Seremos el huracán

Selene M. Pascual
Iria G. Parente

Fragmento

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1

Dottie

Theo solía decir que algún día nos convertiríamos en un huracán. Estaba convencido de que en algún momento alguien se fijaría en nuestro talento y nos daría una oportunidad, y nosotros la aprovecharíamos y lo arrasaríamos todo a nuestro paso. Decía que cambiaríamos nuestras vidas y cambiaríamos el mundo.

Theo es era mi hermano.

Y es era un mentiroso, porque ya no está.

Antes de que pudiéramos empezar nuestro propio desastre natural, él se convirtió por sí mismo en el huracán, pero el único mundo que ha arrasado es el mío. El resto, el que aguarda más allá de esta casa y que sin él parece en ruinas, sigue exactamente igual.

«Theo era demasiado bueno para este mundo», me dijo la tía Em después de que lo convirtieran en cenizas. Y él, si hubiera estado allí, habría puesto los ojos en blanco, porque amaba todo lo que lo rodeaba. Amaba ir a conciertos y cantar hasta quedarse afónico o sentarse en el puf deshilachado que tenemos en una esquina del salón-comedor-cocina y tocar la guitarra hasta que le dolían los dedos. Nadie es demasiado bueno para este mundo. Desde luego, no él, que era torpe, despistado y desorganizado; que podía tener un carácter de mierda cuando algo no salía como él quería y no reparaba demasiado en la gente porque las notas musicales le importaban mucho más.

Theo no era perfecto, pero cuando alguien muere siempre fingimos que lo fue, que todos esos defectos que lo convertían en quien era no estaban ahí. A lo mejor lo hacemos para que la presencia de quienes nos dejan no sea tan real. A lo mejor así el dolor desaparece antes.

Si es un truco, a mí no me sirve. Yo recuerdo todos sus defectos tan bien como recuerdo todo lo demás. Theo sigue en nuestra casa, en cada rincón. Recuerdo su ruido. Su caos. Su vida. Sin nada de eso, me siento justo en el ojo de ese huracán que se supone que estábamos destinados a ser, aislada de todo, bajo el sol, en un silencio casi ensordecedor.

Creo que eso es lo peor, el silencio. Estoy segura de que si lo que le pasó me hubiera ocurrido a mí, Theo habría montado un escándalo y compuesto mil canciones sobre ello y se las habría escupido al universo con la rabia que a veces acumulaba en las cuerdas de la guitarra. Pero yo siempre fui la más tranquila de los dos. Yo era quien reparaba sus desastres, así que aquí estoy, esperando hasta que averigüe cómo reparar este.

O quizá solo estoy esperando a que la puerta se abra en cualquier momento, a que él entre y me diga que lo siente, que vaya susto. Pero sé que no va a pasar. Su guitarra se ha quedado sobre el puf, abandonada junto a su cuaderno abierto, con algo nuevo a medio escribir. No me he atrevido a cerrarlo. No me he atrevido a guardar en el armario la ropa limpia que tiene sobre la cama ni a tocar la que tiene abandonada sobre la silla de su escritorio. Eso sería empezar a recoger el mayor de sus desastres, y no quiero (no sé cómo) hacerlo.

Escucho el sonido de una llave en la cerradura y por un momento siento la esperanza. Por un momento hasta veo su sonrisa y sus ojos azules. El viento deja de azotar la casa y hay calma.

—¿Cómo estás, cielo?

El hechizo se rompe con la voz de Tonya. El azul de los iris de Theo se convierte en gris tras los cristales de unas gafas y los ángulos de sus pómulos se pierden en las mejillas redondeadas de mi amiga. Me hundo en el sofá y bajo la vista a la mancha de chocolate que dejamos en la alfombra en nuestro primer día en el piso, cuando a Theo se le cayó nuestra tarta de cumpleaños.

—Bien.

Mentir se ha convertido en algo muy fácil en los últimos días. Al teléfono, cuando llama tía Em. A la cara de Tonya, cuando viene a verme. No he tenido contacto con mucha más gente desde que Theo se fue. Apenas he salido de casa desde entonces. Tengo algunos mensajes de pésame de gente de Arcadia que no voy a responder, porque no lo soporto, no soporto saber que muchas de esas personas no sabían quién o cómo era Theo.

A la única a la que le permito estar cerca es a Tonya, quizá porque ella sí lo conocía, aunque solo fuera de unos meses. Ella ha llorado lo que yo misma no he podido llorar todavía y, desde que supo lo que había ocurrido, se ha negado a separarse de mí.

—Suena tan convincente como ayer —dice mientras deja las bolsas sobre la mesa de la cocina.

No tendría por qué estar haciendo esto. Ir a la compra por mí, doblar turnos para sustituirme en el trabajo y que pueda regresar cuanto antes sin consecuencias, venir a verme todos los días y obligarme a vestirme con algo más que con el pijama. Pero esa es Tonya. Fue la primera y la última persona ante la que pude pronunciar en alto la noticia cuando la recibí.

Theo ha tenido un accidente.

Fue la que me hizo reaccionar mientras yo sentía el viento levantarse. Decía: «¿Está bien? ¿Dónde está? Vamos ahora mismo. Vamos a…». Y yo respondí:

Está muerto.

Y los cimientos de mi mundo saltaron por los aires.

Tonya sigue en casa cuando recibo la llamada. Creo que es la única razón por la que me planteo descolgar, porque sus ojos me animan. Es difícil. No solo porque no quiera hablar con nadie, sino porque el tono de llamada es la voz de Theo en la última canción que compuso, la que me grabó en un audio y me envió una noche en la que me tocaba trabajar porque no podía esperar a que yo llegase a casa para enseñármela.

Si no cogiera el teléfono, su voz seguiría sonando y yo podría fingir que él está aquí.

Mi amiga me pasa el móvil. En la pantalla encendida aparece un número que no reconozco. La voz de Theo se pierde (otra vez) cuando acepto la llamada.

—¿Sí?

—¿Dorothy Gale?

—¿Quién es?

—¡Buenos días! Mi nombre es Linda Grant. Trabajo para Emerald Music Entertainment, quizá has escuchado hablar de nosotros.

Tardo un segundo de más en reaccionar. Hasta mis tíos en su pequeña granja en medio de la nada de Kansas han escuchado hablar del Grupo Emerald. Lanzo un vistazo a la nevera, donde pegada con un imán está la lista de discográficas a las que Theo enviaba nuestras maquetas. Emerald está ahí, la primera, rodeada con tantos círculos que parece que mi hermano quisiera empezar nuestro huracán justo con aquel trazo.

Linda Grant sigue hablando al otro lado de la línea. Tiene una voz alegre y cantarina:

—Hace un par de meses estuve en un casting de nuevos talentos y os escuché cantar a ti y a tu hermano. Quería felicitarte, sois maravillosos, aunque con quien me interesa contactar es con Theodore. Tengo una oferta que quizá le interese, pero su teléfono siempre está apagado. Tampoco he recibido respuesta a los correos, así que he decidido hacer un último intento llamándote a ti. ¿Por casualidad está ahí o sabes cómo puedo contactar con él?

Quiero decir algo, pero las palabras se m

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