Sotavento

Rebeca Stones

Fragmento

sotavento-3

Capítulo 1

Veira se muere. Nuestra isla, nuestro hogar, la tierra que nos vio crecer.

Veira ha sido la víctima de la sobreexplotación humana, y somos nosotros, los verdugos, quienes tendremos que asumir las consecuencias de sus actos.

Nos hemos quedado sin peces que pescar, sin tierras que cultivar y sin animales a los que criar. Las pocas reservas que nos quedan reducen nuestra esperanza de vida a un par de años. Los isleños son conscientes de este problema, saben que tendremos que huir si queremos prosperar, el contratiempo reside en que nadie conoce otro lugar. Incluso desde el pico más alto de toda nuestra isla, lo único que se ve en el horizonte son kilómetros y kilómetros de mar. Incluso los pescadores, quienes cada día deben adentrarse más en el océano, nunca han visto ni un solo atisbo de costa.

Nadie sabe qué hacer y no tenemos demasiado tiempo para pensar. El pueblo de Veira me brindó el honor de ser su gobernador, llevo sobre mis hombros la responsabilidad de devolverle a esta hermosa isla la fe que han depositado en mí. Es mi deber buscar una solución a este problema que acabará consumiéndonos. Y solo hay una escapatoria a la hecatombe, hallar un destino al que escapar.

En el escritorio de mi despacho, donde espero impaciente a que llegue la hora de la urgente reunión que he convocado, descansan numerosos mapas y material náutico que he estado preparando para la expedición. Todavía desconozco el veredicto final de los isleños, pero confío en que vencerán el miedo que les provoca lo desconocido. Al fin y al cabo, lo que nos espera si nos quedamos de brazos cruzados es difícilmente empeorable. Sea lo que sea lo que encontremos en el inmenso mar, será mejor de lo que tendremos si asumimos nuestro destino sin luchar por cambiarlo. Sobre la mesa también tengo la correspondencia que intercambié con algún que otro intelectual de Veira. Hablé con ellos sopesando cuál era la mejor opción para el resugirmiento de nuestro país, y todos apoyaron el arriesgado plan que lleva vagando por mi mente desde que tengo uso de razón.

—¡Marco, el gobernador más guapo y apuesto que ha tenido jamás Veira!

La puerta de mi despacho se abre, e incluso antes de escuchar su voz, sé que es Ronan quien ha irrumpido en mis pensamientos.

—¿Necesitas algo? —pregunto con una tímida sonrisa. Creo que jamás terminaré de acostumbrarme a la exaltada e inagotable personalidad de Ronan.

—Solo quería ver qué tal estabas. Falta muy poco para tu aparición pública, ya tienes a todo Veira esperando oírte en la plaza.

Los minutos pasan y el momento de subir al estrado está cada vez más próximo. Mentiría si dijese que no estoy nervioso, he de admitir que hablar en público no se me da demasiado bien. Aunque suene algo contradictorio dado el cargo que tengo, no me gusta ser el centro de atención. Prefiero pasar inadvertido y actuar desde las sombras, algo que tras la rebelión que tuvo lugar hace unos años he tenido que dejar de hacer. Ahora soy el representante de todo Veira, acepté este papel con gusto para intentar arreglar los destrozos que mi padre hizo a este país, mi conciencia necesitaba hacer todo lo posible para dejar de sentir la culpabilidad que todavía hoy sigue sin dejarme dormir.

—Bien —respondo omitiendo mi nerviosismo— ya tengo claro lo que diré en el estrado.

—¿Y qué dirás? —pregunta Ronan mientras toma asiento y clava sus enormes ojos azabaches en los míos.

—Sabes muy bien lo que planeo decir.

—Oh no… ¡Espero que no sea lo que estoy pensando! —exclama balanceándose en la silla como un niño pequeño.

—Sí, les contaré a todos lo que llevamos años queriendo hacer.

—¡Venga ya, Marco! No me puedo creer que continúes obsesionado con esa historia. Qué tendríamos, ¿diez años? Es una locura que sigas pensando en ello.

Ronan y yo tenemos un sueño en común. Desde que éramos unos críos nuestra mayor aspiración era encontrar la isla prometida. Pasábamos horas leyendo manuscritos e interpretando mapas, buscando con anhelo ese lugar misterioso del que yo le hablé por primera vez. Recuerdo esa tarde en la playa como si fuese ayer, le miré buscando en sus ojos comprensión y le confesé lo que veía cada noche cuando me iba a dormir. Cuando duermo, un mismo sueño se repite en bucle, un sueño en el que paseo por unas calles muy diferentes a las de Veira… Llenas de lujos; esculturas doradas, jardines muy bien cuidados llenos de flores exóticas, increíbles fuentes de agua… E incluso juraría que puedo recordar el olor a deliciosa comida impregnado en el aire. Todos intentaban persuadirme de que no era más que un sueño, menos Ronan. Esa tarde él agarró mi mano y me prometió que encontraríamos ese paraíso juntos.

—Ronan, en todos estos años tú eres el único que siempre ha creído en mí —digo mientras camino por el despacho—. Esa historia que te contaba día tras día siendo niños es mucho más que una simple historia. Son recuerdos, Ronan, recuerdos borrosos que siguen dentro de mi cabeza.

—Muy bien… No seré yo quien te ponga en duda, sabes que me apunto a cualquier aventura —responde creyendo ciegamente en mí—. Pero ¿cómo planeas contárselo a toda esta gente?

Ronan se levanta y corre las cortinas. Desde la ventana señala la plaza de Veira, llena de gente.

—En esa maldita plaza no cabe ni un alfiler, ¡ni un maldito alfiler! —exclama golpeando la punta de su dedo contra el cristal.

—Ronan —digo acercándome a él de forma seria y contundente.

—¿Qué? —pregunta al tiempo que gira su cabeza hacia mí.

—¿Tú confías en mí? —Aunque conozco su respuesta, necesito oír de nuevo lo que está a punto de decir.

—¡Claro! Sabes de sobra que eres uno más de mi familia, eres mi hermano, Marco.

Aunque él y yo no compartimos la misma sangre, Ronan y su familia me acogieron cuando me quedé desamparado. Desde ese momento pasé a ser uno más, en esa casa conocí por primera vez el amor y la bondad.

—Pues hoy, cuando salga al estrado, le pediré a todos los ciudadanos que confíen en mí como tú lo haces —digo mientras agarro su cara entre mis manos—, y ellos no tendrán más remedio que confiar, porque la solución que les presentaré es la única forma de escapar de una muerte inminente.

Ronan guarda silencio mientras hace un leve asentimiento. Ambos sabemos que aunque mi plan esté dirigido por la locura, es la única opción que tenemos. Le tiendo la mano y Ronan la agarra con fuerza. Estamos juntos en esto y nos embarcaremos juntos en busca de un futuro mejor.

La puerta de mi despacho se vuelve a abrir, esta vez es mi secretario, quien me avisa de que ha llegado el momento, todo el mundo está esperando oír lo que tengo que decir. Termino de acicalarme el pelo y me abrocho los últimos botones de la camisa, quiero causar buena impresión y que vean en mí la imagen de un buen líder, el buen líder que siempre necesitaron y nunca pudieron tener.

—Señor gobernador —bromea Ronan mientras sujeta la puerta, dejándome pasar.

—Quiero que subas conmigo al escenario, necesito tu poder de convicción —le pido mientras caminamos hacia la plaza. Ronan y yo encajamos tan bien porque somos muy diferentes el uno del otro. Mi timidez contrasta con lo extrovertido que es, mientras que mi madurez se opone a s

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos