Ciao, bonita (En Roma 2)

Susana Rubio

Fragmento

ciao_bonita-3

1

LUCCA

—Yo creo que ha salido genial, ¿verdad?

—Sí, hemos hecho una buena entrevista...

Antes de empezar aquella entrevista estábamos muy nerviosos, no estábamos acostumbrados a salir por la tele. Para nosotros era un bombazo y nos sentimos muy satisfechos de nuestras respuestas. La presentadora se había enrollado muchísimo y había conseguido que aquella charla acabara siendo amena e incluso yo había terminado cantando Ciao, bonita.

Esperaba que Marina estuviera al otro lado de la tele, sabía por Adriano que habían llegado a Roma aquel mismo día. Esperaba también que hubiera entendido que había cantado aquella canción pensando en ella.

Sandra: Lucca, me ha encantado verte cantar y cuando has señalado hacia la pantalla casi me desmayo...

—Joder...

No, no había pensado en ella ni un minuto a pesar de que estábamos liados. En aquel momento en mi mente solo había habido un nombre, una melena de pelo negro y unos ojos azules que me tenían hipnotizado desde el día uno.

—Marina, Marina...

De vez en cuando la nombraba y así me daba la impresión de que la tenía más cerca, pero la verdad era que estábamos más lejos que nunca. Ella vivía en Barcelona y yo, en Roma; además, mi nuevo grupo de música me tenía absorbido.

Lucca: Gracias, Sandra, estaba muy nervioso.

¿Por qué estaba con Sandra? No lo sabía ni yo. Llamadme capullo, pero a veces haces las cosas por inercia, porque te empujan, porque te dejas llevar, a pesar de que te estés preguntando constantemente: «¿Qué leches estoy haciendo?». Yo soy de esos, de los que meten la pata a menudo porque me dejo arrastrar casi sin pensar en lo que ocurrirá después. Tal vez sea herencia de mis padres.

—¿Lo vamos a celebrar?

Ese era Carlo, el cantante del grupo, y siempre estaba celebrándolo todo. Era un juerguista de los de verdad, pero con una voz de oro. Algunos decían que se parecía un poco a Justin Bieber y yo también lo pensaba.

—Yo he quedado —les dije pensando que Marina estaba en el piso de Adriano.

Lo sabía por mi amigo, claro.

Adriano creía con firmeza que yo seguía pillado por Marina, pero se equivocaba, solo me atraía y miraba sus vídeos en TikTok únicamente porque baila de vicio.

—¿Tu chica? —preguntó Carlo guiñándome el ojo.

—No tengo chica, te lo he dicho veinte veces.

Carlo y yo habíamos conectado nada más conocernos. Es el típico tío guapo que parece sacado de una pasarela de moda: alto, moreno y con una mirada intensa. No, no penséis que me mola porque soy bisexual, no me gustan todas las tías ni todos los tíos, obvio. Pero Carlo es una de esas personas con carisma y nuestro mánager musical lo sabe de sobra.

—Ya, ya —replicó riendo.

Le di un puñetazo suave en el hombro y él me lo devolvió del mismo modo. Parecíamos dos críos jugando a boxeo.

—Lo celebramos otro día, campeón —me dijo condescendiente.

Nos dimos un abrazo rápido, como siempre, y me fui de allí sonriendo.

«Campeón.»

Carlo había empezado a llamarme de aquel modo al oírme cantar por primera vez.

«Campeón.»

¿Yo? Si siempre había sido un desastre para casi todo. Sí, sí, sabía que la música era lo mío, pero hasta entonces no había logrado brillar con mi don. Me costaba aceptar ese apodo, aunque debía reconocer que se me hinchaba el pecho cada vez que Carlo me nombraba así. Yo nunca había sido campeón en nada, ni en la escuela, ni haciendo deporte, ni en el instituto...: lo dicho, en nada.

Mientras esperaba el taxi sonó mi móvil.

