Los pecados del lobo (Detective William Monk 5)

Anne Perry

Fragmento

Creditos

Título original: Sins of the Wolf

Traducción: Victoria Simó

1.ª edición: julio, 2013

© 2013 by Anne Perry

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B.21.253-2013

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-478-2

Maquetación ebook: Caurina.com

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Hester Latterly iba sentada en el tren, mirando por la ventanilla los paisajes despejados de las tierras bajas escocesas.

El sol de principios de otoño asomaba entre las brumas por encima del horizonte. Eran poco más de las ocho de la mañana y los campos sembrados de rastrojos seguían cubiertos por un manto de niebla, por encima del cual, como si ninguna raíz los atara al suelo, parecían flotar grandes árboles cuyas hojas, prendidas de ramas solitarias que despuntaban aquí y allá, empezaban a adquirir apenas un tono bronce. Las casas que se veían eran de piedra gris y sólida. Se habría dicho que surgían de la misma tierra, una sensación nueva para alguien acostumbrado a los colores más suaves del sur. Allí no había tejados de juncos ni paredes enyesadas conforme a un mismo estilo, sino chimeneas altas y humeantes, tejados de pizarra recortados contra el cielo y grandes ventanales que titilaban a la luz de la mañana.

Había regresado a casa tras la muerte de sus padres, hacia el final de la guerra de Crimea, casi un año y medio atrás. Le hubiera gustado quedarse en Scutari hasta el amargo final, pero la tragedia familiar hizo necesaria su presencia. Desde entonces, procuró poner en práctica los nuevos métodos de enfermería que con tanto dolor había aprendido; no sólo eso, intentó reformar las caducas ideas inglesas respecto a la higiene hospitalaria a partir de las teorías de la señorita Nightingale. A cambio de sus esfuerzos, la despidieron por dogmática y desobediente. No podía alegar nada en su defensa contra ninguno de los dos cargos. Era culpable.

Su padre había muerto en desgracia tanto social como financiera. No le dejó dinero, como tampoco a su hermano Charles. Éste, por supuesto, la hubiera mantenido con su propio sueldo y la habría alojado en su casa junto con él y su esposa, pero Hester no podía tolerarlo. En el transcurso de poco tiempo, se colocó como enfermera privada y, cuando el paciente se hubo recuperado, ella buscó otro empleo. Algunos trabajos eran más agradables y otros menos, pero nunca pasó más de una semana desocupada; vivía de sus propios ingresos.

Aquel verano había vuelto a desempeñar un cargo en el hospital, aunque por poco tiempo, a petición urgente de su amiga y a menudo patrona lady Callandra Daviot, quien requirió su presencia porque la muerte de la enfermera Barrymore había puesto al doctor Kristian Beck en peligro de arresto y procesamiento. Cuando el asunto quedó resuelto al fin, se colocó otra vez como enfermera privada, pero de nuevo concluyó el trabajo y tuvo que volver a buscar empleo.

Encontró el puesto a través de un anuncio de un periódico de Londres. Una importante familia de Edimburgo buscaba una señorita educada, con cierta experiencia como enfermera, para acompañar a la señora Mary Farraline, una mujer mayor de salud delicada pero no crítica, durante un viaje a Londres de seis días de duración y, después, de regreso a Edimburgo. A ser posible, una de las damas de la señorita Nightingale. Todos los gastos del viaje, por supuesto, correrían a cuenta de la familia, y se pagaría una generosa retribución por los servicios prestados. Había que enviar las solicitudes a la señora Baird McIvor, Ainslie Place, 17, Edimburgo.

Hester nunca había ido a Edimburgo —la verdad era que jamás había estado en Escocia— y la idea de realizar aquellos viajes en tren la seducía en extremo. Escribió a la señora McIvor detallando su experiencia y preparación, así como su deseo de ocupar el puesto.

Recibió respuesta cuatro días más tarde y junto con la aceptación de su solicitud había un billete de segunda clase para el tren nocturno a Edimburgo. El billete iba fechado para el martes siguiente; saldría de Londres a las nueve y cuarto de la noche y llegaría a Edimburgo a las nueve menos veinticinco de la mañana. Un carruaje la recogería en

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