Solo es un rumor (Girl Heart Boy 2)

Ali Cronin

Fragmento

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11

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Sobre la autora

Créditos

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Para Jon

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Prologo

—Seis libras con cincuenta —dijo el malhumorado tipo con el polo de poliéster y problemas para mirar a los ojos. Le entregué la cantidad exacta, le lancé una sonrisa radiante como agradecimiento por su impecable servicio y recogí mi cubo de palomitas (mezcla de saladas y dulces, bien sûr) y el vaso extragrande de refresco y fui a reunirme con los demás.

Donna —mi mejor amiga— y su primo Marv esperaban junto a los escalones que conducían a las salas de cine, y charlaban con tres chicos que yo no conocía.

—Provisiones —anuncié mientras las soltaba en el suelo—. Lo siento, solo he traído tres pajitas —miré a los desconocidos. Uno de ellos, un chico altísimo con pelo oscuro y ondulado que llevaba vaqueros pitillo y una blazer negra, dijo—: Compartís pajitas. Encantador.

Ni un amago de sonrisa. Bueno, yo conocía mis límites. No tenía sentido malgastar el tiempo. Aunque era una lástima. El tío estaba cachas.

—Ah, Ashley, perdona —dijo Marv—. Aiden, Jamie, Dylan —los fue señalando sucesivamente. Me imaginé que eran del mismo instituto, es decir, de uno diferente al nuestro. Donna y yo vamos a Woodside High; Marv estudia en Corlyns, al otro extremo de Brighton.

Todos asintieron con la cabeza a modo de saludo, excepto Dylan —el del comentario sobre compartir las pajitas—, quien apenas levantó los ojos.

Los saludé y nos encaminamos a la Sala 2 para pasar un par de horas viendo fantasmas, sangre en abundancia y escenas de sexo explícito.

Gracias a Dios por los carnés de identidad falsos, algo que seguramente no dice la Biblia.

 

—Pues vaya peli tan cutre —comentó Marv mientras abandonábamos el edificio.

—¿Estás de broma? Yo estaba petrificada —respondí al tiempo que me ceñía los brazos al cuerpo para darme calor. La calefacción del cine no debía de funcionar y afuera hacía un frío de muerte. Menos mal que llevaba puesta mi trenca. Ya ves, me han educado bien.

—Madre mía, esa escena del globo ocular en el espejo… —dijo Donna mientras se agarraba la garganta.

—Sí pero, venga ya, hemos visto lo mismo mogollón de veces —apuntó Aiden. O Jamie. No recordaba quién era quién.

—A mí me ha gustado —intervino Dylan, que sacó una fina bufanda del bolsillo trasero y se la ató alrededor del cuello—. El terror va de clichés —su bufanda tenía un estampado de pequeñas calaveras y tibias cruzadas.

Me encogí de hombros.

—Aunque viera un millón de veces un globo ocular viscoso, cada vez que lo hiciera me mearía de miedo.

Marv se echó a reír.

—En ese caso, no veas las pelis de Saw.

—Las he visto —me di unos golpecitos en el lateral de la nariz—. Pañales para la incontinencia.

Ups… ¿en serio? Sí, creo que hasta el mismo Dylan esbozó una sonrisa burlona.

Donna ladeó la cabeza.

—Eh, Ashley, siempre una dama.

Le dediqué una sonrisa e hice una pequeña reverencia. No resulta fácil cuando llevas botas con clavos y los vaqueros más ceñidos que el hombre (o la mujer) jamás haya conocido. Al menos, no había posibilidad de que se me marcara la abertura del pubis en el pantalón. Aunque no me hubiera importado gran cosa, la verdad.

El caso es que estuvimos un rato paseando, comparando escenas macabras de nuestras películas de terror preferidas y luego comentando de qué nos sonaba la actriz cuyo personaje se cargaban en primer lugar (respuesta: había trabajado en la serie Gente de barrio), y finamente compartimos nuestro horror ante el hecho de que tal cantidad de tiendas estuvieran decoradas con adornos navideños. Lo que nos da una estupenda entrada para…

—¿Sabéis? Nuestro amigo Ollie ya ha organizado una fiesta de Navidad —comentó Donna. Se giró hacia Marv—. Es el que montó la fiesta de las hogueras, ¿te acuerdas?

Marv asintió.

—Sí. Fue tronchante.

—Podéis venir, si os apetece —dije yo—. Cuantos más mejor, ya se sabe —lancé a Dylan una mirada furtiva. No fue culpa mía: mis ojos me obligaron. Y aunque no le estaban dando arcadas, tampoco parecía que la idea lo emocionara. Marv dirigió una mirada inquisitoria a Jamie, Aiden y Dylan, quienes debieron de responderle por medio de alguna clase de telepatía propia de la testosterona, porque Marv respondió:

—Claro, por qué no.

 

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