Verhoeven

Pierre Lemaitre

Fragmento

libro-3

Prólogo

Por Pierre Lemaitre

Si hay una clase de novelas sobre las que no se puede revelar prácticamente nada sin estropear la lectura, esas son precisamente las policiacas. No lo consiguen ni los especialistas del eslalon. Y la metáfora me viene como anillo al dedo: siempre he comparado la escritura de novelas policiacas con esa disciplina. Es un género en el que existen si cabe más reglas que en el resto: si no hay suspense, misterio, sorpresas, giros inesperados, pistas falsas, indicios que se van descubriendo, varios sospechosos y otros ingredientes, es poco probable que la novela sea considerada una «auténtica» policiaca. Y para más inri, como se han escrito centenares de miles desde que el género existe, hay que realizar un sinfín de acrobacias para conseguir ser un poco original. Así que todas esas obligaciones literarias se convierten en las puertas de una pista de eslalon que hay que sortear sin fallo. Lo ideal (iba a decir lo más elegante) sería por supuesto que la última puerta coincidiese con la última frase del libro.

Es lo que quise hacer con Irène. En ese caso, la acrobacia consistía en hacer creer al lector que estaba leyendo una historia cuando en realidad estaba leyendo otra.

En Alex intenté jugar con la simpatía hacia el personaje principal y la identificación con él como motor del thriller.

En Camille traté de describir la acción según el punto de vista de un protagonista al que nadie conoce.

Si me hubiese limitado a eso no sería más que un acróbata. Ya habría sido bastante, pero yo quería ser novelista. Y, en mi opinión, la primera virtud de una novela es crear emociones. Positivas o negativas (odio, afecto, pasión, resentimiento, compasión, qué más da), pero emociones (y fuertes, a ser posible). Sin ellas una novela, por muy bien construida que esté, no es más que un ejercicio de estilo. ¿Hay algún lector que se haya sentido conmovido por un personaje de Agatha Christie o de Conan Doyle? Esos autores pueden fascinar, intrigar, divertir, pero difícilmente emocionar.

Espero pues que esta Trilogía Verhoeven sirva para algo más que para entretener.

El nexo de estas tres historias es Camille Verhoeven.

Como mi intención era que ese personaje viese la realidad desde un punto de vista poco habitual, hice que fuera extremadamente bajo (un metro cuarenta y cinco): contempla el mundo en contrapicado. Quería que pensase de forma algo distinta a los demás, así que hice de él un dibujante, con una parte de su cerebro concentrada en su mano. Por último, como mi primera novela era un homenaje a la literatura policiaca y estoy influido por algunos de sus autores, pensé en matar dos pájaros de un tiro: dado que la pintura flamenca, por su atención al detalle, su gusto por los fondos perfectos y sus turbadoras perspectivas, siempre ha sido un modelo para mi estilo, quise dar a mi personaje un apellido holandés.

Camille Verhoeven y yo nos entendimos a la perfección desde el principio, pero como salió bastante dañado de Irène me pareció poco razonable ofrecerle otra aventura. Se hubiera negado y, francamente, no habría podido reprochárselo (tengo fama, bastante justificada, de portarme mal con mis personajes).

Mis siguientes obras fueron novelas negras sin investigador (¡hasta nunca!), pero en Alex necesitaba uno. Y me acordé de Camille. Las negociaciones fueron tensas, pero al final llegamos a un acuerdo. Aceptó mi propuesta porque su carrera se estancaba (seguía siendo comandante en la Brigada Criminal), y de este modo ascendía desde el punto de vista literario ya que la trilogía cuenta la historia de un hombre a través de tres historias de mujer: Irène, Alex y Anne. No me lo ha dicho, pero supongo que a Camille, que nunca ha sido protagonista de su propia vida, le pareció divertido convertirse en el de una trilogía novelesca.

Queda Rosy & John, de la que todavía no he hablado.

La editorial SmartNovel me propuso escribir un folletín para smartphone. Las condiciones eran duras: los episodios no debían sobrepasar las tres páginas de una pantalla normal, es decir, el tiempo medio que pasa un parisino en el metro entre dos trasbordos. El editor conocía mi pasión por el folletín decimonónico y por Alexandre Dumas, y sabía que no podría resistirme. Así que me lancé a la aventura y propuse a Camille que retomase el servicio. Hubo que negociar de nuevo (ya saben ustedes que este tipo es un poco hipócrita) pero Camille aceptó mi propuesta. El texto se tituló entonces Les Grands Moyens.

Esa historia, ya liberada afortunadamente de las exigencias draconianas de la edición digital original, se convirtió en Rosy & John cuando fue publicada por Le Livre de Poche con ocasión de su sexagésimo aniversario. Cronológicamente va situada entre Alex y Camille.

Así que tenemos una trilogía en cuatro volúmenes.

Evidentemente, podría considerarse un homenaje a los Tres mosqueteros (también ellos eran cuatro) pero, como no se me ocurre ponerme a la altura de mi maestro, digamos que esta novela suplementaria es tan breve que podríamos dejarlo, con todo respeto, en una trilogía… de tres volúmenes y medio.

PIERRE LEMAITRE

libro-4

Irène

Traducción de Juan Carlos Durán Romero

libro-5

A Pascaline

A mi padre

libro-6

El escritor es una persona que encadena citas quitando las comillas.

ROLAND BARTHES

libro-7

Primera parte

libro-8

Lunes, 7 de abril de 2003

1.

—Alice… —dijo mirando lo que cualquiera, excepto él, habría considerado una chica.

Había pronunciado su nombre para ganarse su complicidad, pero no había conseguido que aquello surtiera el menor efecto. Bajó la mirada hacia las notas a vuela pluma que había tomado Armand durante el primer interro

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