Título original: Defend and Betray
Traducción: Mercè Diago y Abel Debritto
1.ª edición: junio, 2013
© 2013, Anne Perry
© Ediciones B, S. A., 2013
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
Depósito Legal: B. 18.616-2013
ISBN DIGITAL: 978-84-9019-283-2
Maquetación ebook: Caurina.com
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Para mi padre
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Agradecimiento
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Agradecimiento
Deseo expresar mi agradecimiento
a Jonathan Manning, licenciado
en Filosofía y Letras por la Universidad
de Cambridge, por su asesoramiento
en los aspectos legales relacionados
con los homicidios sin premeditación,
los veredictos contrarios a los hechos
probados, etcétera, en 1857.
1
Hester Latterly descendió del coche de caballos, un vehículo de dos plazas que se contrataba por trayectos. Era un invento reciente y sumamente práctico que permitía viajar a un precio mucho más módico que alquilando un carruaje para todo un día. Hurgó en el bolso de malla hasta encontrar las monedas adecuadas y pagó al cochero. Acto seguido se volvió y caminó con paso decidido por Brunswick Place en dirección a Regent’s Park, donde los narcisos en flor formaban bandas doradas que contrastaban con la oscuridad de la tierra. No podía esperarse otra cosa en esa época del año, pues era 21 de abril, en plena primavera del año 1857.
Miró hacia delante para ver si distinguía la silueta alta y considerablemente desmañada de Edith Sobell, con quien se había citado, pero no la divisó entre las parejas que paseaban, las mujeres con los amplios miriñaques que casi rozaban la gravilla de los senderos; los hombres elegantes y con un porte un tanto altanero. Más allá una banda interpretaba una pieza rápida de aire militar y la suave brisa primaveral transportaba las notas de los instrumentos de metal.
Esperaba que Edith no llegara tarde. Era ella quien había querido concertar la cita y había argüido que un paseo resultaría mucho más placentero que reunirse en un salón de té, un museo o una galería, donde corría el riesgo de encontrarse con personas conocidas y verse obligada a interrumpir la conversación a fin de intercambiar palabras corteses pero triviales.
Edith disponía de toda la jornada para hacer más o menos lo que le placiera; de hecho le había confesado que le sobraba el tiempo. Hester, en cambio, debía ganarse un sueldo. Por aquel entonces trabajaba de enfermera para un militar retirado que se había roto el fémur a causa de una caída. Después de que la despidieran del hospital al que se había incorporado a su regreso de la guerra de Crimea por asumir responsabilidades que no le concernían y tratar a un paciente en ausencia del médico, había tenido la fortuna de que la contrataran en un domicilio