Lecciones de amor (Girl Heart Boy 4)

Ali Cronin

Fragmento

Lecciones de amor

Era la mañana después de una estupenda noche de celebración; sin embargo, me encaminaba al instituto con más resaca que alegría. A ver, no es que estuviera súper bajoneada. Para empezar, era el último día antes de las vacaciones de mitad de trimestre, y una semana entera sin tener que pasar un solo segundo sentada en un aula llena de gente más inteligente que yo era algo que anhelaba con todas mis fuerzas.

Pero…

La noche anterior, mi amiga Cass había cortado a su novio. Fue una buena noticia, porque el chico era un imbécil: de ahí la celebración.

Pero…

Me dio por pensar sobre las «relaciones amorosas». Aún estábamos en febrero y mi amigo Jack, el solterón a largo plazo, salía con alguien; Ashley, la máquina sexual número uno y mi mejor amiga, estaba enamorada, incluso mi padre tenía una novia. Bueno, los demás de nuestro grupo estaban solteros… pero yo era la única que llevaba así toda la vida. Con la excepción de Rich, claro está. Haciendo honor a la ley de Murphy, de todos los chicos que yo conocía y quería, el único de mi misma edad, y capaz de competir conmigo en cuanto al exceso de equipaje, no sentía atracción por las chicas. No es que a mí me gustara él, pero entiendes.

Bueno, pues ya lo sabes, no había tenido una historia de amor desde hacía siglos. ¿Por qué?

Buena pregunta. En fin, todo el mundo sabe que los chicos de diecisiete años no son más que sacos de testosterona sin rumbo, atrofiados emocionalmente, inmaduros y plagados de acné. Y eso, los buenos. Además, lo de hacer confidencias no se me da. Ashley llevaba años siendo mi mejor amiga y aún había cosas que no le había contado. Por lo tanto, no me quedaba más remedio que llegar a una conclusión… ¿Y si era verdad? ¿Y si mi destino era la soltería eterna, vivir sola con un montón de gatos?

Uf. Estaba harta de pensar en lo mismo. Con cada-maldita-resaca. Abrí una lata de Coca-Cola, me bebí la mitad de un trago y consulté mi celular: las 8:30. Mierda, llegaba tarde. Traté de apresurarme, pero no lo logré. Las piernas me pesaban demasiado y, la verdad sea dicha, no me importaba un carajo.

Primero tenía una clase práctica de Arte Dramático. Cuando terminamos los ejercicios de calentamiento —«El cielo está enladrillado…», inspirar y espirar durante cinco segundos, cosas así— Mac, nuestro profesor, se sentó al borde del escenario del taller de teatro y nosotros nos acomodamos en el suelo, frente a él. Colocó en alto la hoja impresa de una página web.

—Habrán visto esta historia —comenzó a decir con su divertido acento escocés. (Imposible imaginar que alguien que nos insistía tanto que huyéramos de los estereotipos en nuestras improvisaciones acabara llamándose a sí mismo Mac. El hombre era incluso pelirrojo. Solo le faltaba vestir falda escocesa y cargar una gaita).

—Es una historia terrible —prosiguió—. Un chico de catorce años se ahorcó —nos quedamos mirándolo, parpadeando. Apenas eran las nueve de la mañana y ya estábamos hablando de suicidios. ¿Un método adecuado para levantar el ánimo? Como que no.

Mac continuó:

—Dejó una nota, pero no decía gran cosa y todavía nadie sabe por qué lo hizo. Sus padres, sus amigos… todos están desconcertados —nos miró, y le devolvimos la mirada. Nuestro profesor era aficionado a las pausas significativas. Después de seis años me seguía preguntando qué significaban en realidad—. Quiero que trabajen en esto de manera individual, ¿de acuerdo? —se dio una palmada en las rodillas—. Diez minutos. Adelante —y nos pusimos en marcha.

No me moví de mi sitio y cerré los ojos, lo que me hizo parecer un tanto estúpida; pero me ayudó a concentrarme. ¿Nadie sabía por qué el chico lo había hecho? Incorrecto. Alguien tenía que saberlo. Podrían tratar de justificarse a sí mismos, decirse que probablemente no tenían la culpa, aunque en el fondo sabrían que, de alguna manera, habían tenido que ver con su muerte. Pero, ¿en qué sentido?

Ok. Tal vez el chico muerto mantenía una relación secreta con alguna persona. Una relación por internet, con una chica. No quería irme por la ruta de la homosexualidad oculta. Demasiado obvia, demasiado homófoba. En fin. Una chica. Él le contó cosas que jamás había contado, y ella le correspondió. El chico no le habló a nadie de ella, excepto a su mejor amigo, que no paraba de decirle: «Sigue adelante, esa chica es genial». En cuestión de días, el chico no podía pensar más que en ella. Hasta tenían el mismo sentido del humor.

Ok, eso podría funcionar. Dejé que mi mente siguiera vagando.

Bueno. ¡Sí! Entonces, el mejor amigo se sincera: en realidad, esa «chica» era él. Él y otro amigo suyo lo habían hecho en plan de broma, pero el asunto se había salido de control. Jamás había pensado que llegaría tan lejos. El amigo se disculpa, al tiempo que se ríe sin parar como si el burlado realmente entendiera lo gracioso de la situación. Pero no la entiende, está destrozado. Es como si llorara la pérdida de ella, aunque ella nunca haya existido. Y, para colmo, dos de sus mejores amigos se han estado muriendo de risa mientras él desnudaba su alma. La humillación, la traición y la soledad más absolutas. Se imagina que todo el instituto se burla de él. Solo quiere desaparecer. Y eso es lo que hace.

Mac nos avisó que quedaban dos minutos. Decidí hacer un monólogo desde el punto de vista del mejor amigo. Me imaginé que la mayoría de mis compañeros se centrarían en los pensamientos del chico, los que lo llevaron al suicidio, así que por una parte quise ser diferente, pero también podría explorar más posibilidades con el mejor amigo. Solo existía una manera de terminar la historia del pobre chico.

—De acuerdo —dijo Mac levantando la voz mientras movía las manos—. ¿Quién quiere empezar? —sin esperar respuesta, señaló a Jessica. Estaría bien. Jessica parecía una treintañera con un cuerpo de diecisiete años. Tímida, amable con todo el mundo, no estaba a la moda, jamás decía groserías, solía ser reservada y nada ostentosa… pero cuando actuaba se volvía absolutamente intrépida. Se merecía todo mi respeto. Bueno, el caso es que representó el papel de la madre del chico. Fue impresionante. Al acabar, estaba deshecha en llanto: lágrimas auténticas recorrían su rostro. Da un poco de pena llorar en clase, aunque se trataba de Arte Dramático y todos habíamos pasado por los ejercicios de confianza, bla, bla, bla; pero hasta al propio Mac se le humedecieron los ojos.

Otros tres alumnos representaron su papel y, en efecto, yo estaba en lo cierto: todos eran el chico suicida. Entonces, Mac me señaló. Cuando estoy esperando, siempre me pongo nerviosa, pero en cuanto me meto en el personaje, se me pasa. No se trata de una típica estupidez de diva. Bueno, sí es una típica estupidez de diva, pero también es verdad. Yo, Donna Dixon, soy una persona nerviosa. Pero Dan

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