El Rey (Colomba y Dante 3)

Sandrone Dazieri

Fragmento

libro-4

Antes

Colomba se agachó sobre Giltiné y verificó su muerte, mientras que Dante se volvió enfurecido hacia Leo.

—No era necesario. ¡No era necesario, joder!

Leo colocó un cargador nuevo, luego se acercó a Colomba.

—¿Está muerta?

—Sí —«Dios, qué pequeña es», pensó Colomba. No debía de pesar más de cuarenta kilos—. ¿Qué ha sido esa explosión, Dante?

—Un viejo amigo de Giltiné, que trataba de asegurarle una vía de escape.

—Y por poco lo consigue —dijo Leo, aferrando el cuchillo que Giltiné había abandonado.

—Leo, cuidado, estás contaminando las pruebas —dijo Colomba.

—Qué negligente.

Algo en la forma en que lo dijo le hizo sentir un escalofrío a Dante.

—¡No la toques! —gritó.

Pero ya era demasiado tarde: Leo le había clavado a Colomba el cuchillo en el vientre y lo había girado para abrirle la herida.

Colomba sintió como si su estómago se convirtiera en hielo y cayó de rodillas, soltando la pistola, mientras la sangre le llenaba las manos. Vio cómo Leo tiraba a Dante al suelo de un puñetazo, para luego agacharse sobre Belyy. El anciano lo miró horrorizado, incapaz de moverse a causa del terrible dolor en la pelvis.

—Si me dejas con vida, te haré rico —le dijo.

—Dasvidania —dijo Leo, y le cortó la garganta con la misma indiferencia con que se corta una porción de tarta.

Dante se arrastró hacia Colomba, echada en posición fetal, ahora ya en un lago de sangre.

—CC —dijo con lágrimas en los ojos—. Quédate quieta. Ahora te comprimo la herida. Te comprimo…

Leo agarró a Dante y lo puso en pie.

—Es hora de marcharse —dijo.

Dante sintió que su termómetro interior superaba el nivel diez, cien, mil, y la cara de Leo se convirtió en una mancha oscura en los bordes de una pantalla gigante en Berlín, y luego en el transeúnte que meses antes había provocado la crisis psicótica que lo había llevado a la clínica suiza.

—Eres tú —murmuró.

—Muy bien, hermanito —dijo Leo, luego le apretó la garganta hasta que perdió el conocimiento y se lo cargó sobre los hombros.

Lo último que Colomba vio fue la mano de Dante tratando de llegar hasta ella desde los hombros de Leo. Quería decirle que la salvaría, que tenía razón en todo, y que nunca más se separarían, pero lo dijo solo en sueños.

Cuando los paramédicos llegaron para salvarla in extremis, Leo y Dante ya habían desaparecido y nadie los había visto alejarse.

Fue necesaria una semana de investigaciones hasta descubrir que Leo Bonaccorso nunca había existido.

libro-5

Primera parte
PESADILLAS

libro-6

Capítulo I

libro-7

1.

Oscuro.

Dante se asfixia. La oscuridad lo aplasta igual que si fuera cemento, lo tritura, le fractura los huesos. Le entra por la boca y en los pulmones. No logra gritar. No logra moverse ni tampoco vomitar. Se desmaya otra vez, y su sueño exhausto es una pantalla negra en la que arden sus recuerdos. Ve a una mujer vestida de verde que se ríe de él, cubierta de sangre. El sonido de una explosión. Los gritos.

Los gritos lo despiertan.

Oscuro. Oscuro. Oscuro. Oscuro. Oscuro. Oscuro. Oscuro. Oscuro. Oscu…

Luz.

Es solo un momento, una fracción de tiempo demasiado pequeña para poder medirla. Pero Dante se aferra a ella. Sus ojos beben la luz, empieza a pensar de nuevo. Un poco. Nota olor a madera y a polvo. Piensa en la explosión que ha oído… ¿Le ha caído algo en la cabeza? ¿Está en un hospital?

El esfuerzo es excesivo. Vuelve atrás, a la pantalla negra. Vuelve a los recuerdos. A la mujer cubierta de sangre con ese nombre extraño en ese extraño lugar que parece una discoteca. En las cinco balas que vuelan hacia ella. Dante es capaz de verlas moverse como babosas por el aire e impactar en la espalda de ella. La carne de la mujer se convierte en gelatina, el rostro líquido, la sonrisa se rompe. En la clavícula izquierda y en el estómago crecen dos pequeños volcanes de piel. Los volcanes se laceran y las dos balas que han hecho el trayecto completo salen escupiendo sangre y fragmentos de hueso. La mujer comienza a caer hacia delante. Detrás de ella…

Oscuro.

Dante está despierto pero no comete el error de abrir los ojos de inmediato. Primero intenta sentir su propio cuerpo, reconstruirlo a pesar de las oleadas de dolor que le llegan cuando se mueve. Comprende que está echado de espaldas y que algo le inmoviliza las muñecas y los tobillos. Tiene cuero en la boca, algo suave le envuelve las caderas. Por lo demás, está desnudo. ¿Lo habrán intubado? ¿Será grave? Recuerda el sonido de un motor diésel vibrándole en el cráneo. Era el de un barco. Quizá le han llevado en él al hospital.

Intenta mover las manos y el dolor en las muñecas aumenta. Las tiene atadas con algo cortante que se hunde en la carne a cada movimiento.

Pequeñas cintas de plástico.

Las bridas son las esposas más baratas del mercado, pero no son un recurso habitual en los hospitales. No lo han ingresado. Está en otra parte.

Preso.

El horror lo devuelve al cine de su memoria. La película comienza otra vez y la mujer de verde prosigue su caída, permitiéndole así a Dante mirar por detrás de ella. Hay tabiques de cristal hechos añicos, mobiliario de plástico de colores chillones, polvo, escombros. Y cuerpos por el suelo. Hombres en esmoquin, mujeres en traje de noche. Cubiertos de sangre. En su estado alucinatorio, Dante se da cuenta de que esa explosión la ha visto con sus ojos. Él estaba allí. Ignora cuánto hace que ha ocurrido. Y también está seguro de que es Venecia.

Levanta los párpados, ahora ya en el presente, y se concentra en el punto luminoso que hay encima de él, mirándolo con el rabillo del ojo, más sensible a la luz. Girando la cabeza lo ve moverse, desplazarse y reaparecer. Hay algo entre él y el reflejo, no está mirando directamente el techo de un cuarto oscuro. Algo, advierte solo en ese momento, que está muy cerca. Una reja de madera.

Son agujeros para el aire.

Está encerrado dentro de una caja.

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