Quien ama último ama mejor (Bad Boy's Girl 5)

Blair Holden

Fragmento

cap-1

 

Prólogo

Lo que empezó siendo el relato de las desventuras de una chica insegura y desesperada por conseguir el amor y la atención de un chico cualquiera ha acabado siendo una historia de amor digna de pasar a la posteridad, ¿verdad? ¿Cómo iba a saber yo que adorar a Jason Stone desde la soledad de mi habitación me llevaría hasta aquí, tan lejos?

En algún lugar, un reloj marca la hora y mi corazón se acelera como si estuvieran sincronizados. Algo está a punto de ocurrir, se lo veo en la mirada. Pero Cole, la persona con la que sé que estoy destinada a pasar el resto de mis días, tiene una expresión ilegible en la cara. Últimamente lo hace mucho: pretender que adivine lo que está pensando. Antes creía que Cole era como un libro abierto para mí, que siempre sabía qué le pasaba por la cabeza. No te voy a mentir: estos últimos dos meses, las aguas han estado un poco... revueltas. Quizá es culpa de la distancia, sobre todo después de haber sido uña y carne en la universidad. Ahora, en cambio, estamos tan ocupados construyendo el resto de nuestras vidas que nos cuesta encontrar un rato libre. Pero eso de que la distancia es un rollo tampoco es nada nuevo.

Lo que sí es nuevo es la forma en que me mira, lo esquivo que está desde que he vuelto. Mira el reloj y a mí se me revuelve el estómago. Es la misma sensación que cuando se acerca una entrega y sé que es imposible que me dé tiempo. Me asalta una sensación desagradable, una especie de premonición, y tengo que controlarme para no levantarme y salir corriendo. ¿Qué pasaría si me levantara de la mesa en medio de la comida, atravesara a la carrera el restaurante, cogiera un taxi y me encerrara en casa? Pero no, sería muy mala idea, como todas las que se me ocurren esta noche. Cole ha tenido el detalle de pedirse unos días libres en el bufete de abogados donde hace las prácticas de verano para coger un avión y venir a verme en mi primera semana de vuelta a mi puesto de trabajo. Es un gesto precioso por su parte y por eso estoy decidida a salvar este extraño abismo que nos separa. Hemos tenido mucho espacio y mucho tiempo para pensar, largas noches al teléfono, hablando simplemente, sin que la distancia física nos impidiera comunicarnos.

Así soy yo, conquistando la vida y la madurez, todo de golpe.

Me he pasado medio año viviendo en Londres con una compañera de piso de todo menos amigable, a la que le encantaba acaparar hasta el último centímetro cuadrado del minúsculo piso de dos habitaciones que compartíamos. He lidiado con Leila después de sus juergas nocturnas y por las mañanas, entre amenazas contra mi integridad física si se me ocurría entrar en el lavabo para ducharme mientras ella vomitaba el escaso contenido de su estómago. Siento que la convivencia con ella ha sido como un curso intensivo sobre la madurez mucho más útil que todo lo que viví en la universidad.

No debería estar asustada, lo sé, pero no puedo evitarlo.

Porque no alcanzo a interpretar la expresión a Cole.

Está guapísimo con sus vaqueros ajustados y su camisa negra, y huele tan bien que me ha costado lo mío no arrastrarlo de vuelta al piso y encerrarme allí con él el resto de este fin de semana de cuatro días. Pero al final he conseguido controlarme, y es que el pobre había reservado mesa en uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad y yo nunca le digo que no a una cena en condiciones, aunque mi novio pueda rivalizar perfectamente con el mejor menú degustación.

—Tessie, te veo nerviosa.

Lo dice con una voz áspera y extraña, y mi cuerpo reacciona al momento. Siento un escalofrío, pero no tiene nada que ver con el aire acondicionado del edificio. Cuando llegué de Londres y me encontré a Cole esperándome en el aeropuerto, lo primero que hice fue refugiarme entre sus brazos y descubrir que, a pesar del tiempo que habíamos estado separados, nos sentíamos tan cómodos como siempre. Volvíamos a ser los mismos de antes, puede que incluso mejores gracias a los meses en que solo habíamos podido hablar, escuchar y hacernos cada vez más fuertes. Pero de eso hace ya un par de semanas y, desde entonces, Cole y yo nos hemos centrado en nuestras respectivas rutinas, por aburrido que suene. Él ha retomado las prácticas y yo me estoy adaptando poco a poco a mi vida de antes, aunque esta vez, por suerte, sin Leila.

Pero ahora Cole está aquí, haciéndome ojitos e intentando provocarme un infarto al mismo tiempo. Su actitud parece normal, pero no para de echarme miraditas y desnudarme con los ojos. Eso es bueno, ¿no? Benditos sean los vestidos ajustados de escote pronunciado y los sujetadores push-up.

—No estoy nerviosa. —Hecha un lío, quizá, pero nerviosa no. Hundo el tenedor en el plato de pasta y me llevo un par de bocados a la boca con aire ausente—. Pero ¿estás seguro de que no quieres contarme algo? No sé, ¿ahora mismo, por ejemplo? Esto ya lo hablamos, ¿recuerdas? Sinceridad total.

Cole traga saliva. Por primera vez en toda la noche, se le ve inseguro y no puedo evitar volver a sentir la extraña sensación de antes. La última vez que me ocultó algo y se dedicó a hacer de héroe en secreto, las cosas se pusieron tan feas que es normal que esté un poco mosqueada.

—Sinceridad, sí. Tienes razón.

—Eso mismo pienso yo, así que ¿te importa decirme en qué estás pensando?

Cole se apoya en el respaldo de su silla y me mira fijamente. Una parte de mí siente unas ganas horribles de coger el bolso y salir corriendo de aquí, mientras que la otra se muere de ganas de oír lo que tenga que decirme, como si llevara toda la vida esperando este momento.

—¿Recuerdas cuando te dije que había estado pensando en algo?

—Y yo te dije que eso sonaba muy genérico y hasta un poco siniestro.

Se ríe.

—Justo lo que cualquier tío quiere oír de su novia.

Me encojo de hombros.

—Seguro que te has dado cuenta de que he estado todo el rato asustada mientras aquel buen hombre de allí nos servía la cena.

Señalo con la cabeza hacia el camarero, que se ha mostrado bastante afectado después de rallar parmesano sobre mi plato de pasta y ver que yo no reaccionaba debidamente.

—¿Y por qué no me lo has dicho antes, bizcochito? Dios, no llevo aquí ni medio día y ya la estoy cagando.

Le doy una patadita juguetona por debajo de la mesa.

—No seas tan duro contigo mismo, Stone, que la noche es joven y aún puedes hacerlo mucho peor.

Pone los ojos en blanco, pero extiende la mano por encima de la mesa para coger la mía y respira hondo como si se estuviera preparando para decir algo importante.

«Corre, Tessa, corre», me grita mi cerebro, pero yo le digo que se vaya a freír espárragos.

—Quería esperar hasta después de la cena y endulzarlo con un poco de tarta de queso y Nutella, pero supongo que ninguno de los dos quiere esperar más.

Arqueo una ceja y me muerdo la lengua para no decirle que, pase lo que pase, antes de que acabe la noche va a tener que invitarme a un buen trozo de tarta de queso.

—¿Recuerdas lo que te dije en la boda de Travis y Beth? Lo decía en serio, hasta la última coma.

Se me para el corazón y creo que hasta he dejado de respirar porque la cabeza me da vueltas. De repente, los recuerdos de aquel día me acribillan como un millón de mariposas revoloteando en mi estómago. Aq

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