Juntos hasta la medianoche

Deborah Heredia

Fragmento

juntos_hasta_la_medianoche-1

1

Todo lo que pasó ayer

Noel

Yo ni siquiera quería venir a este festival. Demasiado ruido. Demasiada gente. Demasiados estímulos. No es ni de lejos el sitio en donde me gustaría estar, pero, Leo, tú querías venir… Y a ti no puedo negarte nada.

La música suena fuerte por encima de nuestras cabezas y la gente salta y canta las canciones dejándose la garganta como si de algún tipo de himno se tratase. Suerte que tengo algo para beber y fingir que estoy ocupado mientras mi mejor amigo disfruta como un niño pequeño.

—¡Noel! —gritas de repente, sobresaltándome—. Vamos, date prisa; la fiesta de la espuma va a empezar.

Me coges de la mano y tiras de mí antes de que tenga tiempo de quejarme, de decirte que no me apetece mojarme, que las zapatillas son nuevas… Pero, Leo, me conoces lo suficiente como para no dejarme hablar; solo me sonríes, me revuelves el pelo en un gesto que bien puedo traducir por un «no seas aguafiestas, lo pasarás bien, bobo», y me haces correr tras de ti sobre el césped hacia vete a saber dónde.

—Vale, vale, Leo, para. Dame tu móvil —te pido, mostrándote también el mío—. Los dejaré en el coche.

Tú obedeces, acunas mi rostro entre tus manos y me dedicas una de tus hermosas sonrisas. Solo después de hacerme prometer que volveré a por ti, me dejas marchar.

Leo, eres ese tipo de persona que siempre está feliz y a la que todo le parece correcto. Apenas pones pegas a nada, y te admiro por ello. Si no fuese por ti, la mayoría de días no saldría de casa. Así que dejo los teléfonos en el coche y tal y como he prometido regreso a la fiesta.

Hace un sol abrasador y la música en el festival suena atronadora, tanto, que apenas distingo las canciones. Hay gritos de júbilo, risas y vasos de plástico esparcidos por todas partes… Sin embargo, yo solo te veo a ti.

La espuma ya nos llega hasta las rodillas y el agua nos ha empapado de pies a cabeza.

—Oh, Leo, yo ni siquiera quería venir…

Pero ahí estás tú, mi mejor amigo, sintiendo el momento, tan feliz que no puedo apartar los ojos de tu figura. El pelo se te pega a las mejillas y tú tratas de peinarlo hacia atrás con poco acierto. La espuma ha calado en tu ropa marcando tu silueta y yo no debería estar mirándote así. No después de todo. Se supone que solo somos amigos.

Pero entonces me llamas, y me ofreces la mano porque quieres que me anime a entrar a la fiesta de la espuma, y no te das cuenta de que yo iría contigo a cualquier parte. Así que me dejo arrastrar y, embobado, observo los copos de jabón que se adhieren a tu rostro, a tu cabello, a tu camiseta empapada… Y no debo hacerlo, lo sé, porque es el peor momento, pero me pego a ti, reposo una mano en tu cintura y tú ni siquiera te inmutas, no al menos hasta que pongo la otra mano en tu cuello y te invito a inclinarte para besarte la boca. Y resigo tus labios como si no estuviéramos rodeados por una masa descontrolada. Y acaricio tu cabello como si no existiera nadie más que nosotros dos en el mundo. Y aprieto tu cuerpo contra el mío como si no supiera que no debo hacerlo.

Tú te apartas un poco, extrañado por mi atrevimiento, pero sonríes, me colocas el pelo que ya empieza a empaparse y me acaricias las mejillas y el cuello y los hombros… Y entonces dejas de sonreír y yo desearía saber en qué estás pensando, pero no tengo tiempo de preguntarte porque mis palabras quedan ahogadas en un beso lleno de urgencia, que consigue que pierda la noción del tiempo.

Me caigo de la cama cuando el despertador suena más tarde de lo habitual y un agudo dolor de cabeza me sobreviene. Aún no puedo creer todo lo que sucedió ayer y lo mal que acabó la noche, así que me arrastro hasta la mesita para coger mi móvil y comprobar con pesar que aún no me has escrito ningún mensaje.

Espero no haberlo fastidiado del todo…

juntos_hasta_la_medianoche-2

2

¿Desayunamos juntos?

Leo

Esta noche apenas he dormido. Cuando suena el despertador siento como si me cayera una losa de una tonelada encima. Normalmente me levanto de buen humor, sin embargo hoy me duele la cabeza, tengo los ojos hinchados y me pesan las piernas.

Me incorporo y prendo la luz de la mesilla de noche. Consulto el móvil aunque sé que es una estupidez, porque a duras penas me contestas a los mensajes de forma habitual así que dudo de que se te haya ocurrido enviarme uno para preguntarme cómo estoy después de lo de ayer…

Tengo que esforzarme en no abrir whatsapp y darte los buenos días como hago cada mañana porque se supone que estamos enfadados. Pero no puedo evitar acercarme a la ventana y mirar a través de las cortinas para ver si hay luz en tu habitación, ahí, al otro lado de la calle.

—Maldito idiota… Llegarás tarde otra vez —digo en voz alta, al ver solo oscuridad.

No debería importarme. Quiero decir, no es problema mío si se te pegan las sábanas y no llegas a tus clases en el Conservatorio. Bastante tengo con ocuparme de mis propias cosas.

—Idiota, idiota, idiota —maldigo, sin darme cuenta de que estoy dando vueltas por la habitación.

Toby me mira con ojos de corderito porque no entiende lo que me pasa, así que me agacho para darle un achuchón que él corresponde con un gruñido.

—Tú no vas a abandonarme, ¿verdad que no, Toby?

Necesito aclarar un poco mis ideas, así que me dirijo al baño y me lavo la cara con agua fría. Y cuando levanto la vista, ahí pegada en el espejo está la foto que nos tomamos el verano de hace dos años… Tú tan sonriente apareciendo de golpe detrás de mí cuando yo intentaba tomarme un selfie, con tu gorra azul y el flequillo tapándote los ojos.

Recuerdo muy bien ese día porque fue la primera vez que me rechazaste. Y después vino otra y otra y otra más, pero nunca acabaste de irte de mi lado. Y ahora tampoco me dejas marchar.

—¿No te cansas de jugar conmigo, Nunu? —le susurro a la polaroid como si de alguna manera pudieras oírme.

Es que no entiendo por qué precisamente ahora, por qué ayer… No entiendo nada y se me da fatal estar enfadado contigo. No debí haber reaccionado como lo hice, lo sé. No debí haberte seguido el juego, ni besarte de vuelta… Pero ¿cómo no hacerlo si tus labios sabían a mandarina y tu pelo olía a jabón de flores? Si te acercaste a mí con tanta decisión que por un momento pensé que no estaba sucediendo, que solo era otra de mis fantasías. Pero era real, muy real. El tacto de tus manos frías sobre mi piel mojada era real. Los suspiros entre beso y beso eran reales. Tu lengua perezosa en mi boca era muy, muy real.

—¡Basta ya!

El tono del móvil anuncia una nueva notificación e instintivamente corro a consultarla porque tengo la esperanza de que el insensible de mi mejor amigo haya tenido a bien mandarme un mensaje después de haberse revolcado conmigo en el asiento de atrás de su coche, pero cuando lo abro, no son sus palabras las que leo…

Bebé, ¿de

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos