Un corazón traidor (Confesiones de los Welltonshire 3)

Marión Marquez

Fragmento

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1

Ashleigh bajó las escaleras de su nuevo hogar mientras miraba todo a su alrededor y se asombraba del nivel de abandono de la casa. Cuando habían llegado la noche anterior, todo estaba muy oscuro y ella demasiado nerviosa como para reparar en nada más que no fuese la presencia de su flamante esposo, lord Brookshire.

Ahora, con la claridad de la mañana, era imposible ignorar el deplorable estado del que se suponía que sería su hogar. O mejor dicho: que era su hogar. Se había casado con Parker, convertido en lady Brookshire y, por ende, en la señora de la casa.

Pero ese lugar era simplemente espantoso. El trabajo que tomaría adecentarlo para poder recibir visitas sería arduo y agotador, algo a lo que ella no estaba acostumbrada y que no había esperado tener que hacer durante su luna de miel.

¿Y dónde estaba el personal?

A su arribo nadie había salido a recibirlos y Parker había abierto con su propia llave.

«¡Su propia llave!».

Esperaba que no pretendiera que ella también cargara con una cada vez que saliera de casa.

¿Qué clase de sirvientes tenían que no estaban allí para abrirles la puerta cuando llegaban? En la casa de su padre el personal habría salido a recibirlos fuera la hora que fuese… su mayordomo jamás habría cometido un error de tal envergadura porque, de hacerlo, se quedaría sin trabajo de inmediato.

Parker aún dormía después de lo que Ash consideraba que había sido una noche maravillosa para los dos. Su esposo se había quedado con ella y dormido en la misma cama, algo que, creía, era una clara señal de lo enamorado que estaba.

Esa mañana, a pesar de saber que debería quedarse en la cama hasta que él decidiera que era hora de levantarse, la joven no había podido permanecer más tiempo acostada. Había estado muy ansiosa por empezar a recorrer la residencia y familiarizarse con las habitaciones para decidir los cambios que haría en cada una y escoger cuáles serían sus dominios personales.

También tenía que escribirles a sus padres y a su mejor amiga, Emmeline. A los primeros para asegurarles que había llegado muy bien, que el viaje había sido muy tranquilo y que su esposo era el mejor hombre que pudiese haber escogido como tal. Y a Emmie para contarle todo sobre su primera noche como mujer casada. Emmeline, ahora marquesa de Thornehill, había hecho lo mismo con ella —aunque siendo Ash una dama soltera por esa época no debería estar al tanto de nada de eso— por medio de las largas y numerosas cartas que le enviaba desde su casa solariega, donde se había asentado con el marqués y pasaba la mayor parte del año.

Otra tarea urgente de la que tenía que ocuparse esa mañana era encontrar una nueva dama de compañía: la suya no había podido acompañarla y necesitaba ayuda para cambiarse y vaciar los numerosos baúles que había llevado consigo.

Con el pelo suelto y solo una bata que le cubría su camisa de dormir, caminó por el salón después de bajar las escaleras y miró a su alrededor pensando en todos los cambios que haría.

—Lo primero que necesitamos es una nueva alfombra —comentó para sí y arrugó la nariz al ver lo desgastada, sucia y descolorida que estaba la actual—. Y definitivamente deshacernos de esos tapices de las paredes. ¿Cuánto tiempo llevan allí? ¿Cien años?

Tenía mucho trabajo por delante, pero era el sueño de toda mujer recién casada restaurar por completo y a su gusto el hogar de su esposo.

Recorrió todo el salón y tomó un pasillo largo sin saber adónde la llevaría, preguntándose dónde se hallaban todos los sirvientes. Si a esa hora del día aún estaban en la cama, era fácil comprender por qué la mansión se hallaba en ese estado.

Al primero que despediría sería al mayordomo, decidió. Él tenía que ser el principal culpable de todo ese desorden, pues si no daba las órdenes adecuadas el resto del personal no sabría qué hacer… ante sus ojos estaban los resultados.

Al final del pasillo, encontró una habitación que en algún momento parecía haber sido una cocina, pero que ahora se encontraba completamente vacía. No había ni personas ni tampoco enseres. Si ya no se utilizaba, ¿por qué no le habían asignado otro uso? ¿Por qué no la mantenían limpia?

Pero lo más importante ahora era: ¿dónde estaría la nueva cocina? Se sentía famélica, no había comido nada desde el banquete de su boda y de eso ya había pasado casi un día.

Un mejor servicio les habría tenido lista una comida caliente cuando llegaron la noche anterior o, al menos, les habrían llevado a su habitación el desayuno esa misma mañana.

Su estómago hizo un sonido extraño, reclamándole su necesidad de alimentarse y Ash empezó a divagar. Se dijo que quizá había tomado el camino incorrecto al salir de su cuarto y terminado en un sector de la casa que estaba en desuso.

Ese pensamiento era perfectamente lógico y justificaba que no hubiese nadie más allí.

«La cocina tiene que estar en otra parte», pensó. Y si regresaba a la habitación que compartía con Parker, de seguro se encontraría con un desayuno delicioso y caliente esperándola.

—Sí, eso es —dijo en voz alta y se levantó el dobladillo del camisón antes de girarse y salir disparada de la cocina en dirección a su cuarto.

¿Qué pensarían los sirvientes de su nueva señora si se enteraban de que andaba vagando sola por los pasillos deshabitados?

Se dio prisa en subir las escaleras, y cuando llegó a la habitación, agitada y cansada, se encontró con que la cama estaba vacía.

Inmediatamente dio un respingo.

Miró hacia todos lados y halló a Parker de pie junto a la ventana sin zapatos, con unos pantalones y el torso desnudo.

—¡Ay, Dios mío! —gritó abriendo los ojos como platos para luego cubrírselos con una mano—. ¡Perdón, perdón! No sabía que estaba desnudo, milord.

La respuesta de su esposo tardó en llegar y lo hizo a modo de carcajada mientras se volvía hacia ella y comenzaba a acercarse.

—¿Desnudo? Querida mía, abre los ojos, no estoy desnudo. Y, por favor, tutéame. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? —pidió poniéndole las manos sobre los brazos.

—¡Claro que sí! Te faltan la camisa y los zapatos. Puedo ver… todo de ti —balbuceó Ash con toda la extensión de su piel roja por el arrobo y la mano aún sobre los ojos.

—Eso no quiere decir que esté desnudo, mírame. Eres mi esposa, es completamente normal que me veas así; anoche tenía mucho menos que ahora y no me dio la impresión de que me encontraras desagradable.

Las mejillas de Ash adquirieron una tonalidad colorada aún más fuerte al descubrirse los ojos.

—¡Mi lord! —exclamó escandalizada—. No debemos hablar sobre eso.

—¿Por qué no? —inquirió él, divertido.

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