Capítulo 1
En un Hampshire del siglo XIX...
El carruaje avanzaba a trompicones por el camino enlodado. No había dejado de diluviar desde que lady Mary Bale, hermana del sexto vizconde Bale, abandonase Londres. Aunque «ser desterrada» le parecía un término mucho más apropiado para su situación.
Se encontraban en plena temporada social cuando saltó el escándalo de la boda clandestina entre su hermano, el vizconde, y Flossie Easter, su mejor amiga desde la infancia. A pesar de ser un viaje organizado en contra de su voluntad, la madre de Mary había decido que lo más conveniente para su casta hija era refugiarse en Hampshire hasta que las aguas se calmasen. Más concretamente, en la pequeña casita de campo de su tía abuela Louisa. Y allí estaba ella. Temblando de frío en el gélido mes de febrero y rodeada por la negrura más absoluta. En dirección a una negrura aún mayor.
Si ellos supieran que llevaba un tiempo caminando al filo de la deshonra y que un solo paso en falso la haría caer...
—Flossie, ya puedes pedir clemencia cuando regrese a Londres. Y avisa a mi hermano de que con él tendré todavía menos piedad que contigo. ¡Si estoy en este paraje olvidado de la mano del Señor es por vuestra culpa!
Soltó el micrófono del teléfono para que se enviase el audio pero, para su frustración, un relojito no paraba de dar vueltas sin mandar su mensaje.
Mary fue entonces consciente por completo de que se hallaba en medio de ninguna parte. Sin datos. Sin cobertura. Y, lo peor de todo, sin una sola red wifi a la que poder conectarse.
Un ruido a su izquierda le hizo desviar la vista del móvil hacia el otro ocupante del carruaje, que había permanecido muy quieto hasta ese momento, adormilado.
—Sé que a ti tampoco te agrada nada esta situación. Pero al menos tengo el consuelo de que me acompañes en el destierro.
Mary estiró la mano para dispensar una suave caricia a su acompañante y recibió un resignado suspiro por toda respuesta, del que ella se hizo eco. Se sentía igual de desamparada.
Después, la joven apoyó la cabeza en el asiento, sin preocuparse por un peinado que ya nadie más vería, y pensó en sus opciones. Conocía bien a su madre, así que debía hacerse a la idea de que pasarían unas semanas hasta que lograse convencerla de que podía volver a Londres sin temor a sufrir un trato ofensivo por la conducta de su hermano.
Eso le dejaba, como mínimo, quince días, trescientas sesenta horas o, lo que era lo mismo, veintiún mil seiscientos minutos de puro tedio. Su tía Louisa, hermana menor de su abuela por parte de padre, era entrañable, pero estaba más cerca de los setenta años que de los sesenta y no encontraba ningún placer en las nuevas tecnologías. Por lo que, una vez traspasado el umbral de su casa, Mary llevaría una vida anclada en el pasado, sin acceso a Internet y sin... Sus pensamientos se interrumpieron y se incorporó con brusquedad, con lo que sobresaltó a su compañero de viaje, a quien miró con los ojos muy abiertos por el horror.
—Sin Internet no puedo enviar e-mails. Y, si no puedo enviar e-mails, no podré cumplir los plazos. Y, si no puedo cumplir los plazos, todos mis esfuerzos no servirán para nada...
Esa vez, pegó la frente al vidrio congelado de la ventana del carruaje y se cubrió el rostro con las manos. No las apartaría hasta llegar a Cheriton Cottage, por si todo se trataba de un mal sueño.
Tal vez ni siquiera las apartaría entonces.
