La muerte te espera

Maria Lang

Fragmento

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Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Personajes

Epístola

APURA TU COPA

1

2

3

LA MUERTE TE ESPERA

4

5

6

NO TE ASUSTES...

7

8

9

10

SOLO HA ENTREABIERTO LA PUERTA DEL SEPULCRO...

11

12

13

VOSOTRAS QUE SABÉIS, QUÉ COSA ES EL AMOR, MUJERES, DECIDME SI YO LO TENGO EN EL CORAZÓN

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A Gustaf Hilleström,
que me ha enseñado a amar
el teatro de Drottningholm.

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PERSONAJES

PAUL SANDVALL: Para su desgracia, nombrado director del teatro de Drottningholm.

TOVE MONRAD: Atractiva cantante.

JILL HASSEL: Esbelta e irónica soprano.

DAGA FORS: Tímida debutante de Värmland.

STEN STURE BRICKMAN: Magnífico barítono.

GÖRAN GÖRANSSON: Tenor con tendencia a la cabezonería y a los celos.

ULRIK ANNERFELT: Barítono demasiado apuesto.

MATTIAS LEMMING: Director de orquesta de fama mundial.

PUCK BURE: Extraviada.

EINAR BURE: Esposo preocupado.

y, finalmente,

CHRISTER WIJK

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Aclaración del plano:

1. Entrada principal

2. Vestíbulo

3. Trastero para el conmutador general

4. Museo

5. Foyer

6. Entrada de artistas

7. Salón del teatro

8. Escenario

9. Servicios

10. Cuadro eléctrico

11. Escaleras de caracol

12. Camerino de la prima donna

13. Camerino del director de orquesta

14. Despacho del director

15. Puerta del escenario

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Apura la copa; mira, la muerte te espera,
¡Afila su espada y se detiene en el umbral de tu puerta!
No te asustes, solo ha entreabierto la puerta del sepulcro,
Vuelve a cerrarla; tal vez dentro de un año.

Epístola de Fredman número 30

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A través de los anchos resquicios del suelo entreví el escenario desierto e iluminado. Contuve la respiración y agucé el oído. Todo el teatro pareció hacer lo mismo.

¿Dónde estaba Mattias? ¿Se había ido y me había dejado sola? De pronto el miedo, que hacía tiempo estaba al acecho, se introdujo en las circunvoluciones cerebrales y los pensamientos se dispararon despavoridos en una espiral de confusión.

Yo misma había querido quedarme sola aquí arriba, pero ya no recordaba la razón por la que lo había deseado. El aire, cálido y polvoriento, resultaba agobiante, y a pesar de la luz de las dos bombillas sucias, la mayor parte del desván estaba envuelto en una profunda oscuridad. Cualquiera podía esconderse allí dentro, entre los rollos de cuerda y las grotescas calandrias.

Cualquiera...

El suelo crujió en algún lugar a mis espaldas y de pronto de nada me sirvió que acabara de anunciarle a Mattias a bombo y platillo que un viejo y distinguido edificio como este suele estar colmado de sonidos y voces con siglos de historia. El instinto fue más fuerte que la razón y, aterrorizada, me volví rápidamente, dispuesta a bajar corriendo las empinadas y sombrías escaleras.

Pero ya era demasiado tarde. El golpe cayó en el mismo segundo en que intuí el peligro.

El dolor era ardiente, punzante, insoportable. Solté un grito cuando me desplomé en el suelo. A pesar de lo mucho que me dolía la cabeza, percibí el eco de unos pasos que se alejaban para volver poco después. Alguien se arrodilló a mi lado y comprendí, envuelta en una nebulosa, que si conseguía abrir los párpados vería el rostro de la persona que todos buscábamos.

La persona que en ese mismo instante se disponía a cometer un nuevo asesinato.

No recuerdo haber hecho un esfuerzo físico tan fatigoso como aquel en toda mi vida. Al final, reuniendo todas mis fuerzas conseguí abrir los ojos.

A continuación, me engulló la oscuridad más absoluta.

Despertar fue espantoso. Lo primero que vi fue un montón de ancianos diminutos parecidos a las figuras de los petroglifos. Caminaban hacia mí en apretadas columnas y yo estaba convencida de que me aplastarían con sus numerosos piececitos. Me sentía tremendamente mal.

Entonces se oyó a alguien susurrar:

—Está a punto de despertarse.

Y luego a otro, con una voz algo más áspera:

—Recordad que no debéis preguntarle nada que pueda excitarla. No le pidáis que os cuente nada hasta que no lo haga voluntariamente.

Con ello recuperé la memoria, y también los recuerdos. Caóticos, inconexos, desconcertantes y aterradores.

El preludio risueño, despreocupado y feliz...

La serena satisfacción de volver a ver a Paul Sandvall, la vez que me lo crucé por la calle.

El agradable cóctel en casa de Paul.

La alegre risa y la bella voz de Tove Monrad.

La cautivadora atmósfera del siglo XVIII que se respiraba en el teatro.

La música de Mozart que reverberaba y resonaba, incluso en mis sueños.

La indescriptible felicidad de todos después del estreno.

Mattias levantando la batuta...

Pero también estallidos histéricos sobre el escenario y entre bambalinas.

Las mejillas de Daga bañadas en lágrimas.

Tres muñecas descabezadas.

Ulrik Annerfelt parloteando acerca de una cortina y una cena en el hotel de Stallmästargården.

Göran que ardía de cólera y Sten Sture, el gigante bondadoso, con expresión de desazón y cansancio. <

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