Love Story

Erich Segal

Fragmento

Aviso Legal

Título original: Love Story

Traducción: Eduardo Gudiño Kieffer

1.ª edición: octubre 2011

© 1970 by Erich Segal

© Ediciones B, S. A., 2011

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

ISBN: 978-84-666-5040-3

Depósito legal: B. 23.855-2011

Conversión Digital: O.B. Pressgraf, S.L.

Roger de Llùria, 24, bxs.

08812 Sant Pere de Ribes

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Contenido

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¿Qué puede decirse de una chica de veinticinco años que murió?

Que era guapísima. Y muy inteligente. Que le gustaban Mozart y Bach. Y los Beatles. Y yo. Una vez me catalogó entre esos figuras y le pregunté en qué orden me colocaba. Ella contestó sonriendo: «Alfabético.» En ese momento yo también sonreí. Sin embargo, ahora que lo pienso bien, desearía saber si me incluía en la lista por mi nombre de pila, en cuyo caso iría detrás de Mozart, o por el apellido, lo cual me situaría entre Bach y los Beatles. De cualquier modo no me tocaba el primer puesto, lo que por alguna estúpida razón me sacaba de quicio, pues me han inculcado la idea de que siempre tengo que ser el número uno en todo. Herencia familiar y todo eso.

A principios del último curso me aficioné a ir a la biblioteca de Radcliffe para estudiar. No sólo por las chicas, aunque reconozco que el ambiente no estaba nada mal. El lugar era tranquilo, nadie me conocía y la reserva de libros tenía menos demanda. El día anterior a uno de mis exámenes de Historia todavía no había podido leer ni siquiera el primer libro de la lista, un mal endémico de Harvard. Fui al mostrador para pedir uno de los volúmenes que había de sacarme de apuros al día siguiente. Había dos bibliotecarias: una chica alta, tipo tenista del montón, y otra tipo ratoncito con gafas. Opté por Minnie Cuatro Ojos.

—¿Tenéis La decadencia de la Edad Media?

Ella me miró de arriba abajo.

—¿Por qué no vas a la biblioteca de tu facultad? —preguntó.

—Oye, que los de Harvard también podemos venir a la de Radcliffe.

—No me refiero a las normas escritas, niñato. Estoy hablando de ética. Vosotros tenéis cinco millones de libros. Nosotras, una miseria.

¡Vaya por Dios, me había tocado una sabihonda! Del tipo de las que piensan que, puesto que la proporción entre Radcliffe y Harvard es de cinco a uno, las chicas tienen que ser cinco veces más listas. A esa gente normalmente no le hago mucho caso, pero por desgracia necesitaba aquel dichoso libro de mala manera.

—Joder, te juro que necesito ese libro de mierda.

—¿Podrías moderar tu lenguaje, niñato?

—¿Qué te hace suponer que soy un niñato?

—Pareces estúpido y rico: un hijo de papá —dijo ella quitándose las gafas.

—Te equivocas —protesté—. En realidad soy inteligente y pobre.

—Ni hablar. Yo sí que soy inteligente y pobre.

Me miraba fijamente. Observé sus ojos castaños. Bueno, probablemente tuviera pinta de hijo de papá, pero no iba a permitir que ninguna estudiante de Radcliffe, por muy bonitos que tuviera los ojos, me tratara de tonto.

—¿Y se puede saber qué te hace tan inteligente? —pregunté.

—El hecho de que no te aceptaría ni un café —contestó.

—Oye, que yo no te he invitado.

—Precisamente —replicó—: eso es lo que te hace tan estúpido.

Quisiera explicar por qué acabé pidiéndole que me acompañara a tomar un café. Mediante tan astuta capitulación en el momento crucial —verbigracia: fingiendo que de repente deseaba invitarla— conseguí mi libro. Y como ella no podía salir hasta que cerrara la biblioteca, tuve tiempo suficiente para asimilar algunas frases sentenciosas sobre el cambio que supuso a finales del siglo xi que la realeza pasara a someterse a la ley civil, en lugar de depender del clero. Saqué un sobresaliente, la nota más alta de la clase, exactamente la misma que asigné a las piernas de Jenny cuando salió de detrás del mostrador. Sin embargo, no puedo decir que su atuendo mereciera una matrícula de honor: demasiado bohemio para mi gusto. Lo que menos me gustó era una especie de cosa rara hindú que llevaba de bolso. Por suerte no se lo dije, porque después supe que lo había diseñado ella misma.

Fuimos al Restaurante del Enano, una sandwichería cercana que, a pesar de

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