La tormenta pareció apiadarse de Mary y les dio una pequeña tregua justo cuando la construcción de doble planta de ladrillo rojo y con tres chimeneas se dejaba ver entre los árboles. Las dos ventanas rectangulares de la buhardilla la miraban como si fueran unos ojillos entrecerrados que intentasen recordarla, curiosos aunque acogedores, y la nostalgia se hizo un pequeño hueco en la desazón de la joven. No había pasado tanto desde la última vez que había puesto los pies en esa casa para visitar a su tía, puede que un par de veranos, pero la sensación siempre era la misma. Le hacía rememorar tiempos mejores, cuando su padre estaba vivo y Anthony y ella jugaban con total libertad por la campiña. «Casi con total libertad, en realidad», pensó. Nunca habían podido acercarse a los terrenos que colindaban con Cheriton Cottage por el Sur, donde vivía el desconocido y esquivo marqués de Roxbury, en su desconocida e intimidante mansión.
El vehículo se detuvo con suavidad frente a la puerta de madera pintada de blanco, y esta se abrió para dejar paso a una dama de porte elegante, cabellos canos y rostro muy dulce, que se iluminó al verlos llegar.
—¡Mary!
A la tía abuela Louisa no pareció importarle en absoluto el barro que había dejado la lluvia en los escalones de entrada y, al bajarlos apresuradamente con la ayuda de un bastón, el ruedo de su vestido se manchó de un tono parduzco que Mary decidió ignorar también cuando bajó de un salto del carruaje para abrazarla.
—Te he extrañado muchísimo, querida. No sabes cuánto me alegró recibir la carta de tu madre para anunciarme tu visita.
Mary aprovechó que seguían abrazadas y su tía no la vería para hacer una mueca. Comunicarse por carta le resultaba tan... primitivo. Pero Louisa Cheriton ni siquiera sabía lo que era un wasap.
—Yo también me alegro mucho de verte, tía. Supongo que mi madre te ha puesto al corriente de la causa por la que estoy aquí en plena temporada londinense —dijo, mientras se apartaba para contemplar los iris azules de su tía, tan diferentes a sus ojos castaños. Para hacerlo tuvo que mirar hacia arriba, ya que la mujer era bastante alta, espigada incluso, un rasgo de la familia paterna que solo había heredado su hermano Anthony.
—Me lo explicó con todo detalle, querida. Ya era hora de que Anthony sentara cabeza. Aunque no fue la forma más apropiada de hacerlo. No, desde luego que no. Pero tu hermano es incapaz de resistirse a un buen revuelo —refunfuñó para sí, antes de apretar la mano de Mary con suavidad—. Sin embargo, no tienes nada por lo que inquietarte. Tu madre, a quien he querido como a una hija desde el mismo momento en el que se casó con mi sobrino, te ha enviado al sitio adecuado. En ningún otro lugar hallarás tanta paz como aquí, en el campo.
Aquello no era algo que pudiera discutirse. No conocía a nadie de la zona; Winchester, la ciudad más poblada de Hampshire, estaba a kilómetros de distancia, y tampoco tendría acceso a artículos, críticas o burlas sobre la boda de lord Anthony Bale y lady Florence Easter en Internet. Era tanto una condena como una bendición.
—¡Has traído a ese adorable sinvergüenza!
El grito de júbilo de su tía consiguió que el ceño fruncido de Mary se transformara en una sonrisa. Se giró a medias para ver cómo su leal acompañante movía con frenesí el rabito enroscado y la contemplaba con desesperación desde el asiento, a la espera de que fuera a buscarlo. El reproche también asomó a los grandes ojos marrones del pug, redondos y brillantes, al tomarlo en brazos.
—No me había olvidado de ti, señor mío. Solo estaba saludando a la tía abuela Louisa.
La aludida le arrebató a su perro con una facilidad asombrosa, teniendo en cuenta que con una mano sostenía el bastón, y lo estrechó contra su costado con suavidad para hacerle carantoñas mientras se encaminaba de vuelta a la casa.
—Hace un tiempo terrible para que una criaturita como tú esté a la intemperie. ¿No es así, Mary? —Lanzó la pregunta al aire, sin volverse y sin esperar una respuesta—. Vamos, queridos, el calor de un buen fuego nos aguarda.
