Nada es para siempre (Girl Heart Boy 1)

Ali Cronin

Fragmento

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Índice

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Sobre la autora

Créditos

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Para mi familia

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1

Ashley se estiró como un gato y bostezó con tal ahínco que pude ver el pedacito de carne flácida al fondo de su garganta.

—Sí, no. No sé —dijo tras el bostezo—. ¿Cuatro, quizá? A ver, un momento… —contempló el techo de la sala común, como si los pegotes de papel adheridos con escupitajos le fueran a proporcionar alguna clase de discernimiento en cuanto a sus estadísticas sobre la práctica de sexo durante las vacaciones—. Sí, cuatro —se rascó el aro que llevaba en la ceja. La encantadora Ashley y su insaciable necesidad de ser transgresora.

Me rebullí en la silla. En parte porque, aunque estábamos en septiembre, hacía un calor espantoso y «sillas de sala común tapizadas de tejido que pica + muslos sudorosos = incomodidad asegurada». Pero también porque guardaba un secreto. Bueno, no es que fuera un secreto; pero aun así no me apetecía gritarlo a los cuatro vientos. Una chica tiene sus principios.

Donna le dedicó un breve aplauso a Ashley.

—Buen trabajo, señorita. Y ahora, recapitulemos. Yo, cero… —se llevó el dorso de la mano a la frente, fingiendo consternación—. Obviamente, solo uno para doña Monogamia, aquí presente.

Cass sonrió con cierto aire de culpabilidad y se abrazó las rodillas. Pobrecilla, después de casi cuatro años con Adam está al cabo de la calle. Basta con decir que él no es precisamente don Monogamia.

—Lo cual nos deja únicamente a Sarah, nuestra amiga feminista —Donna se dejó caer sobre mis rodillas y me enganchó el brazo alrededor del cuello.

—¿Alguna noticia, mmm…? —preguntó mientras apretaba su mejilla contra la mía y movía las pestañas. Se pone tal cantidad de rímel que noté una corriente de aire. La aparté de un impulso. Pesaba un montón.

—Eso no se contesta —respondí con recato, si bien no pude evitar una sonrisa. En serio, soy tonta del culo.

Donna, sentada a mis pies, se giró con brusquedad y levantó la vista para mirarme; sus ojos oscuros se veían enormes.

—Madre mía, ¡lo has hecho, sí!

No se me ocurrió otra cosa que soltar una risita. Ya lo sé: patético.

Ash y Cass se inclinaron hacia delante en sus respectivas sillas, como si yo estuviera a punto de dar a conocer la noticia del siglo, y me encontré con tres pares de ojos que me taladraban y tres pares de cejas que se elevaban hasta el cielo.

—¿Qué?

Ash soltó un gruñido y me lanzó el corazón de su manzana.

—¡Cuéntanoslo!

—Bueno, se llama Joe… —comencé a decir, pero los chillidos de mis amigas ahogaron mi voz. Durante unas décimas de segundo, reinó el silencio en la sala y todo el mundo se giró para mirarnos, pero se esfumó tal como había llegado. En el primer día del trimestre, no era el único episodio de cotilleo que levantaba chillidos.

—Ya SABÍA yo que algo estaba pasando —se jactó Cass con entusiasmo—. Desde que llegamos, has estado pegando botes en plan Tigger.

Donna me propinó en el brazo un afectuoso golpe con los nudillos.

—¡Quién se lo habría imaginado! Nuestra pequeña Sarah, la que odia a los hombres, por fin ha madurado.

—¡Eh! Vete a la mierda —repliqué con tono amable al tiempo que me frotaba el brazo—. Además, no odio a los hombres.

—Bueno, ¿qué pasó? —preguntó Cass, que se frotaba las manos ante la expectativa de la sustanciosa confidencia que yo estaba a punto de servir.

Así que se lo conté.

Empezó con un balón de fútbol de princesas de cuento.

Nos encontrábamos en España de vacaciones, mi madre, mi padre y yo con mi hermano pequeño, Daniel. Tiene doce años y está en su momento álgido de capullo total, por lo que me había propuesto mantenerme alejada de él. De hecho, mis planes consistían en tomar el sol, leer, nadar, comer y, si acaso, hacer algo de turismo e ir de compras. Nada más. A ver, mis padres me caen bien. Por lo general, me agrada su compañía. Pero lo que ellos buscaban en las vacaciones y lo que buscaba yo quedaba a la distancia entre, pongamos por caso, madrugar para visitar ruinas históricas y dormir hasta el mediodía reuniendo la energía suficiente para una ajetreada tarde de ociosidad.

Los tres primeros días paseamos por la playa. Mis padres fingieron tener en cuenta mis necesidades pero, luego, la llamada del paisaje les resultó irresistible y se llevaron a Dan (¡vaya pringado!) en el coche de alquiler hasta lo alto de unas montañas a hacer fotos de «las vistas» mientras que yo, pertrechada con mi iPod y mi libro, me encaminé a la playa dispuesta a la inactividad total.

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