. MONTONES DE PAPEL

15. JUEGOS

16. OTROS LUGARES

17. FAVORES

18. APARECIÓ EN EL MAR

19. SI ES QUE SE TRATA DE UN HOMBRE

20. UN PROMONTORIO SOLITARIO

21. ES EL TRABAJO, TENGO MUCHO TRABAJO

22. MUERTE ACCIDENTAL

23. UNA PARTIDA DE AJEDREZ EN LA OSCURIDAD

24. UNA BUENA METÁFORA

25. SI QUIERES SABER CUÁNTO TE QUIERO

26. CARNE EN MOVIMIENTO, NADA MÁS

27. QUE LA OTRA VIDA COMPENSE ÉSTA

28. IRREGULARIDADES

29. KÉTCHUP

30. EL MISMO DEMONIO

31. NUBES CON FORMA DE ELEFANTE

32. PERSONAS QUE BUSCAN LA VERDAD

33. DIOS NUNCA TIENE PRISA

34. A PUNTO

35. PRESENTACIONES

36. SOLOS. JUNTOS

37. CUANDO UN CIERVO OYE UN DISPARO

38. LA NUEVA VÍA

39. LA LUZ AZUL DE YOKOHAMA

40. PABELLONES DEL SOL

NOTA DEL AUTOR. LA HISTORIA DE LA HISTORIA DE LA LUZ AZUL DE YOKOHAMA

AGRADECIMIENTOS

CRÉDITOS

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A mi madre, a Lela. Hasta el cielo de la calle

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A los pies del faro, reina la oscuridad.

PROVERBIO

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1996

La cabina partió hacia el ocaso con el último pasaje de turistas. Esa tarde cálida, el funicular se elevó sobre la bahía y el litoral que se extendía a sus pies. Al este, Hideo Akashi vio las dársenas del puerto mugriento: estaban cargando microchips, pescado y lejía en camiones cuyo destino era la ciudad. El hambre de las urbes de Japón era insaciable.

Akashi se volvió hacia Yumi, su esposa, que tenía los ojos cerrados y escondía los labios entre los dientes. Él le tomó la mano y le dio un leve apretón.

—No me gustan las alturas —susurró ella.

—Ya lo sé. Enseguida llegamos.

A su alrededor, unos turistas mayores se admiraban ante el panorama. Una pareja de recién casados se hacía fotografías. El revisor iba recitando con alegría un dato tras otro sobre la altura a la que viajaban y la ciudad que sobrevolaban. Akashi besó el hombro pecoso de Yumi y, al hacerlo, vio a la mujer. Estaba sentada en la parte trasera, sola y en silencio. La ropa roñosa que llevaba era demasiado gruesa para la época del año y ella no prestaba atención a las vistas ni hacía fotos. Se limitaba a mirar al suelo. Tenía a una niña cerca que tal vez fuese su hija, pero sus ademanes no eran nada maternales. Su rostro demacrado tenía un gesto apático que enervaba y fascinaba a Akashi. Debajo de aquella fachada juvenil, se intuía una cualidad que le impedía apartar la mirada.

—Hideo —susurró Yumi.

—Dime.

—Me haces daño en la mano.

—Ay, perdona.

Akashi se obligó a mirar hacia otro lado y cogió la cámara. Dio un paso atrás y encuadró el rostro de su esposa. Yumi le sonrió con los ojos entornados por la puesta de sol.

Clic.

Estaba a punto de hacer otra foto cuando se distrajo. Algo ocurría al fondo de la cabina, algo malo. El revisor tendía las manos enguantadas de blanco con actitud suplicante.

—Señora, por favor, apártese de la puerta.

Delante de él estaba la mujer vestida con ropa de abrigo.

Se oyó un ruido sordo.

Después, un líquido salpicó el suelo, y la mujer alzó una mano delicada, brillante de sangre hasta la muñeca. Sostenía un cuchillo en alto y, a sus pies, el revisor se retorcía gimoteando como un bebé. Temblorosa, dirigió el arma hacia los pasajeros. Y le clavó la mirada a Akashi.

—Aléjate de mí.

Los presentes se apartaron y se amontonaron a un lado de la cabina; parecían un rebaño asustado. La mujer se limpió la sangre en el abrigo y, al hacerlo, pintó figuras rojas en la tela con la palma y el dorso de la mano. Con el mango del cuchillo rompió el panel de vidrio del botón de parada de emergencia; los cables crujieron, luego chirriaron y, al final, la cabina se detuvo con una sacudida. El sol se ponía en el oeste, que se tragó el día para siempre.

El sistema de megafonía emitió un mensaje automático.

Damas y caballeros, hemos detectado un leve fallo técnico. Por favor, mantengan la calma. Hemos avisado a los ingenieros. Para su seguridad, permanezcan en la cabina.

Se hizo un silencio frágil. El revisor ya no articulaba ningún sonido, había palidecido. La mujer pasó por encima de su cadáver y se plantó delante de la puerta. Cerró los ojos, se aferró a la palanca y tomó aire. El instinto de Hideo Akashi emergió por fin. Yumi intentó agarrarlo, pero llegó tarde; él luchaba ya por abrirse paso entre los torsos.

—¡Policía! ¡Apártense!

La mujer tiró de la palanca, las puertas se abrieron de golpe y una corriente de aire ensordecedora irrumpió con rabia en la cabina. Akashi se acercó a ella a trompicones, con la sensación de que le temblaban las rodillas. Tenía demasiada saliva en la boca y estaba muy saturado para pensar. La mujer se quitó los zapatos, lanzó la chaqueta y dijo algo que Akashi no alcanzó a entender por culpa del viento. Él apartó a la niña de un empujón y estiró el brazo.

Entonces la mujer desapareció.

Un instante de silencio.

Sin esa oleada de imágenes de toda una vida, sólo silencio.

Akashi sacó el brazo de la cabina y la atrapó por la muñeca. Cuando el peso lo derribó, sintió un dolor abrumador. La sensación le llegó antes de darse cuenta de lo que ocurría. Sujetaba a la mujer sobre el abismo por la mano ensangrentada mientras a ella le revoloteaba el pelo alrededor de la cara. El vacío bostezaba ante ellos, azul e infinito.

La joven levantó la cabeza y parpadeó. Abrió la boca y de dentro cayeron unas palabras frágiles: las últimas gotas de un grifo que se cierra.

—Veo nubes con forma de elefante...

Akashi bramó, pero sus músculos no aguantaban. Se le acumulaba la bilis en la garga

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