Mary tan solo se encogió de hombros y siguió a aquel dúo tan peculiar antes de que los criados cargasen con sus baúles. No pudo evitar preguntarse por qué su tía, que no había tenido hijos con el señor Cheriton y que se había quedado viuda tantos años atrás, no había optado por tener una mascota. Quizá tan solo era que se había habituado a la soledad. Al menos, mientras durase su estancia en Hampshire, la joven estaría feliz de hacerle compañía. A lo mejor no sería tan malo estar desconectada de las redes durante un tiempo...
Capítulo 2
Estar desconectada de las redes no era malo. Era aún peor. Dos días después de su llegada a Cheriton Cottage, estaba sumida en el más abismal hastío, unido a los nervios crecientes de pensar que el plazo de entrega se acercaba y, si no encontraba la forma de conectarse a Internet pronto, no llegaría a tiempo.
Con esa idea en la cabeza, Mary se apartó un mechón castaño del rostro y se levantó del sofá tapizado en el que había fingido que bordaba, para acercarse a una de las ventanas del salón y terminar de descorrer la cortina. La mañana parecía bastante despejada después de todos esos días de intensa lluvia, y sintió que su ánimo mejoraba.
—Tía, ¿a cuánta distancia dijiste que se encontraba la aldea más cercana? —preguntó con voz cantarina.
—A unos cinco kilómetros, querida.
¡Excelente! Sería un trayecto corto en carruaje y podía ser que encontrase alguna posada o establecimiento con Internet en la aldea.
—Sería delicioso que fuéramos de visita, ¿no crees? ¿Te parecería bien que avisase al cochero para informarle de que nos gustaría partir en breve?
Su tía alzó la vista de su propio bordado y la miró con las gafas de aumento que se ponía para coser y que hacían que el tamaño de sus ojos alcanzase el triple de lo normal. Le dedicó una tierna sonrisa antes de hablar:
—Nada me complacería más, querida...
«Bien».
—El carruaje estará disponible dentro de seis días. Siete a lo sumo. El hijo de la cocinera se lo llevó para hacerle unos arreglillos pensando que, con el mal tiempo, no se me ocurriría salir.
«¡¿Qué?!». ¿Siete días? ¿Eso era brevedad para su tía? Y el carruaje de su hermano, en el que había llegado a Hampshire, ya había hecho el camino de vuelta a Londres...
—Quizá yo podría ir caminando... —probó, con la voz menos cantarina.
Cinco kilómetros no eran tantos.
—¡Santo cielo! ¡Caminando! ¿Pero tú te has escuchado, pequeña? Con estas aborrecibles lluvias, se habrá desbordado algún arroyo. Incluso puede que dos. No consentiré que una jovencita de buena cuna como tú se acerque a un arroyo desbordado. ¿Qué diría tu madre?
«Para mi desgracia, creo que diría exactamente lo mismo».
Mary se abstuvo de responder y volvió al sofá tapizado arrastrando un poco los pies. Prefería no preguntar a su tía si uno de sus vecinos podría llevarla a la aldea. El más cercano era el marqués de Roxbury, y la tensión se apoderaba de Louisa en cada ocasión que se hacía mención a su nombre.
—No obstante... —continuó su tía, tras quitarse las gafas— entiendo que una muchacha llena de energía necesite abandonar por un rato estas cuatro paredes. ¿Por qué no aprovechas esta inusual mañana soleada y das un paseo por la propiedad? Tienes a un noble caballero que cuidara de ti.
Mary echó una ojeada a su noble caballero, dormido en una innoble postura junto a la chimenea; panza arriba, con las patas delanteras en el aire y un atisbo de su lengua rosada que asomaba entre los dientes. Juraría que el muy tunante incluso roncaba, y dejó escapar una risilla.
—Creo que cometería la mayor de las afrentas si despierto a tan fiero y noble hidalgo. —Le dirigió a su tía una mirada cómplice, con los ánimos renovados—. Pero me arriesgaré por tan buena causa.
Se arrodilló junto al pug y le rascó el suave pelaje color crema de la barriga, que contrastaba con el marrón oscuro de sus orejas y de su hocico chato, hasta que el perro entreabrió un ojo.
—Vamos, dormilón,