Strange. Libro 1

Alex Mírez

Fragmento

strange-2

1

El chico que aparece de la nada

—Nos van a matar, Mack.

—Si sigues hablando, sí —me quejé.

De acuerdo, probablemente sí nos iban a matar, porque había algo en mi jardín.

Algo... ¿malo?

No estaba segura, pero tan solo unos minutos atrás estábamos sentados en el sofá de mi casa viendo series. Una noche relajada y tranquila hasta que de repente se había cortado la luz y luego, como si estuviéramos en una película, escuchamos un ruido muy extraño. Nos asustamos, pero salimos a ver qué era. El problema era que allí todo era oscuro, silencioso y aterrador, y nuestros pasos crujían sobre la hierba del enorme jardín a medida que explorábamos.

—Nos van a matar como a unos pendejos —continuó él en un tono agudo y asustado—. Tengo dieciocho años, Mack, no me quiero morir todavía. ¡Ni siquiera he hecho mi primer trío!

—¡Que te calles, Nolan!

Pero, por supuesto, no se calló. Si en verdad nos mataban, iba a ser culpa suya.

—Estamos aplicando la estúpida lógica de los protagonistas de las películas de terror —siguió, quejoso, mientras apuntaba con la linterna en todas las direcciones—. Sabemos que esto va a terminar mal y no echamos a correr. Dime por qué aún no hemos echado a correr.

Solo tenía paciencia con él porque Nolan era mi mejor amigo. Podía verse como alguien muy valiente: alto, esbelto, parecido a un personaje bohemio de una película europea, un poco exótico en el color de ojos y en el perfil por su ascendencia griega materna, pero cuando estaba nervioso se comportaba como un grano en el culo.

—Seguimos aquí porque no somos tan cobardes —repliqué, mirando hacia los lados.

—Oh, sí lo somos —refutó él. Yo sabía que tenía razón, pero no iba a dársela—. Todavía tenemos que ver dibujos animados después de una película de terror para poder dormir. ¿A quién quieres engañar?

Quise refutarle, pero de nuevo escuchamos algo y nos paramos en seco.

Esa vez, lo que fuera había sonado como un quejido humano.

Miramos en todas direcciones. Alrededor, arbustos espesos que llevaban mucho tiempo sin podar, la hierba un poco alta, oscuridad, algunos árboles, un amplio y aterrador jardín...

—Dime que tú también escuchaste eso y que no se me quemó un cable en la cabeza —susurró Nolan un momento después, muy nervioso.

Por supuesto que lo había oído, y sabía que era tan real como que estaba cagadísima.

—No se te quemó otro cable —susurré—. ¿Qué habrá sido?

Nolan volvió la cabeza. Tuvo intención de decir algo, pero cerró la boca de golpe y se quedó mirando en dirección contraria a mí con los ojos como platos, brillando de asombro y temor.

—Mira —musitó con temor—. Hay algo ahí.

En cuanto me giré también para saber qué lo había dejado tan pasmado, vi que se movía una acumulación de arbustos. Las hojas y las ramas se agitaban de un lado a otro como si algo dentro de ellas las sacudiera. Justo como en las películas de terror. Justo como cuando los personajes estaban a punto de ser atacados por algo que saltaba furioso de entre la oscuridad.

Un escalofrío me recorrió como un latigazo. Con la mano temblando, saqué el móvil del bolsillo muy rápido y estuve a punto de llamar al 911...

Cuando de pronto algo me cogió el tobillo.

En el instante en que sentí la mano aferrarse a mí, solté un potente grito. Un grito como de la película Psicosis, cuando la chica está en la ducha a punto de ser asesinada. Y un segundo después, tras mi reacción, Nolan también gritó, y entonces todo fueron gritos y caos, tanto que las cosas sucedieron demasiado rápido.

Traté de correr, pero la mano me agarró con fuerza, como diciendo: «No te vas a escapar». A Nolan se le cayó la linterna por el susto. Mientras él la buscaba, yo intenté liberar mi pierna con desespero. Lo peor era que ni siquiera veía nada y no sabía qué era lo que me estaba agarrando. No sabía si podía escapar o si me iba a caer o si eso me iba a arrastrar hasta la oscuridad para despedazarme mientras yo gritaba de dolor...

Hasta que Nolan por fin encontró la linterna, alumbró hacia el suelo y ahí estaba.

No era un eso.

Era una persona.

De un último y fuerte tirón logré zafar el pie, y el individuo retrocedió hasta encogerse como un gusanillo. Se colocó las manos en puños a la altura de la cara como si quisiera ocultarse. No saltó a atacarnos, solo se quedó ahí, temblando.

Entonces comprendí que la situación no era en nada como creíamos que era.

El cuerpo encogido, jadeante, brillante de sudor y sangre. El temblor en las extremidades, el hecho de que la única ropa que llevaba puesta era un pantalón roto y muy viejo... Esa persona no podía atacarnos o matarnos. No en ese estado.

—Llama a la policía, Mack —susurró Nolan por detrás de mí, moviendo la luz de la linterna sobre el cuerpo.

Al escuchar la voz de Nolan, el desconocido se encogió mucho más en el sitio donde estaba, hasta hacerse una bola humana. Me desconcertó tanto su gesto que no pude marcar el número.

¿Intentaba esconderse? De... ¿nosotros? ¿Los dos seres más patéticos y débiles del mundo?

Nolan y yo nos miramos por un instante, estupefactos. Lo vi asustado y desconfiado. Bueno, ¿y quién no? Estaba segura de que pensaba que debíamos alejarnos de ese desconocido lo más rápido posible, pero su comportamiento me hacía sentir que el peligro no era tan grande. Es decir, se estremecía espasmódicamente y, a medida que Nolan lo alumbraba, su aspecto se revelaba cada vez peor.

Ni siquiera lograba adivinar de dónde venía toda la sangre que le cubría el torso. ¿Y por qué no podía levantarse si a simple vista se veía fuerte? ¿Por qué ocultaba la cara? ¿Creía que íbamos a hacerle daño?

Extendí la mano hacia él para moverlo, pero se contrajo y emitió un gruñido. Aparté entonces la mano en un gesto rápido, pensando por un instante que me la mordería.

—¿Qué demonios...? —reaccionó Nolan, confundido.

—Intenta alumbrar aquí —le pedí.

Apenas la luz me permitió ver mejor, señalé el espacio sobre el que el desconocido estaba tirado. Justo por debajo de él brillaban unas líneas rojizas que intentaban formar un charquito de sangre. Tenía una herida en alguna parte. Hmm...

—No creo que este chico vaya a hacernos daño —le dije a Nolan.

Luego, arriesgándome, me aproximé un poco más, pero con cautela, como para dejarle claro que iba en buen plan.

—Eh... —le susurré al extraño—. Estás sangrando y no te ves nada bien. Debemos llamar a una ambulancia. ¿Puedes decirnos cómo te llamas?

Al decir la última palabra, él con rapidez apartó las manos y nos dejó ver su cara.

Y por todo lo que era posible jurar, la impresión inmediata que me dio no fue de terror, sino de familiaridad. Hubo una fracción de segundo que transcurrió lenta y se transformó en algo insólito y abrumador. Algo indeterminable, como si me hubieran golpeado el pecho mil sensaciones, y entonces lo supe, llegó a mí tan rápido y tan confuso que quise retroceder.

Lo conocía.

Yo conocía a ese chico, solo que no sabía con exactitud de dónde.

Él suspiró, emiti

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