1.ª edición: octubre, 2015
© 2015 by Fabiola Arellano
© Ediciones B, S. A., 2015
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
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ISBN DIGITAL: 978-84-9069-243-1
Maquetación ebook: Caurina.com
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Tú, delicioso martirio
Noches arrulladas en letras dormidas
Negación en tinta fresca
Guarda tu osadía
Ya llegará el tiempo…
Gina y Andrea, mis amadas hijas.
A ti que a mi izquierda duermes
Pilar de mi existencia
Alimento de mis sueños
Guardián de mi santuario
Acrecientas mi fe
Roberto Orlando, Mi eterno compañero, mi amor.
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Epílogo
Destino final (Anette)
Agradecimientos
Capítulo I
Clarissa observaba el paisaje a través de la ventana en su habitación, abrió la puerta de acceso al balcón y salió para disfrutar del delicioso perfume floral que la escurridiza brisa se regocijaba en esparcir. El resplandeciente sol anunciaba con júbilo a los hermosos jardines que el crudo invierno por fin había terminado, dando paso a la colorida primavera que se exhibía en esplendor.
«Hoy es el día», pensó nerviosa. Después de un largo viaje, su prometido regresaba, y por fin volvería a verlo. Recordó con nostalgia la última vez que estuvieron juntos, se conocían de toda la vida, y sus padres los habían prometido cuando ella aún usaba pañales.
Clarissa no era consciente de en qué momento comenzó a quererlo, pues con el pasar de los años, el afecto fraternal se volvió de índole romántico. A pesar de la distancia y los cinco largos años sin verlo, sus sentimientos hacia él seguían intactos; aún recordaba a aquel joven flacucho que gozaba poniéndola a prueba, y al cual ella hacia rabiar por el puro placer de sacarlo de quicio.
Aunque el motivo de su matrimonio no era el amor, estaba segura que con el tiempo lograría conseguir que él se enamorara de ella, y si no, al menos que sintiera cariño. Tenía la certeza de que serían felices juntos, pues antes de ser prometidos, habían sido amigos, y por esa razón no quería ni deseaba a nadie más para que fuese su marido.
Entró emocionada y pidió a su doncella que la ayudara a vestirse acorde para la cena en la cual lo recibiría.
¿Seguiría siendo tan protector y mandón? Recordó cómo él siempre estaba reprendiéndola por su conducta imprudente, como aquella vez en que trepó a un árbol como si se tratase de un chimpancé; después no supo cómo bajar, y Erick terminó rescatándola, no sin darle un respectivo sermón por tan impropia acción.
—Ese comportamiento no es propio de las damas —le había dicho él enfadado.
—Pues yo no soy una dama y no quiero serlo, son e