Prometí destruirte, amor (Los peligros de enamorarse de un libertino 1)

Raquel Mingo

Fragmento

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PRÓLOGO

Hace rato que la brisa se llevó las horquillas de su cabello, ahora lo tiene suelto hasta las caderas, y el viento parece reírse al jugar con cada hebra.

Pero la muchacha no lo nota, está abstraída en sus pensamientos. Acaba de decidir su futuro y no le agrada lo que ve en él.

Conoce su destino, el final del camino que cada uno debe encontrar, si no lo decidieron por ti aun antes de existir.

Ella nació para disponer de la vida de miles de seres humanos con sabiduría y con bondad. Al menos así se suponía que tendría que ser, piensa con algo muy parecido a la desesperación royéndole las entrañas al recordar el motivo por el que se encuentra allí, a punto de abandonar todo lo que le importa y le es querido.

Durante un instante, la muchacha deja de mirar el horizonte que tantos recuerdos le trae para centrarla en sí misma: sus zapatos, su vestido, sus manos temblorosas. Y por primera vez siente vergüenza de sí misma, porque de repente comprende que no representa la prístina institución que ella creía, símbolo inquebrantable de equidad y de justicia. En su mundo todo está profanado por la corrupción, la perversidad y la muerte.

Poco a poco sale de su letargo, observa por última vez cada centímetro del lugar que se halla a sus pies, donde nació y donde ha vivido toda su vida.

Es probable que no vuelva nunca más. Por ello, con esa última mirada tiene que recoger cada detalle para llevárselo consigo adónde quiera que vaya.

—¡Algún día volveré! —grita al vacío con los puños apretados. El eco reparte su juramento a cada rincón, mientras las lágrimas ruedan por el rostro de Kana de Trarr, por derecho, reina entre reyes y aunque no lo sabe todavía, mujer para amar.

Mientras le da la espalda al único mundo que ha conocido, un solo pensamiento ocupa su mente: regresar.

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CAPÍTULO 1

La fiesta estaba en pleno apogeo. Después de más de una hora, todos los invitados se encontraban ya en el gran salón de la suntuosa mansión. Todos excepto el más importante, el objeto constante de las murmuraciones de la gente de bien: el príncipe Reskan Cetriar.

La única que parecía no divertirse era la deslumbrante mujer que se encontraba un tanto apartada de los demás, tan regia como una reina, con su copa de vino blanco sujeta con descuido entre sus dedos.

Su bellísimo rostro mostraba una clara expresión de hastío, aunque debía reconocerse que solo tras traspasar la barrera de su impresionante sonrisa, fabricada sin duda para subyugar y descolocar al más pintado, uno llegaba a darse cuenta de la inexpresividad de aquellos increíbles ojos.

El hombre que se mantenía oculto entre las sombras, con la esperanza de permanecer en el anonimato un poco más, seguía sin poder apartar la vista de ella. Sonrió con cinismo, la verdad era que la mujer, aún en su postura estática y sin abrir la boca, lograba atraer la atención de cualquiera, lo cual supuso que a pesar de todo era su intención, pensó mientras deslizaba la mirada por las curvas que el vestido de terciopelo rojo escarlata se esforzaba por realzar. Este tenía un gran escote que se curvaba hasta el borde de los hombros y que dejaba casi al descubierto sus voluminosos y erguidos pechos. Sus enaguas eran de la misma tela, aunque de un tono más oscuro, tirando a granate, con complicados y hermosos bordados, los mismos que lucía en el ajustado corpiño, tanto, que pensó que estallaría ante semejante esplendor. Era caro, bonito y llamativo. «Como su dueña», se dijo, ampliando la sonrisa, a la vez que la excitación de la conquista iba apoderándose de él.

Había observado que todos y cada uno de los hombres solteros de la fiesta se le habían acercado en algún momento, pero después de ser despedidos con cortesía aunque con cierto filo cortante, no habían vuelto a intentarlo. Y por supuesto aquello añadía un toque más de desafío al reto que intuía que significaría aquella joven.

«En cuanto consiga romper el hechizo que ha echado sobre mí, me acercaré y le haré el amor apasionadamente sobre el suelo, con todos los invitados mirándonos». Volvió a sonreír, «sin lugar a dudas es una bruja», y salió de entre las sombras.

Haliana se aburría. No era que la fiesta no fuese divertida, las celebraciones de Trea se destacaban por la cantidad de gente invitada, su alta clase social, la buena música y el esplendor de la comida, pero la verdad era que le parecían todas iguales y si algo había tenido ella en los últimos cuatro años eran festejos de ese tipo, tantos, como para que le durasen toda la vida.

En ese momento vio como la anfitriona se acercaba a su lado y dejó de divagar. Amplió tanto su sonrisa que pensó que se le resquebrajaría la cara y levantó la copa hacia ella.

—Haliana, no pareces divertirte.

—Al contrario, es una fiesta estupenda. ¿Quién no la disfrutaría?

—Imagino que tú. —Acusó en tono ofendido.

—Oh, no te enfades —pidió, cogiéndole las manos—. Es solo que estoy un poco cansada de esta monotonía. —Señaló el salón y a sus ocupantes.

—Yo estoy contenta con ello, pero entiendo que tú eres diferente. No, no me interrumpas, siempre lo he sabido. Necesitas otras cosas aparte de ir de compras y a reuniones sociales, por muy suntuosas que sean estas. —Se calló durante un momento, mirándola con aire pensativo y después añadió—. Tal vez necesites un hombre.

—¡Trea, cómo puedes decir algo semejante!

—Oh, no te escandalices de ese modo. Sabes lo que pienso acerca de tu virginidad. Una puede divertirse un poco con un hombre guapo hasta que encuentre a otro merecedor de su mano. Y con tu fortuna no te faltarán pretendientes, incluso sin el detallito de tu falta de virtud…

— Y tú conoces mi opinión sobre las relaciones extramatrimoniales.

—Sí, pero si tan solo cambiases un poquito sobre ese punto...

—Ni hablar, y ya no quiero discutir más este tema. Eres libertina y lujuriosa.

—Querida... —En ese momento se hizo un gran silencio y después se escuchó un murmullo de gente que hablaba al mismo tiempo. Al mirar hacia donde provenían las voces, descubrieron que alguien era rodeado por un numeroso grupo de personas—. Así que ya ha llegado mi invitado... —Volvía a tener ese aire pensativo que Haliana conocía tan bien de su amiga y tembló por dentro. Cuando se ponía a maquinar algo más que comprar vestidos o hacer fiestas era temible—. Tal vez yo haya encontrado a tu hombre —le susurró al oído antes de alejarse para recibir al recién llegado.

Haliana permaneció donde estaba, preguntándose cómo salir del lío en que su anfitriona iba a meterla en los próximos minutos. ¡Como si no la conociera!

Durante la última hora y media, nadie había dejado de cuchichear y preguntar cuándo llegaría el invitado de honor. Desde el lugar en el que se encontraba, alejada un tanto de los demás y creyéndola ensimismada en sus pensamientos, habían soltado sus lenguas para criticar o alabar, según el caso.

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