—¿Sí?

—¡Ey! Colega, ¿cómo va eso? Soy Rafa.

—¿Qué quieres?

—¿No tendrás algo de pasta para dejarme?

—Ya te lo dije la semana pasada, no tengo nada.

—Joder, tío, ya no te acuerdas de los pobres. Te has ido a vivir a ese barrio de pijos y has olvidado quiénes son tus amigos de verdad.

No había nada de cierto: ni éramos amigos ni yo había olvidado las movidas que había vivido junto a ellos.

—Rafa, ¿cuánto necesitas?

—Cien pavos, solo eso.

—Te paso el dinero por Verse.

—Gracias, Lucca, eres un buen colega.

—Es la última —le dije con rotundidad.

—Que sí, que sí. En cuanto pueda te lo devuelvo.

No se lo creía ni él. No le pregunté para qué quería el dinero porque probablemente me mentiría.

Rafa era uno de mis antiguos amigos del barrio. Allí nos conocíamos casi todos y yo sabía que en su casa las pasaban putas para lograr comer cada día. No me iba a engañar pensando que aquellos cien euros los usaría para llenar la nevera, pero por lo menos no le robaría el dinero a su madre.

Una vez dentro del taxi le pasé el dinero y Rafa me mandó un mensaje de WhatsApp diciéndome que era el mejor. Lo borré y cerré los ojos unos segundos. ¿Hacía bien dándole ese dinero? Adriano me diría que no y probablemente tendría razón, pero una parte de mí entendía cómo se sentía Rafa. No podía evitarlo.

No soy una persona reflexiva, una de esas que todo lo razonan, que tocan de pies a tierra. Para nada. Soy impulsivo, soy de piel, de sentir, no pienso demasiado en las consecuencias de mis actos. Cuando pienso en lo que he hecho suele ser tarde y ya no hay remedio, pero no lo hago queriendo, no es eso. Es un rasgo de mi personalidad que intento equilibrar, pero en la mayoría de las ocasiones fracaso. ¿Cuándo consigo frenarme? Cuando estoy con gente que me avisa de que mis actos pueden destruir en un segundo lo que he construido durante toda una vida. Cuando estoy con Adriano, por ejemplo.

Lucca: ¿Siguen las españolas en tu piso?

Marina, Cloe y Abril llegaron a Roma a principios de año para hacer un Erasmus y habían terminado marcando nuestras vidas de una forma inesperada. Adriano estaba loco por Cloe y yo me había sentido atraído por Marina desde que la conocí.

Adriano: Ya tardas. ¿Las aviso o quieres hacer una entrada triunfal, en plan Freddy Mercury?

Lucca: Deja de beber, capullo.

Me reí al releerlo. Adriano para mí era como un hermano, ese hermano que no tuve. Nos conocimos hace un par de años gracias a mi torpeza, ya que le manché la camisa, pero el tío no se lo tomó a mal y me apeteció conocerlo al momento. Y acerté, ahí sí que acerté porque es de aquellas personas que siempre están a tu lado, para lo que sea.

Meses atrás un imbécil me rompió la guitarra y Adriano me compró otra igual. Así, sin más. Él sabía que esa guitarra era mi bien más preciado y también que me había costado un pastón. Al día siguiente tuve una guitarra nueva y cuando la vi me quedé boqueando como un pez.

Me prometí devolverle el dinero, sí o sí.

Por suerte se lo he podido devolver porque las cosas me empiezan a ir bien con el grupo nuevo. Ahora vivo frente a Adriano, en el piso donde estaban las españolas y donde Marina y yo pasamos una noche de infarto... Joder, qué noche. No dormimos apenas.

—¿Volverás a por mí algún día? —le pregunté justo antes de entrar en ella.

—¿Quieres que vuelva?

—No quiero que te vayas...

Mi polla entró acoplándose a su cuerpo con una perfecci

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos