La distancia es un café (Coffee Love 3)

Xuso Jones

Fragmento

cap-1

1

A veces pedimos a las estrellas lo que no sabemos arreglar en la Tierra.

A veces soñamos con que el presente se congele encerrado en una bola de cristal con copos de nieve. ¡Y que nadie la agite! ¡Que nadie se acerque ni a un kilómetro!

A veces deseamos que nuestro mundo cierre la puerta con llave para que nadie ni nada pueda colarse ni cambiar ninguna cosa.

¿Cuándo pasa todo esto? Cuando somos felices, cuando somos los protagonistas de la escena que nosotros mismos escribiríamos. Érase una vez... Tú y yo. Tú y yo fuimos una vez.

Pero la realidad siempre va a una velocidad diferente a la del deseo.

Paulo piensa en todo esto mientras conduce su moto camino al hospital. Justo en el momento en el que estaba mejor con Olivia, en el que los nubarrones del pasado (y del presente) se habían ido a kilómetros luz, alguien vino y agitó su bola de cristal con la manaza, sin tener en cuenta el dolor que iba a causar.

Aquel mensaje que recibió Olivia fue el principio de la catástrofe.

imgancho

Dieciséis palabras. Bastaron dieciséis palabras para hacer estallar en millones de trocitos su mundo perfecto, ese en el que Paulo y Olivia solo tenían ojos el uno para el otro. Estaban en la Toscana, disfrutando de su amor y del cariño de la abuela de Paulo, cuando todo se rompió como una copa de cristal en medio de un tornado.

Mientras sube las escaleras de la entrada, piensa en todo lo que está haciendo Olivia por su familia y en cuánto la admira por eso, por ser siempre tan generosa. Lleva días viviendo en el hospital, solo se va de allí para darse una ducha rápida y cambiarse de ropa, como si no necesitara dormir, descansar, comer algo... Solamente piensa en su madre, en que la necesita, en que quiere hacer todo lo posible por ella. Verla en la UCI, rodeada de máquinas, cables y tubos, está siendo una experiencia durísima y horrible, tanto que no puede evitar echarse a llorar cuando los demás no la ven, hundida en el pecho de Paulo.

Nada más saber que su madre había sufrido un accidente, Olivia y Paulo regresaron a Madrid lo más rápido posible. En cuestión de horas estaban en el hospital, y ella, al pie del cañón, como siempre, hablando con los médicos, tranquilizando a su padre y a su hermana, que había tenido que dejar a sus hijos con el capullo de su exmarido. «Al menos sirve para algo», le dijo Raquel a Paulo en un suspiro.

Esa es la Olivia que la gente ve, la Olivia superwoman: fuerte, valiente, poderosa, decidida..., la que podrías imaginarte subida a un rascacielos con una capa ondeando al viento. Y esa fue también la que enamoró a Paulo. Pero él conoce a la otra Olivia, a la que aparece cuando nadie mira, la Olivia sensible, frágil y soñadora, la que le suplica con la mirada que la saque de la sala de espera de la UCI por unos minutos para poder desplomarse mientras él la abraza y llorar todo el dolor, todo el miedo que ha ido acumulando a lo largo de los días.

—Te acompaño a la cafetería y comes algo, que seguro que hoy no has probado bocado.

Olivia le mira con los ojos hinchados y sin apenas fuerza para hacer nada más que un pequeño gesto con la cabeza. Paulo la abraza fuerte por los hombros.

—¿Qué os ha dicho el médico hoy?

—Todavía no sabemos qué secuelas tendrá la conmoción cerebral. Nos ha dicho que hay que esperar, pero...

—Está en las mejores manos. El doctor Cardona es una eminencia en neurocirugía, no puedes dudar de él en este momento.

—Pero la veo ahí, acostada en la UCI y enchufada a mil máquinas y... No sé, se me parte el corazón, no sé si estoy haciendo todo lo que debería ni si lo están haciendo ellos.

Paulo la abraza fuerte contra su pecho y ella solloza suavemente, porque las fuerzas le fallan hasta para eso, para llorar.

—Oli, mi amor, estás haciendo más de lo que humanamente puedes, no vuelvas a decir eso.

—¿Tú crees? —La voz le sale ahogada y aguda, como la de una niña pequeña asustada.

—Claro que sí, te lo prometo. —Paulo sumerge la nariz en su pelo y aspira ese aroma que tanto le gusta, que le hace sentir como en casa—. Mi amor, todo esto pasará, te lo prometo. Tu madre es una mujer fuerte y saldrá de esta en menos tiempo del que piensas.

Olivia levanta la cabeza por un instante y lo mira con sus ojos anegados en lágrimas.

—Si le pasara algo, no sé qué haría...

—¡No pienses en eso! No es justo, ella está luchando y tienes que creer en ella. —Coge su cara entre las manos y le besa las lágrimas para secárselas con sus labios—. Tu madre peleará y saldrá de esta, pero tú has de cuidarte para cuando salga del hospital, o caerás enferma, y eso sí que no te lo perdonará, ni a ti ni a mí. Menuda es mi suegra...

La última frase arranca a Olivia una sonrisa tímida, de esas que se dibujan solo en la comisura de los labios.

—Así que vamos a ir a que comas algo, no pienso correr el riesgo de que Paloma me corra a hostias cuando salga del hospital.

—Ahora no...

—¿Cómo que no? No has comido nada desde ayer, no me digas que ahora no.

—Por favor, preferiría... —Olivia coge aire y se pega a Paulo como si sus dos corazones fueran dos imanes atrayéndose—. Preferiría que te quedaras aquí conmigo un rato así, quietos, abrazados.

Paulo suspira. Lo daría todo por quedarse así con ella para siempre, juntos, fundiéndose como se abrazarían dos náufragos en medio de una tempestad.

Lo daría todo por que volvieran a su bola de cristal, con o sin nieve.

—¿Has conseguido que coma algo?

Queda muy poco de la Raquel de siempre, aquella mujer divertida, sin pelos en la lengua y loca perdida. Ahora está hundida en uno de los sillones de la sala de espera de la UCI y dos grandes lunas violetas cuelgan bajo sus ojos.

—Apenas ha mordisqueado un sándwich... Y ya no sé qué hacer para convencerla de que tiene que cuidarse.

Raquel mira a Olivia en la distancia y le coge la mano a Paulo.

—Siempre ha sido la fuerte, pero... Me alegro de que te tenga a ti y que contigo pueda quitarse la armadura. Todos hemos tenido suerte de que Olivia te encontrara, pringao.

Paulo la abraza. Los lazos con su cuñada, que siempre le ha caído de maravilla, se han estrechado muchísimo desde que su suegra sufrió el accidente y ahora la considera como de su propia familia. De hecho, ¡mucho más que si fuera parte de su familia! En su casa esas muestras de cariño no se dan ni de coña, ni en los momentos más duros. No se acuerda del último beso que le dio su madre ni su hermano... ¡Mucho menos su padre, que no fue cariñoso con él ni cuando era un niño!

Quizá por eso se ha implicado tanto con la familia de Olivia. Viene al hospital un mínimo de dos veces al día, se encarga de traer y llevar a Raquel y a su suegro, Rafael, del hospital al apartamento de Olivia para que puedan descansar un poco... Y haría por ellos todo lo que le pidieran, porque le han abierto sus corazones mucho más que los que llevan su mismo apellido.

—Si sigue así acabarán ingresándola a ella.

—Ya lo sé, pero es tan cabezota que no sé cómo hacérselo entender...

Raquel lo estrecha por los hombros y se pone de puntillas pa

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos