Las dudas de Alexia (Saga Alexia 2)

Susana Rubio

Fragmento

cap-1

 

Prólogo

Entré en la habitación de mi madre, aprovechando que se había dejado la puerta entreabierta, y procuré que no me oyera. Solo quería coger su móvil para ver sus notas y saber la clave de la caja fuerte, donde seguía estando mi cuaderno requisado. Ella había entrado en mi habitación y había rebuscado entre mis cosas. Las dos podíamos jugar a lo mismo, ¿verdad?

Al ver que mi madre dormía de espaldas a la puerta entré más tranquila. Cogí su Iphone y lo silencié, por si acaso. Marqué la contraseña con decisión. La sabía porque se la había visto teclear muchas veces: era mi fecha de nacimiento. Siempre había pensado que usaba esa contraseña para que nadie la pudiera averiguar ya que hasta entonces era como si nunca hubiera tenido una hija.

El móvil se encendió y me volví para que la poca luz que emitía el teléfono no la molestara. De todos modos, ella jamás dormía a oscuras, la persiana de su habitación siempre estaba levantada. Se veía perfectamente allí dentro.

Busqué la aplicación de notas y no encontré apenas nada. Fui a la de recordatorios, donde tenía apuntadas un par de reuniones, pero nada más. ¡Vaya, mi gozo en un pozo! Seguro que tenía la maldita contraseña de la caja fuerte en su cabeza. Había probado varias combinaciones, pero ninguna de ellas había funcionado.

Iba a dejar el móvil tal como lo había encontrado, pero me picó la curiosidad y miré sus fotos: un documento, otro documento, unos libros de derecho, una tarjeta de algún cliente, unos zapatos de una revista... Si es que era aburrida hasta con las fotos. Un calendario con un bombero, vaya, vaya... Una hoja de reclamación con muchos datos, una factura de un billete de avión y... ¡la hostia! El puto móvil estuvo a punto de caérseme de las manos. Lo cogí con fuerza y me mordí los labios. Si me pillaba mirando sus fotos, lo más probable es que despertara a la bestia.

Miré de nuevo aquella foto, la que casi había logrado que rompiera el teléfono en mil pedazos contra el suelo. No podía creer lo que estaba viendo...

Era mi madre en pelotas con... con el padre de Thiago.

cap-2

1

 

 

Once días antes...

 

—¿Por qué no vienes? En serio.

Era la enésima vez que Lea me proponía que cenara con su familia en Nochebuena.

—Adam, ¿nos pones otra cerveza, por favor? —le pregunté al verlo pasar por nuestro lado.

—Ahora mismo, guapísima.

El camarero de El Rincón parecía que había despertado y cada día tenía más chispa. Seguía saliendo con Ivone y se les veía bien, cosa que a nosotras dos nos alegraba mucho. Le habíamos cogido una especie de «cariño fraternal» y recurría a nosotras para pedirnos consejos o para preguntarnos dónde podía llevar a su chica a cenar.

—Lea, ya te lo he dicho. Las Navidades son para estar con la familia. Además, el año pasado ya estuve sola. No te preocupes por mí.

—Joder, pero si ni siquiera sabes si estará tu madre en casa. El año pasado se fue, ¿no? Pues ven a mi casa, te lo digo de verdad.

—Lo sé, pero ¿tú sabes cómo me sientan a mí estas fiestas? No es por joderte, Lea. Pero verte con tu familia me hace más mal que bien, ¿lo entiendes?

—Yo qué sé —dijo resignada ante mi argumento.

—Te lo agradezco, loca, pero prefiero quedarme sola en casa. En serio —añadí convencida.

Era cierto. Ver a los demás celebrar las Navidades con sus seres queridos me entristecía más de la cuenta. No necesitaba corroborar cómo el resto de la humanidad sí tenía el calor de un hogar. Las únicas Navidades que había vivido con una auténtica familia habían sido las últimas antes del accidente. Las pasamos en París porque mi padre había logrado alargar su estancia allí desde agosto. Estuvimos exactamente seis meses antes de volver a Madrid y logramos crear un verdadero ambiente navideño en el apartamento de Judith.

¿Había llegado ya el momento de llamarlos? Sí, lo tenía en mente y cualquier día que me diera el punto lo haría, aunque seguía creyendo que primero quería ver a mi padre a solas.

—Como quieras, petarda. Y Nacho ¿qué hace? ¿Se van de viaje al final? —preguntó Lea mirando hacia una mesa donde había un par de chicos.

—Sí, se van a Cádiz a ver a la familia y eso. Mañana a primera hora cogen el avión.

—Joder, se va todo el mundo. Thiago también, ¿verdad?

—Creo que sí, pero no lo sé seguro.

Con Nacho y Thiago todo seguía igual.

Salía con Nacho y nos lo pasábamos genial, aunque ninguno de los dos se comprometía demasiado. A mí ya me estaba bien y a él también.

Con Thiago habíamos coincidido en alguna ocasión con ese grupito de pijos al que yo no soportaba demasiado. Claro que Thiago y yo nos habíamos ignorado mutuamente. Después de aquel tonteo descarado en la discoteca ni él ni yo nos habíamos acercado más de la cuenta. ¿Por qué? Yo tenía mil teorías sobre su alejamiento, pero la principal era que en la discoteca lo había rechazado, con lo cual le había dejado claro que mi opción era Nacho.

De todos modos, lo nuestro era inexplicable; como si la historia se hubiera quedado a medias y necesitara un final. Como si él supiera que yo me iba a enterar en algún momento de que la había cagado con él y estuviera esperando mis disculpas.

—¿Ibas a decirme algo? —me preguntaba con ese tono de sabiondo de vez en cuando al encontrarnos en la biblioteca o en Colours.

—¿Yo? Nada que no sepas —le respondía siempre.

Sí, vale, le debía una disculpa, pero no sabía ni por dónde empezar. Estaba tan lejos de mí que no veía el momento y cuando me lo preguntaba de esa manera no me daba la gana de decirle que sí, que le quería pedir perdón. Tampoco íbamos a arreglar nada. Él lo había dejado claro: no le molaban las personas tan desconfiadas como yo. A eso había que sumarle que yo era una cría para él y que él era demasiado imprevisible para mí. Lo nuestro no tenía ningún futuro, aunque tampoco parecía que estuviera terminado. Yo pensaba en él más de lo debido, no lo voy a negar. Salía con Nacho, pero en demasiadas ocasiones Thiago aparecía en mis pensamientos. Y lo peor de todo era que no lo podía evitar, como si no estuviera en mis manos el solucionar aquella historia.

Yo también lo buscaba; lo seguía con la vista por el bar; me quedaba mirando sus gestos cuando hablaba y sabía que no podía verme; lo observaba cuando trabajábamos juntos en el proyecto, y tampoco podía evitar verlo coquetear con otras. Ahora su repertorio era más amplio y podías verlo una noche con una rubia deslumbrante y otra con una morenaza de mucho cuidado. Seguía liándose con su amiga Débora, quien le comía la boca como una desesperada. Supongo que al saber que yo rondaba por ahí la tía le ponía más énfasis al asunto. Pero lo suyo no era algo serio, estaba clarísimo, porque incluso a ella la había visto enrollándose con otro tío.

—Joder, Alexia, es nombrarte a Thiago y no veas c

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