Belle Morte 1 - Belle Morte

Bella Higgin

Fragmento

belle_morte-2

Capítulo 1

Renie

Vi Belle Morte por primera vez cuando la limusina llegaba a la cima de la colina por una carretera empinada. La mansión de los vampiros estaba a las afueras de la ciudad de Winchester, donde edificios históricos con entramado de madera daban paso a la verde extensión del Parque Nacional South Downs.

Una multitud de paparazis casi impedía ver el muro que rodeaba la mansión. Clamaba por ver a las criaturas que se habían convertido en las celebridades más deslumbrantes del mundo, además de a toda persona que tuviera relación con ellas. Me había convertido en una de esas personas hacía dos semanas, cuando habían aceptado mi solicitud para ser donante de sangre.

La limusina pilló un bache, y el estómago me dio un brinco. Dejé mi copa de champán. Ya estaba hecha un manojo de nervios, así que el alcohol no iba a ayudarme.

—¡Estoy impaciente! —exclamó una chica a mi izquierda—. Phillip, Gideon, Étienne... Ah, y Edmond —recitó los nombres de los vampiros de Belle Morte como si fueran viejos amigos suyos.

No era la única que los adoraba. Los vampiros eran el paradigma de la fama: inmortales guapos y misteriosos que habían salido de las sombras diez años atrás y habían demostrado que realmente existían. El mundo quería saberlo todo de ellos. Las celebridades de la lista A habían pasado a la lista C, y todas las de las listas inferiores prácticamente habían desaparecido del mapa. Los periódicos sensacionalistas, las columnas de cotilleos, las sesiones de fotos y los programas de entrevistas eran patrimonio de los vampiros.

A casi todo el mundo le gustaban.

A mí no.

—Mi favorita es Míriam —dijo el chico que estaba frente a mí—. Estoy impaciente por que me clave los colmillos.

Otro chico negó con la cabeza.

—Sí, Míriam está buena, pero si alguien tiene que morderme, quiero que sea la mismísima reina de hielo: Ysanne Moreau. —Una mirada soñadora le cruzó el rostro.

La chica que estaba a mi lado se burló.

—No puedes elegir quién te muerde.

—Ya, pero soñar es gratis.

Me hundí en el asiento negando con la cabeza para mis adentros. Belle Morte era una de las cinco casas de vampiros del Reino Unido y la República de Irlanda, y todos los que estábamos en la limusina nos dirigíamos a ella como donantes de sangre. En nuestro mundo moderno, los vampiros ya no cazaban a sus presas entre las sombras, sino que pagaban a personas como nosotros para que les permitieran beber su sangre.

Parecía un buen trato. Presentabas una solicitud para ser donante, te aceptaban, te trasladabas a una casa de vampiros, vivías rodeado de lujos durante meses, dejabas que los vampiros bebieran tu sangre y al final te marchabas con la cuenta bancaria llena. Las personas como yo, procedentes de una familia pobre y con dificultades para encontrar un trabajo fijo, necesitaban realmente ese dinero.

Pero yo no podía olvidar las historias de sangre, cadáveres, muerte y maldad que tan a menudo había visto en películas y libros antes de que los vampiros pasaran a ser héroes románticos en lugar de villanos. Tenía que haber algo de verdad en esas leyendas.

A medida que nos acercábamos a la mansión, los flashes de las cámaras enloquecieron y tuve que apretar las manos para que no me temblaran. Quizá era un error. Los donantes se quedaban en una casa hasta que los vampiros se aburrían de ellos —podían ser semanas, meses e incluso años—, así que en cuanto entrara en Belle Morte, no sabría cuándo saldría. No habría sido un problema si me hubiera metido en esto por el dinero o el glamour, como todos los que se inscribían.

Pero no era mi caso.

Mi hermana había entrado en esa casa hacía cinco meses. Nunca salió, y toda comunicación con ella se había interrumpido de repente hacía unas semanas. Yo había solicitado ser donante únicamente para descubrir por qué.

La chica que estaba a mi derecha se arregló su corte de pelo pixie.

—Tengo que estar guapa para las cámaras —me dijo al verme mirándola.

Cuando las puertas de hierro forjado que bloqueaban el camino a Belle Morte se abrieron y la limusina avanzó despacio hacia ellas, los flashes de las cámaras y los gritos eran cada vez más abrumadores. Giré la cabeza para que una cortina de pelo rojizo me cubriera la cara. A diferencia de los demás donantes, yo no tenía ningún interés en que mi foto apareciera en la portada de una revista.

Tres vampiros salieron del jardín de la mansión, flanqueados a ambos lados por guardias de seguridad humanos con uniforme negro. Los vampiros eran lo bastante fuertes como para mantener a raya a la ansiosa prensa sin ayuda, pero habían cultivado una imagen de inmortales elegantes y misteriosos. Sacarse de encima a los buitres de los medios de comunicación como si fueran juguetes baratos tendría un efecto negativo en su imagen pública, así que guardias de seguridad humanos les hacían el trabajo sucio.

La limusina se detuvo ante la entrada de la mansión y alguien abrió la puerta de la limusina para que saliéramos. Cuando me tocó a mí, me descubrí mirando a un hombre de unos cuarenta años. Una sonrisa le arrugaba la piel en las comisuras de los ojos, y la luz de la luna brillaba en la cúpula afeitada de su cabeza.

—Dexter Flynn, jefe de seguridad —me dijo ayudándome a salir del coche.

Volví a agachar la cabeza mientras la prensa se arremolinaba a mi alrededor gritando preguntas y ladrando mi nombre.

—Renie Mayfield...

—... cómo te sientes...

—... esperas conseguir...

—... vampiros...

Un vampiro se colocó a mi lado mirando a la prensa, que se acercaba demasiado.

—Tranquilos. Dadle un poco de espacio a la señorita —les advirtió.

Como todos los vampiros, era guapo. Su pelo rojo oscuro contrastaba con sus ojos azules, y cuando sonreía, lo hacía con los labios cerrados. No pude verle los colmillos.

Étienne Banville. Antes de rellenar mi solicitud de donante, había investigado todo lo que había podido para saber adónde me dirigía. Inevitablemente, había caído en el pozo sin fondo del fan art y el fanfiction, encuestas sobre vampiros y donantes favoritos, foros interminables que especulaban sobre qué vampiro se acostaba con quién. Me parecía muy ridículo, pero al menos sabía el nombre de todos.

La expresión de Étienne languideció al verme. No supe por qué.

Quería atravesar el tumulto de la prensa lo más rápido posible, sin detenerme a responder a ninguna pregunta, pero un hombre se acercó demasiado y casi me dio un golpe en la cara con el micrófono. Me tambaleé y caí encima del vampiro más guapo que había visto jamás.

Mechones de pelo negro azabache revoloteaban alrededor de su pálido rostro. Tenía los pómulos tan afilados que habrían podido cortar el cristal, y sus ojos eran oscuros y duros como el ónice. Edmond Dantès.

—Basta —dijo empujando al hombre.

Este retrocedió, pero las cámaras siguieron disparando flashes. Demasiado para mí, que no quería ser el centro de atención. Al día siguiente aparecerían fotos mías con Edmond en las portadas de todas las revistas de cotilleos y sitios web de vampiros del país, quizá incluso del mundo. La obsesión por estas criaturas no se limitaba al Reino Unido. Había

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos