Segundas oportunidades

Rainbow Rowell

Fragmento

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CAPÍTULO 1

Cuando aparcó en la entrada de los coches, Georgie estuvo a punto de llevarse una bicicleta por delante.

Neal nunca le pedía a Alice que la guardara.

Por lo visto en Nebraska no robaban bicicletas; ni tampoco allanaban las casas. Neal solía esperar a que Georgie hubiera regresado del trabajo para cerrar la puerta de la calle, aunque ella le había advertido de que dejarla abierta era como poner un cartel en el jardín que rezara: POR FAVOR, RÓBANOS A PUNTA DE PISTOLA. No, había respondido él. Yo no lo veo igual.

Georgie arrastró la bicicleta al porche y abrió la puerta sin necesidad de usar la llave.

En el salón reinaba la oscuridad, aunque el televisor seguía encendido. Alice se había quedado dormida en el sofá mirando dibujos de la Pantera Rosa. Cuando fue a apagarlo, Georgie tropezó con un tazón de leche olvidado en el suelo. Había un montón de ropa limpia sobre la mesa baja y cogió lo primero que encontró para limpiar el estropicio.

Cuando Neal cruzó el arco que separaba el salón del comedor, encontró a Georgie allí agachada, limpiando un charco de leche con unas bragas.

—Perdona —le dijo—. Alice ha querido darle un poco de leche a Noomi.

—No pasa nada. Iba despistada —Georgie se levantó e hizo una bola con las bragas antes de señalar a Alice con un gesto—. ¿Se encuentra bien?

Neal tendió la mano para tomar la prenda y luego recogió el tazón.

—Está bien. Le he dado permiso para esperarte. A cambio de que se comiera la col y me prometiera no volver a decir «literalmente», porque me estaba poniendo literalmente de los nervios. Ha sido una larga negociación —camino de la cocina, se volvió a mirar a Georgie—. ¿Tienes hambre?

—Sí —reconoció ella, y lo siguió.

Neal estaba de buen humor aquella noche. Por lo general, cuando Georgie llegaba tan tarde a casa… Bueno, cuando Georgie llegaba tan tarde a casa, no lo estaba.

Georgie se sentó a la barra de la cocina. Apartando facturas, libros de la biblioteca y deberes de segundo, apoyó los codos sobre la superficie.

Neal encendió un hornillo. Llevaba un pantalón de pijama y una camiseta, y debía de haber ido a la peluquería; seguramente pensando en el viaje que se disponían a emprender. Si Georgie le hubiera acariciado la zona del cogote, habría experimentado la sensación de palpar terciopelo en la dirección natural del cabello, agujas a contrapelo.

—No sabía qué te querrías llevar —comentó él—, así que te he lavado todo lo que había en el cesto de la ropa sucia. Y acuérdate de que allí hace mucho frío, que siempre se te olvida.

Georgie siempre acababa por birlarle a Neal sus jerséis.

Él estaba de tan buen humor esta noche…

Sonriendo, le preparaba la cena a Georgie. Un revuelto. Con salmón. Col rizada. Alguna otra verdura. Machacó un puñado de anacardos con el puño y los espolvoreó por encima del revuelto antes de servirle el plato.

Cuando Neal sonreía, se le marcaban en las mejillas unos hoyuelos parecidos a paréntesis, unos paréntesis cubiertos de barba incipiente. Georgie sintió deseos de agarrarlo por encima de la barra y hundirle la nariz en las mejillas. (Siempre reaccionaba igual ante la sonrisa de Neal.) (Aunque dudaba de que él lo supiera.)

—Creo que te he lavado todos los vaqueros… —continuó él mientras le servía un vaso de vino.

Georgie inspiró profundamente. Tenía que soltárselo cuanto antes.

—Hoy me han dado una buena noticia.

Él reclinó la espalda contra la encimera y enarcó una ceja.

—¿Ah, sí?

—Sí… Maher Jafari está interesado en nuestra serie.

—¿Maher Jafari? ¿Y ese quién es?

—Es el tipo de la cadena con el que estábamos negociando. El que dio luz verde a El Lobby y al nuevo reality show sobre plantaciones de tabaco.

—Ya —Neal asintió—. El tipo de la cadena. Pensaba que había pasado de vosotros.

—Y nosotros también —aclaró Georgie—. Por lo que parece, trata así a todo el mundo.

—Ya. Vaya. Pues sí que es una buena noticia. Y entonces… —ladeó la cabeza—, ¿por qué no pareces contenta?

—Estoy entusiasmada —afirmó Georgie. Con voz chillona. Ay, Dios. Debía de estar sudando—. Quiere un episodio piloto, guiones. Vamos a celebrar una gran reunión para hablar del reparto…

—Genial —convino él, esperando. Sabía que Georgie estaba mareando la perdiz.

Ella cerró los ojos.

—… el veintisiete.

El silencio se apoderó de la cocina. Los abrió. Sí, allí estaba el Neal que conocía y amaba. (De verdad. Lo uno y lo otro.) Los brazos cruzados, los ojos entornados, los músculos crispados a ambos lados de la mandíbula.

—El veintisiete estamos en Omaha —le recordó él.

—Ya lo sé —dijo ella—. Neal, lo sé.

—¿Y entonces? ¿Tienes previsto adelantar el regreso a Los Ángeles?

—No, yo… Deberíamos tener los guiones listos para esa fecha. Seth piensa que…

—Seth.

—Solo tenemos el episodio piloto —se justificó Georgie—. Nos quedan nueve días para escribir cuatro episodios y prepararnos para la reunión. Ha sido una suerte que no tengamos que trabajar en Jeff lo lleva fatal esta semana.

—Tenéis tiempo libre porque es Navidad.

—Ya sé que es Navidad, Seth… No voy a perderme la Navidad.

—¿Ah, no?

—No. Solo me voy a perder… Omaha. Había pensado que podíamos quedarnos aquí.

—Ya tenemos los billetes.

—Neal. Hablamos de un episodio piloto. De un contrato. Con la cadena de nuestros sueños.

Georgie tenía la sensación de estar leyendo un guión. Por la tarde había mantenido esa misma conversación con Seth, prácticamente palabra por palabra…

Pero es Navidad, había objetado ella. Estaban en el despacho. Y Seth se había sentado en la zona de Georgie del gran escritorio en forma de ele que compartían. La tenía acorralada.

—Venga, Georgie, aún nos quedarán unos días de vacaciones; y después de la reunión celebraremos las mejores Navidades de nuestras vidas.

—Cuéntaselo a mis hijas.

—Lo haré. Tus hijas me adoran.

—Seth, es Navidad. ¿No podemos aplazar esa reunión unos días?

—Llevamos esperando esta oportunidad toda nuestra vida laboral. Ha sucedido, Georgie. Ahora. Por fin.

Seth pronunciaba su nombre una y otra vez.

Ahora, a Neal le temblaban las aletas de la nariz.

—Mi madre nos está esperando —objetó.

—Lo sé —susurró Georgie.

—Y las niñas… Alice le ha enviado una carta a Papá Noel para avisarlo de que estaría en Omaha.

Georgie esbozó una sombra de sonrisa.

—Se las arreglará para encontrarla.

—Esa no es… —Neal guardó el sacacorchos y cerró el cajón de golpe. Bajó la voz—. Esa no es la cuestión.

—Ya lo sé —ella se inclinó hacia el plato—. Pero podemos visitar a tu madre el mes que vien

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