Leo y Robert. Antes de tiempo (Leo y Robert 1)

Marcos Bueno

Fragmento

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Prólogo

Julio

Para poder explicar con detalle cómo he acabado en la parte trasera de un Fiat 500 sin aire acondicionado, en pleno mes de julio, y con seis horas de camino por delante, debo remontarme unos meses atrás en el tiempo. Fue a mediados de primavera, pero no lograría especificar el día aunque me lo propusiese. Tampoco sabría decir si los almendros que crecen en mi calle ya habían florecido o si aún no estaba de más usar uno de esos jerséis que papá y mamá me habían regalado por Navidad, la última que pasaríamos los tres juntos.

Ares y yo estábamos tirados en el sofá del salón de su casa. Sus padres le habían dejado solo para irse a recorrer algunos pueblecitos de la costa andaluza y nosotros habíamos aprovechado para pasar el fin de semana juntos, haciendo un maratón de películas de Keira Knightley, su actriz favorita, y jugando a Gemas y Dragones.

«Necesitas salir de tu habitación» se había convertido en la frase favorita de mi mejor amigo. Me lo repetía todo el rato, como si fuera un mantra que yo no terminase de entender desde mi ruptura con Bruno. Y aunque mi mejor amigo había conseguido que me pusiera algo diferente al pijama y me arrastrara hasta su casa para no estar solo y triste, aún no le permitía que fuéramos a lugares llenos de gente a pasar el tiempo. Me daba miedo que el resto del mundo me viera así.

Después de terminar el último y cálido fotograma de Orgullo y prejuicio, Ares se recostó junto a mí, mientras yo degustaba uno de esos dónuts de chocolate que él me había comprado en esa tienda americana que le encanta.

—Un clásico. Esta peli es, simplemente, un clásico. —Silencio—. ¿Cómo te encuentras, Leo?

—Bueno… —contesté sin dejar de masticar y secándome los párpados con la manga de la sudadera—. Ha sido como si me apuñalasen tres veces en el pecho, pero por lo demás…

—Oye, mira que te avisé de que un maratón de Keira Knightley quizá no fuese la mejor idea. Siempre podríamos haber optado por Jim Carrey.

—Odio a Jim Carrey. Bueno, no a él, pero sí sus películas.

—¿Y quién no?

—Estoy bien, tranquilo —dije mientras me incorporaba, claramente mintiendo. Esto hizo que él soltara un gruñido cuando su cabeza rebotó contra el cojín del sofá—. Me apetece ver Begin Again.

—¿No crees que es un poco masoquista por tu parte elegir justo esa?

Yo me di la vuelta un momento antes de seguir buscando el DVD en la enorme estantería del salón, concretamente en la balda que tenía reservada para todas sus películas. Claro que podíamos encontrarla en Blinx o en cualquier otra plataforma de streaming, pero para algunas cosas Ares era un poco purista, y el ritual de sentarnos a ver la filmografía de Keira era una de ellas. Encontraba una inexplicable satisfacción en el chasquido que producían las carátulas al extraer los discos y en ver después cómo estos se introducían en el reproductor con un sonido mecánico.

—Solo por disfrutar del plano de ella montando en bicicleta y convirtiéndose en un alma libre en Nueva York ya merece la pena. Además —añadí—, la banda sonora es increíble.

Y, antes de que me diera tiempo a alcanzarla, escuché cómo mi amigo daba un brinco a mi espalda.

—Leo, ¡que viene Pink Tokyo a España!

—¡¿QUÉ?!

Me acerqué a él rápidamente para comprobar de qué estaba hablando. En la pantalla de su teléfono móvil aparecía una fotografía con todos los miembros de Pink Tokyo sobre un fondo rosa en el que podía leerse «European Tour».

—Julio, en el… Mierda, ¡esto es en Barcelona!

—¿«Villa Plutón»? —leí, alzando una ceja—. Nunca he oído hablar de ese sitio.

—Bueno, por mí como si tocan en mitad del Manzanares. ¡Hay que ir a verlos!

En la página web del festival una frase se repetía constantemente: «En Villa Plutón, la música y el verano pueden cambiarte la vida».

—Hostias, ¡esto pinta a planazo increíble! —gritó mien­tras yo terminaba de poner la película en el reproductor y volvía a acomodarme en el sofá.

—Ya…

—Oye, ¿por qué ese «ya» no ha sonado a «¿cuándo compramos las entradas?»?

—No sé.

—Leo, vamos a ir. No hay otra opción, ¡es Pink Tokyo!

La pantalla del televisor comenzó a mostrar las primeras imágenes de la película y las notas musicales intentaron abrirse paso a través del silencio al que yo parecía aferrarme. Ares se cruzó de brazos y me miró con ojos inquisidores a escasos centímetros, esperando una respuesta por mi parte.

—No digo que no me apetezca. Es solo que no sé hasta qué punto…

—… te apetece, Leonardo.

—No me llames así.

En realidad, era cierto que desde hacía unas semanas todo me había dejado de estimular de forma progresiva, como si un largo eclipse estuviera teniendo lugar en mi cabeza y me nublara la vista, el apetito y las ganas de hacer cosas. No quería pasármelo bien, no me lo permitía. Había dejado que la tristeza encontrara su sitio en algún lugar bajo mi pecho y que se extendiese poco a poco como un veneno al que me hubiera acostumbrado.

Una vez leí en algún libro que, cuando terminas una relación tóxica, tu vida cambia drásticamente, como si volvieras a ver las cosas tal y como las apreciabas antes de lanzarte a ese océano tormentoso. En mi caso no fue así. Yo seguía recordando su voz, como el murmullo de las olas, a pesar de haberme decidido a cortarlo todo de raíz. Algunas noches deseaba que me empapasen una vez más, deseaba desbloquear a Bruno en mi teléfono para que pudiera llamarme otra vez, y también dejar que sus manos tomasen mi cuerpo como él quisiera. Algunas noches… deseaba que se subiera a uno de esos autobuses verdes que pasaban por delante de su casa y se plantase bajo mi ventana, donde el neón de los escaparates iluminaría su rostro.

Y, sin embargo, cuando saludaba a mi reflejo cansado a la mañana siguiente, me agradecía a mí mismo no haberlo hecho. A veces lloraba; otras no. Era frustrante sentir que todo seguía aún en mi cabeza, demasiado reciente, como una puerta atrancada que el viento empuja y hace que chirríe. No terminaba de comprender cómo, aun sin estar juntos, Bruno parecía consumir mi energía de aquella forma.

—¿Te lo pensarás, al menos? —preguntó Ares con delicadeza.

Asentí, pero sin dejar de mirar a la pantalla.

—¿Podemos ver la película, por favor?

Él no se negó. Cogió el mando a distancia y subió un poco el volumen mientras Keira cantaba en un bar sobre cómo el cabrón de su ex le había partido el corazón sin importarle una mierda.

Unas semanas más tarde, mamá y yo fuimos a cenar por mi cumpleaños a Jardín Zhou, nuestro restaurante fa

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