¡Mi vecino es stripper!

Melissa Hall

Fragmento

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1

Cuando mis padres se divorciaron, dejé de ser su única hija para convertirme en una maleta que se podían pasar cada vez que querían. Con mi madre convivía entre semana y con mi padre, el fin de semana.

El apartamento de mi padre era muy diferente a la enorme casa donde vivíamos todos juntos. Estaba cerca del centro, pero no era muy grande: dos dormitorios, una cocina y un pequeño comedor. Compartir cuarto de baño no entraba en mis planes y menos cuando disfrutaba de uno propio.

Miré la habitación donde dormiría. Tenía una pequeña cama al lado de la ventana y un escritorio que ocupaba el poco espacio restante que quedaba. Se podía pasar perfectamente... pero me seguía faltando espacio.

—¿Qué te parece tu nueva habitación?

Intenté sonreír.

—Está bien —dije, sentándome en la cama.

Él se colocó bien las redondeadas gafas y, con una sonrisa, me pasó una bola de cristal.

—Es un regalo.

—Papá...

Intenté callarlo, pero él insistió en seguir hablando.

—No quiero que pienses que estoy comprando tu cariño. Desde que tu madre y yo nos hemos divorciado, te sentimos alejada de nosotros. —No solo parecía triste, el tono de su voz lo confirmaba—. Te queremos.

Por supuesto que mis padres me querían. No tenía nada que ver que ellos se hubieran divorciado para que dudara de su amor hacia mí. El problema era otro: extrañaba a mi familia. Los tres unidos como siempre.

—¿Qué es? —pregunté curiosa.

—Es una bola de cristal que compré en Suiza. Sé que te encanta coleccionarlas. —La cogí con cuidado. Temía que se resbalara de entre mis dedos y se rompiera. Era preciosa. Amaba la Navidad, y aquellas magníficas bolas de cristal me traían bonitos recuerdos—. Esta noche tengo que trabajar. Me han cambiado el turno en el hospital.

—No te preocupes. —Estaba acostumbrada a quedarme sola alguna que otra noche los fines de semana. Su trabajo era importante y lo entendía perfectamente. No tenía intención de coger una rabieta—. Comeré cualquier cosa o llamaré a la pizzería más cercana que haya, papá.

Asintió con la cabeza y, casi sonriendo de felicidad, cerró la puerta dejándome refugiada en un agradable silencio. La maleta cayó a mis pies. El aire fresco que se colaba por la ventana me invitó a levantarme de la cama. Todo parecía normal a través de esa ventana. Había un patio de luces y los vecinos no eran ruidosos, lo que era de agradecer. Pero algo extraño llamó mi atención: había un chico delante de mi habitación.

En su apartamento no había cortinas que lo ocultaran de los demás y pude ver que su habitación era más grande que la mía. Lentamente se acercó hasta la ventana.

Y entonces pasó algo que nunca habría esperado.

¡Se desnudó!

El chico empezó a quitarse la ropa delante de mis ojos, incluso estando yo allí parada, llamando su atención. Nerviosa, tragué saliva, pero no me aparté en ningún momento (ni retrocedí unos pasos).

Hasta que sus ojos me miraron y, como una estúpida, me escondí, huyendo del momento incómodo que acababa de vivir.

Cuando mi padre se marchó del apartamento, salí de mi habitación para olvidar el pequeño encuentro que había tenido con uno de los vecinos más jóvenes que probablemente vivían en ese edificio. Seguramente el chico pensó que era una acosadora, una lunática o una desesperada que mataba su tiempo espiando a sus vecinos.

Sacudí la cabeza esperando que me hubiera ignorado.

Cogí una bandeja con comida y la metí en el microondas a una temperatura baja (no quería quemar esas cuatro albóndigas que había).

El timbre sonó de repente.

Sonreí. Estaba convencida de que mi padre se había olvidado de nuevo las llaves del coche. Era un despiste que tenía desde que era jovencito. Dando saltos por el comedor, me acerqué hasta la puerta y la abrí.

—Papá —dije sin mirarle a los ojos—. ¿Las llaves...

Se hizo un silencio y me ahogué en mis propias palabras.

No era mi padre.

—Hola —saludó—, soy el vecino...

Le cerré la puerta en las narices. El vecino desnudo estaba delante de mi puerta.

¡Socorro!

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2

Los golpes siguieron resonando en la puerta de la entrada. Aquel chico no se daba por vencido y menos después de haberle cerrado la puerta sin decir nada. Sentí cómo mis mejillas ardían, cómo el tono de mi piel cambiaba en segundos. Me asusté y todo porque lo había visto desnudo.

No era culpa mía, el culpable era él.

—¿Q-qué q-quieres? —tartamudeé como una estúpida.

El corazón cada vez me iba más rápido.

Por un momento pensé que él no me había escuchado, pero sí que me oyó. Estaba convencida de que había pegado sus labios a la puerta para que el sonido de su voz terminara llegando a mis oídos.

—Presentarme —soltó una risa que a cualquier chica le gustaría oír—. Mi nombre es Ethan. Encantado.

Pensé qué le iba a decir.

—Igualmente —dije muy rápido.

—¿No vas a decirme tu nombre?

Alcé los hombros, pero no podía ver mi gesto. Así que respondí:

—Freya.

—Original y bonito.

Me entraron ganas de reír. Era tan directo como mentiroso.

—¿Me dejas entrar?

—¡No! —Al parecer estaba loco—. Tengo cosas que hacer... —No le di explicaciones—. ¡Adiós!

—Espera. —Siguió en el mismo sitio, en el pasillo de la planta, hablando solo y mirando a una puerta cerrada—. ¿Puedo preguntarte qué hacías en la ventana?

Si seguía preguntándome estupideces estaba convencida de que moriría. Vivir con mi padre era todo un reto, pero no sabía que tendría sus raras consecuencias, como por ejemplo soportar a un nudista como vecino.

Estaba siendo amable, pero a la vez muy testarudo. No quería hablar con él, deseaba que Ethan desapareciera. Cerré los ojos y, cansada de tener los labios cerrados, respondí:

—Solo contemplaba la noche.

Ethan volvió a reír.

—Estabas vigilándome. —Me lo imaginé con una sonrisa traviesa—. ¿Te gusta lo que has visto?

—¡¿Qué?! —grité alterada.

—Digo... ¿Si te gusta lo que has vist...

Lo había entendido perfectamente.

—Por supuesto que no —gruñí—. ¿Qué pregunta tan estúpida es esa?

—Una cualquiera. —Jugó con el pomo de la puerta—. Así que te gusta observar a los hombres cuando están desnudos.

—¡No! —¿Estaba loco o a qué estaba jugando?

Él solo sabía reír descaradamente, burlándose de mí.

—¡Márchate o llamaré a la policía!

—Pensé que nos llevaríamos bien. —Estaba como un cencerro—. ¿Crees que nos volveremos a ver?

Negué con la cabeza incluso cuando Ethan no podía verme.

—¿Es que eres sordo? ¡Vete!

—Lo haré, pero prométeme algo... —Seguía con un juego en el que yo no entrab

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