Rojo, blanco y sangre azul (edición limitada a precio especial)

Casey McQuiston

Fragmento

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UNO

En el tejado de la Casa Blanca, escondido en un rincón del paseo, hay un trozo de revestimiento suelto, justo en el borde del solárium. Si se manipula con delicadeza, se puede despegar lo suficiente para dejar al descubierto un mensaje que alguien grabó debajo con la punta de una llave o tal vez con un abrecartas robado del Ala Oeste.

En la historia secreta de las primeras familias —un aislado vivero de chismosos que han jurado guardar discreción total respecto de muchas cosas so pena de muerte— no se sabe con seguridad quién lo escribió. Lo único que, por lo visto, la gente sabe a ciencia cierta es que tan solo el hijo o la hija de un presidente puede haber tenido el atrevimiento de pintarrajear la Casa Blanca. Hay quien jura que fue Jack Ford, con sus discos de Jimi Hendrix y la habitación de dos alturas que tenía asignada, contigua al tejado para poder salir a fumar por la noche. Otros afirman que fue Luci Johnson de jovencita, con su ancha cinta en el pelo. Pero da lo mismo. La pintada continúa allí, a modo de mantra privado para quienes sean lo bastante ingeniosos para dar con ella.

Alex la descubrió a la semana de estar viviendo en la Casa Blanca, y nunca le ha revelado a nadie cómo.

Dice lo siguiente:

REGLA N.º 1: QUE NO TE PILLEN

Los dormitorios del Este y el Oeste de la segunda planta por lo general se reservan a la Primera Familia. Inicialmente fueron diseñados como un único dormitorio gigantesco para las visitas del marqués de Lafayette durante la administración Monroe, pero al final se dividieron. Alex tiene el del Este, ubicado enfrente de la Sala de Tratados, y June utiliza el del Oeste, situado junto al ascensor.

Cuando eran pequeños y vivían en Texas, tenían los dormitorios organizados de igual forma, a uno y otro lado del pasillo. En aquella época se sabía cuál era la ambición de June aquel mes en concreto observando qué era lo que cubría las paredes. A los doce años, eran pinturas a la acuarela. A los quince, calendarios lunares y fotografías de cristales de roca. A los dieciséis, recortes de periódico de The Atlantic, un banderín de la Universidad de UT Austin, Gloria Steinem, Zora Neale Hurston, y extractos de los papeles de la sindicalista Dolores Huerta.

La habitación de Alex estaba siempre igual, simplemente iba abarrotándose cada vez más de trofeos de lacrosse y deberes del instituto. Todo ello está acumulando polvo en la casa que aún conservan allí. Colgada de una cadena, alrededor del cuello, siempre oculta a la vista, Alex lleva la llave de esa casa desde el día que se marchó a Washington.

Ahora, la habitación de June, situada en el otro lado del pasillo, es un luminoso espacio pintado de blanco, rosa suave y verde menta, fotografiado por Vogue y, según se dice, inspirado en las revistas de interiorismo de los años sesenta que encontró en uno de los salones de la Casa Blanca. La habitación de Alex fue en otra época el cuarto de los niños de Caroline Kennedy, y más tarde, sirviendo de justificante para que June quemase un manojo de salvia a fin de limpiarlo de malas influencias, el despacho de Nancy Reagan. Alex ha conservado las ilustraciones de paisajes que colgaban encima del sofá formando una cuadrícula simétrica, pero en las paredes ha cambiado el tono rosa de Sasha Obama por un azul oscuro.

Lo típico, al menos durante estas últimas décadas, es que los hijos del presidente dejen de vivir en la Residencia cuando cumplen dieciocho años, pero Alex empezó a estudiar en Georgetown el mes de enero en que su madre juró el cargo, y, logísticamente, tenía sentido no dividir el personal de seguridad ni los gastos comunes para proteger también el apartamento de un solo dormitorio en el que iba a vivir él. Aquel otoño llegó June, recién salida de la Universidad de Texas. Ella nunca lo ha dicho, pero Alex sabe que se mudó a la Casa Blanca para poder vigilarlo a él. June sabe mejor que nadie lo mucho que le gusta a su hermano estar donde está la acción, y en más de una ocasión ha tenido que sacarlo a rastras del Ala Oeste.

Tras la puerta de su dormitorio puede sentarse a escuchar a Hall & Oates en el tocadiscos que tiene en el rincón, y nadie lo oye tararear Rich Girl como su padre. Puede ponerse las gafas de leer que siempre insiste en que no necesita. Puede fabricar meticulosamente todas las guías de estudio con pegatinas de diferentes colores que se le antojen. No va a ser el congresista electo más joven de la historia moderna sin habérselo ganado, pero no es necesario que la gente sepa el gran esfuerzo que le está costando. Su prestigio de sex symbol se vendría abajo.

—Eh —dice una voz desde la puerta, y al levantar la vista del portátil ve a June que asoma la cabeza al interior de su habitación, con dos iPhones y un fajo de revistas bajo un brazo y un plato en la mano. Entra y cierra la puerta con el pie.

—¿Qué has robado hoy? —le pregunta Alex a la vez que aparta a un lado el montón de papeles que hay encima de la colcha.

—Un surtido de donuts —responde June sentándose en la cama.

Va vestida con una falda tubo con tablas de color rosa y terminadas en punta. Alex ya se imagina las columnas de moda de la próxima semana: una foto de su hermana con el atuendo que lleva hoy, una pista para algún anuncio patrocinado que hable de las faldas con tablas para la mujer moderna y profesional.

A saber qué ha estado haciendo su hermana todo el día. Mencionó una columna para el Washington Post, ¿o era una sesión de fotos para su blog? ¿O las dos cosas? Nunca consigue seguirle el ritmo.

June ha colocado sobre la colcha las revistas que traía y ya ha empezado a hojearlas.

—¿Qué, poniendo tu granito de arena para mantener viva la industria del cotilleo?

—Para eso he hecho la carrera de periodismo —replica June.

—¿Hay algo interesante esta semana? —pregunta Alex al tiempo que coge un donut.

—Veamos —responde June—. In Touch dice que... estoy saliendo con un modelo francés.

—¿Y es verdad?

—Ojalá. —Pasa unas cuantas páginas—. Ooh, y aquí dice que tú te has blanqueado el culo.

—Eso sí que es cierto —responde Alex masticando un donut de chocolate con cositas por encima.

—Justo lo que pensaba yo —dice June sin levantar la mirada. Después de hojear la mayor parte de la revista, busca en el fondo del fajo y saca People. Empieza a pasar hojas con ademán distraído, porque People solo escribe lo que sus publicistas le dicen que escriba. Contenido aburrido—. Esta semana no hay gran cosa sobre nosotros... Ah, mira, me han puesto como pista en un crucigrama.

Llevar un seguimiento de las apariciones suyas y de su hermano en la prensa sensacionalista constituye una especie de afición ociosa para ella, una afición que unas veces divierte y otras molesta a su madre, y Alex es lo bastante narcisista para permitir que June le lea lo que es más digno de resaltar. Por lo general, son cosas completamente inventadas o textos proporcionados por el equipo de prensa, pero a veces resultan muy útiles para alejar los ocasionales rumores desagradables. Puestos a elegir, Alex prefiere leer una de los centenares de historias ficticias que cuentan de él en internet, la enésima versión de sí mismo en la que sus admirador

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