Diez días de julio

Esteban Navarro

Fragmento

Creditos

1.ª edición: abril, 2014

© 2014 by Esteban Navarro

© Ediciones B, S. A., 2014

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B 9721-2014

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-809-4

Maquetación ebook: Caurina.com

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Cita

 

 

 

 

 

La razón, para ser razonable,

debe verse a sí misma

con los ojos de una locura irónica.

Elogio de la locura, de Erasmo de Rotterdam.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Cita

 

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

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Capítulo 1

Viernes 15 de julio

21:15

El correteo incesante del Oficial de Guardia presagia que algo malo acaba de ocurrir. Solo una desmesurada catástrofe haría, que el viejo y barrigón agente, se precipitara por el pasillo de ese modo. Deambula de un lado hacia otro realizando aspavientos y alharacas con las manos, al mismo tiempo que grita sin parar.

—¡Dios mío! ¿Dónde está la llave? Dios mío.

La puerta de acceso a los calabozos está cerrada, como la dejó el responsable de la custodia de detenidos minutos antes. Echó la llave a las nueve y diez minutos de la noche, después de meter dentro a la chica. Ella se quedó tranquila, sentada en el camastro, cabizbaja. La mujer no dijo nada. Levemente levantó la cabeza y sus ojos llorosos se posaron sobre la abertura de la celda, por donde apenas entraba un hilo de luz. Tenue. Imperceptible. La chica hizo el gesto de hablar. Sus labios se despegaron y trató de musitar alguna palabra. Pero finalmente no dijo nada. El silencio atolondró su celda.

Apenas habían pasado cincuenta minutos y, a través de la mirilla redonda y acristalada de poliestireno, se observa a la detenida tumbada en la cama. Está boca arriba y con un reguero de sangre manando de su boca. Por la pared hay manchones rojos a modo de lamparones. Por el suelo también. Su cuerpo está retorcido como las personas que mueren sufriendo. El dolor la mató.

—¡Dios mío! ¡Dios mío! —sigue gritando el Oficial de Guardia, mientras se extiende el sonido de su inquietud por toda la comisaría de policía—. ¿Dónde está la llave de la celda? ¿Dónde está? —pregunta constantemente.

La joven Vanessa había sido detenida esa misma tarde, mientras estaba en la esquina de la calle Avellaneda, frente al bar Arcadia. Los agentes la identificaron de forma rutinaria. Los jefes exigen un mínimo de identificaciones al día, y un viernes quinc

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