Ingobernable

Rebeca Stones

Fragmento

cap-2

1

Chloe

Una mudanza, en eso se basa mi vida estos días.

Meter en cajas mis pertenencias, empaquetar toda mi habitación llevándome lo más importante, pero dejando miles de recuerdos por el camino. Observo mi estantería decidiendo qué libros escojo para llevar al que será mi nuevo hogar, podría coger todos, pero también quiero aprovechar para hacer limpieza y dejarle al nuevo inquilino algunas lecturas de bienvenida. Lo siguiente es mi armario, puede que tenga mucha ropa, pero la variedad de estilo brilla por su ausencia. La mayoría de prendas son de color negro, de hecho pocos colores más visualizo entre las perchas... Exceptuando algunos vestidos veraniegos de colores más vivos y los pijamas animados que tanto le gustaban a mi madre, el resto de mi armario es completamente oscuro.

Resoplo y comienzo a doblar la ropa que quiero llevarme. En este caso se me complica más dejar algo atrás, veo en cada camiseta un recuerdo que no quiero olvidar... Cada top me recuerda a una fiesta distinta, cada par de deportivas a una aventura vivida... Joder, qué duro se me está haciendo esto.

Las despedidas también fueron muy duras, puede que no tuviese muchos amigos, pero siempre he preferido calidad a cantidad. Decir adiós a las personas que han crecido conmigo fue triste, porque a pesar de que podamos seguir manteniendo el contacto, todos sabemos que no será lo mismo. No habrá más borracheras en casa de Marta, ni tampoco tardes de compras con Alba... Prefiero no pensarlo mucho, porque tengo la esperanza de volver pronto a la capital española, aunque sea para pasar un fin de semana con ellas.

Después de toda una tarde entre cajas de cartón y cinta de embalar, me doy cuenta de que ya no queda nada más que guardar. Ahora mi habitación parece mucho más grande, sin todas mis revistas tiradas por el suelo y todas las velas que tenía apoyadas en las mesillas.

—¡Chloe, cariño! —grita mi padre desde el salón—. ¿Has acabado ya? Las furgonetas tienen que irse.

—Sí, papá... Ya está todo listo —respondo mientras llevo una de las cajas hasta la puerta del que hasta ahora era nuestro piso.

—¿Quedan muchas cajas en tu habitación?

—Bastantes, la verdad —contesto con sinceridad. Mi padre ha conseguido reducir sus pertenecías a un par de cajas enormes, supongo que él se ha tomado más en serio su idea de «dejar todo atrás y empezar de cero»... Esa fue la frase que utilizó para convencerme de semejante locura.

—Venga, te ayudo a traerlas hasta aquí para que los chicos de la mudanza las vayan bajando.

Una hora después, vemos por la ventana como los furgones parten hacia el sur de España, donde pretendemos echar raíces. Mi padre y yo nos quedamos a solas con las paredes de este piso en el que me crie. Todo se ve tan vacío... Vender el piso no fue nada difícil, tras ponerlo a la venta recibimos cientos de ofertas. No nos extrañó, ya que lo dejamos a muy buen precio para venderlo cuanto antes, a mi padre le urgía escapar de esta ciudad. Al principio me negué, no visualizaba un futuro alejada de mis amigos y de la rutina que había conseguido tener en Madrid. Pero después... Cuando todo lo que me rodeaba me empezó a recordar a ella, comprendí la necesidad de mi padre por buscar un nuevo hogar, por escapar de una realidad que a nuestro pesar no podemos cambiar.

—Lo bueno de tocar fondo es que ahora solo nos queda subir, Chloe —dice mi padre mientras pone su brazo por encima de mis hombros—. Ya verás como todo irá a mejor. ¡Sevilla no está preparada para nuestro ritmo!

No puedo evitar soltar una pequeña carcajada cuando lo veo bailar intentando imitar a una flamenca.

Cuando tuvimos que decidir el destino al cual nos mudaríamos, pusimos sobre la mesa una infinidad de opciones. Mi padre me obligó a hacer una maldita presentación en PowerPoint con los pros y contras de cada ciudad. Sin embargo, todas las que propuse yo no le gustaron. Descartó Londres porque no quiere vivir en el extranjero, descartó Barcelona porque ya había vivido ahí cuando era joven, también descartó Vigo alegando que en Galicia siempre estaba lloviendo... Dejé de proponer opciones cuando me di cuenta de que le sacaría pegas a cualquier destino. Fue entonces cuando una bombilla se encendió en su cabeza, recuerdo que se levantó del sofá y corrió hacia su despacho, desde el salón escuché como encendía la impresora mientras tecleaba en su portátil.

—¡Chloe, ven!

Tras poner los ojos en blanco, me levanté del sofá para ver qué es lo que había preparado. Al entrar en su despacho, una tímida sonrisa se coló por mi rostro. Había impreso un mapa de España, lo había pegado a su diana y me esperaba frente a ella con dos dardos en la mano.

—¿Recuerdas cuando se me metió entre ceja y ceja comprarme una diana? —me preguntó con un tono jocoso.

—Sí, diana que usaste un par de veces —respondí.

—Pues bien, ¡por fin nos será de utilidad, querida! —exclamó ofreciéndome uno de los dardos—. Un tiro cada uno, después tendremos que elegir entre esas dos opciones sí o sí. Dejaremos que el destino sea partícipe en nuestra elección.

—Dios mío... —respondí frotándome las cejas, nerviosa.

—Venga, tú primero.

Suspiré y me puse en posición para tirar, no sabía a dónde apuntar, así que cerré los ojos y dejé que el azar formase parte de mi tiro. Cuando los abrí, me di cuenta de lo estúpida que había sido.

—¡Joder! —exclamé algo enfadada. El dardo había caído justo en el centro, y aunque eso significaría buena puntuación, en ese momento un mapa de España cubría la diana.

—Vaya, vaya... —susurró mi padre contento—. Tu dardo ha caído en Madrid, por lo que mi tiro será el que finalmente decida a dónde vamos.

En efecto, por la tontería de cerrar los ojos conseguí que mi padre tuviese la decisión final, sin opción a un debate entre dos opciones.

—Venga, cierra tú también los ojos, así será más interesante —le propuse.

Mi padre me guiñó un ojo y después los cerró, respiró profundamente y lanzó su dardo con fuerza. Vi como volaba a cámara lenta, con el corazón acelerado y deseando que cayese en una de las ciudades que yo había propuesto... Pero no, el dardo se clavó con contundencia en Sevilla.

—¡Que nos vamos para el sur, nos vamos a Sevilla! —exclamó mi padre eufórico cuando abrió los ojos. Fue corriendo a abrazarme y aunque a mí no me convencía del todo ese destino, me dejé llevar por su emoción.

Y así es como acabamos rumbo a la capital andaluza, dejamos que un maldito juego eligiese nuestra vida. Ahora mismo estoy de copiloto, con el GPS activado en el móvil y deseando que las horas de trayecto pasen rápido. Salimos de Madrid justo después de comer, y si no nos perdemos, en dos horas ya habremos llegado. Subo el volumen de la radio para no quedarme dormida y así no dejar a mi padre conduciendo solo, sé que no le importaría, pero debo indicarle por dónde ir.

Tras un par de discusiones sobre las salidas de las rotondas, unos pitidos de los coches que iban detrás y unos cuantos gritos míos por la frustración de que mi padre no m

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