Un beso en tu futuro

Raquel Castro

Fragmento

Un beso en tu futuro

3

Y en ésas estábamos afuera de la escuela, Jona molestándome con lo del beso y yo haciéndome la que me daba asco, cuando pasó junto a nosotros Bety, la de primero C. Me dedicó una sonrisa tiesa y a Jonathan ni lo miró. Sentí que el nudo en mi garganta comenzaba a latir, como si tuviera vida propia.

—¿No te vas a ir con tu novia? —le pregunté a Jonathan.

Él me miró con una ceja levantada, que era su expresión de “¿de qué estás hablando?”. Yo le señalé a Bety con la mirada. Él se carcajeó otra vez.

—¿Bety? ¿Estás loca?

—¿No me dijiste ayer que hoy le ibas a decir…?

—Pues sí, pero en la mañana que llegué a la escuela me di cuenta de que… —y se interrumpió.

Yo sentí que me desmayaba. Imaginé que me decía: “Me di cuenta de que estoy enamorado de ti”, y el nudo en la garganta se me fue al estómago y explotó en un circo de pulgas que brincaban de un lado a otro sin control.

Pero no lo dijo.

No dijo nada.

—¿De qué te diste cuenta? —le pregunté despacito, queriendo y no queriendo saber.

—De que es medio mamona, ¿no?

Las pulgas de mi panza se murieron todas al mismo tiempo, como si les hubieran dado un periodicazo.

—¡Llevo semanas diciéndote que es una sangrona! —le dije, haciéndome la indignada.

Él empezó a hacerme cosquillas y yo le di un zape. Cuando me lo quiso devolver, le pegó sin querer a un chavo de prepa que estaba parado junto a nosotros. Jonathan se disculpó y nos fuimos rápido de ahí, antes de que el agraviado reaccionara. Ya que estuvimos lejos, nos reímos tanto que nos dolió la panza. Fue un buen cambio, después de tantos días de tener dolor de panza pero de nervios, sólo de imaginarme que Jona empezara a andar con la tal Bety.

—¿Estás bien? —me preguntó de repente.

—Seee. ¿Por? —respondí mientras me secaba las lágrimas: eran de risa.

—Pues te he sentido rara esta semana. Como enojada o algo.

—Naaa, estás loco. Más bien tú andabas muy ocupado estolqueando a Bety y ni me pelabas.

Me miró a los ojos y se puso serio. Me choca y me encanta al mismo tiempo cuando hace eso. Es como si sus ojos se convirtieran en un detector de mentiras, en un rayo láser que se introduce en mi mente o en mis sentimientos. Antes eso me parecía muy padre, porque así yo no tenía que contarle nada, todo lo adivinaba con mirarme a los ojos: si me había peleado con mi hermana, si mis papás otra vez tenían broncas, si se me había perdido lo de la colegiatura… Todo lo pescaba de inmediato y me aconsejaba o me regañaba, o simplemente me contaba bobadas para hacerme reír. Pero ahora me saca mucho de onda, porque hay cosas que no quiero que sepa. No quiero que se note que de un tiempo a la fecha sus ojos de color café me parecen más bonitos que los de cualquier artista, o que cuando me sonríe me dan ganas de besarlo. Porque, claro, mientras yo lo veo cada vez más guapo al maldito, él se ha vuelto un coqueto de lo peor: en lo que va del año escolar ya anduvo y cortó con cuatro chavas, dos de nuestro salón, otra de segundo C y una ¡de tercero! ¿Qué posibilidades tengo yo?

—Tú andas rara y ya no me dejas saber qué te pasa —se quejó.

—No es cierto —gruñí.

—¡Claro que sí! Antes, con verte podía saber qué tenías, ahora como que te cierras.

—A lo mejor con el hormonazo perdiste tu poder mutante. Te cambió la voz, te salieron esos pelos horribles en la cara y dejaste de adivinar mis pensamientos.

Jonathan se llevó la mano a la cara, como para buscarse la dizque barba que le empezaba a salir, y en eso nos interrumpió Samuel, un chavo de tercero que va a la misma escuela de Inglés que yo en las tardes:

—Nancy, ¿vas a ir hoy al Inglés? —me preguntó.

—Seee.

—¿Le puedes dar mi tarea al tícher? Es que me toca cuidar a mis sobrinos.

Se fue corriendo luego de darme sus hojas con la tarea y Jonathan volvió a mirarme con la ceja levantada.

—¿Te gusta ése? —preguntó.

No se me había ocurrido, pero Samuel es de los guapos de la escuela, así alto, flaquito, de lentes y pecoso. Y en las tardes, que iba sin uniforme a las clases de Inglés, se veía mucho mejor, porque se vestía con mucha ondita. ¡Excelente, Jonathan! ¿Ahora también me voy a sentir toda rara con Samuel?

—Obvio no —le dije.

Tenía que inventar algo rápido porque cuando Jonathan se pone necio, no hay modo de que se le quite. Hasta pensé en decirle que sí, que me gustaba Samuel, aunque no fuera cierto. Pero lo descarté luego luego: si con lo del beso en mi futuro estaba dándome lata todo el tiempo, con esto no me la iba a acabar.

—Ya dime qué te pasa, Nanny.

—Es cosa de mujeres —fue lo primero que se me ocurrió.

Ahora fue él quien se puso rojo un momento, pero se repuso.

—Me puedes contar. ¿Es un cólico? A mi mamá le dan…

—¡No te voy a contar nada aquí enfrente de todos, menso! —y le di un mochilazo.

—Bueno, voy a tu casa después de tu clase de Inglés, ¿sale? Me cuentas y sirve que me ayudas con la tarea de Mate —y antes de que le contestara, empezó a molestarme otra vez—. A menos que tengas que pasarle la tarea de Inglés a tu amiguito de tercero…

Por suerte, su mamá llegó por él con prisa, porque iban a comer con su abuelita. Me despedí de ella con mucho gusto y, cuando él me despeinó como despedida, sentí que las pulgas de mi estómago comenzaban a revivir. Pulgas zombis, lo que me faltaba, pensé.

Un beso en tu futuro

4

Habría que empezar por el principio. Me llamo Nancy García y tengo trece años, voy en segundo de secundaria y estoy enamorada de mi mejor amigo. Argh. La culpa no es mía: somos amigos desde el kínder porque su mamá y la mía son súper amigas desde que iban en la prepa. Vivimos muy cerca, hemos ido a las mismas escuelas y prácticamente tenemos los mismos gustos en música, videojuegos, series de tele y películas. Cuando teníamos ocho o nueve años, nuestro pasatiempo favorito era hacer enojar a Marifer, mi hermana, que nos lleva cinco años y que era insoportable cuando empezó la secundaria. Ahora ni la veo porque se pasa la vida en la universidad.

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