Rendición

Lisa Kleypas

Fragmento

Creditos

Título original: Surrender

Traducción: Francesc Reyes Camps

1.ª edición: febrero, 2013

© Lisa Kleypas, 1991

Publicado por acuerdo con Avon Books, un sello de HarperCollins Publishers

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B. 4978.2013

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-190-3

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Dedicatoria

 

 

 

 

 

Para Patsy Kluck, con amor

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

 

Prólogo

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Prólogo

Diciembre de 1875, Boston

—Vamos, entra —dijo Hale, abriéndole con teatralidad la puerta para que le siguiera.

Jason entró en la casa por detrás de él, y ya en el recibidor pudo apreciar el interior oscuro y espléndidamente decorado, en un ambiente de lujo y de silencio. Arqueó las cejas y esbozó un silbido.

—Me alegra verte favorablemente impresionado —dijo Hale con una mueca. Un mayordomo de expresión adusta se les acercó, y Hale le saludó con despreocupación—. Hola, Higgins. He traído a un amigo de la universidad para que pase aquí las vacaciones. Jason Moran, un buen amigo. Higgins, llévese nuestros abrigos y dígame dónde está mi hermana Laura... No, no se preocupe, que ya la oigo cantar en el salón. ¡Vamos, Moran!

Hale avanzó hasta más allá de la escalera, hacia una habitación adjunta al recibidor. Jason le siguió obedientemente mientras oía que una voz fina y de niña cantaba «Deck the Halls».

Un árbol de Navidad alto y cargado de adornos y de pequeñas velas temblaba en el centro de la habitación. Al lado, una esbelta adolescente con un vestido de terciopelo azul, en pie sobre una silla que estaba a punto de vencerse, sostenía un ángel con alas de cristal, mientras de puntillas intentaba alcanzar lo más alto del árbol. Jason se avanzó para ir a sostenerla, pero Hale ya estaba allí, y agarrando a su hermana por la cintura se la llevó de la silla.

—¡Esta es mi niña!

—¡Hale! —gritó ella, rodeándole el cuello con sus brazos y besándolo repetidamente en las mejillas—. ¡Hale, por fin has llegado!

—¿Qué hacías subida a esa silla?

—Ponía el ángel en el árbol.

Hale levantó el frágil cuerpo de Laura como si fuera una muñeca y la inspeccionó con detalle.

—Eres más bonita que él. Creo que vamos a ponerte a ti, allá arriba.

—Ten, ponlo tú —dijo ella riendo—. Y no le rompas las alas.

En lugar de bajar a Laura al suelo, Hale se la entregó a Jason, que la tomó en una reacción sorprendida pero automática. Temerosa de caerse, lanzó un grito y le rodeó el cuello con los brazos. Sus miradas se cruzaron mientras Hale saltaba a la silla.

Jason se encontró mirando a un par de ojos de un verde claro enmarcados por pestañas oscuras. Podría haberse sumergido en ellos. Con pesar comprobó que él era demasiado mayor para ella. Acababa de cumplir los veinte, mientras que esa muchacha no podía tener más de catorce o quince años. Su cuerpo era tan ligero como el de un pajarillo, sin senos ni caderas desarrollados aún. Pero era una criatura deliciosamente femenina, con un cabello castaño y largo que caía en rizos espalda abajo, y con una piel que parecía tan suave como los pétalos de rosa.

—¿Quién es usted? —preguntó ella al tiempo que Jason la depositaba en el suelo con gran cuidado, aunque podía parecer que se resistía a soltarla.

—¡Ah, sí! —gritó Hale desde allá arriba, mientras intentaba sujetar el ángel a la rama más alta—. Olvidaba el protocolo. Miss Laura Prescott, tengo el placer de presentarle al señor Jason Moran.

Jason le tomó la mano y la sostuvo como si temiera que fuera a romperse.

—Estoy encantado de conocerla, miss Prescott.

Laura sonreía con la mirada levantada hacia ese hombre alto y guapo. Era evidente en él que ponía cuidado al hablar, pero no podía evitar el toque de una cantinela en la voz, la propia de las criadas, de los vendedores ambulantes y de los deshollinadores. Fuera como fuese, vestía con elegancia. Moreno, de cabellera espesa y ondulada. Ancho de espaldas, de apariencia fibrosa y saludable, con unos ojos negros en

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