1.ª edición: mayo, 2016
© 2016 by Marcia Cotlan
© Ediciones B, S. A., 2016
Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)
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ISBN DIGITAL: 978-84-9069-455-8
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A mi madre, porque es todo valentía y amor.
Es un ejemplo constante para mí y para mis hijos.
Contenido
Portadilla
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
PRÓLOGO
Los Murray habían sido, durante generaciones, personas de modesta fortuna y muy buen juicio. Poseedores de una pequeña propiedad vinculada a los varones, tuvieron la buena suerte de que sus primogénitos siempre fueran niños y no niñas, pues estas no hubieran podido heredar, y así no se vieron en la obligación de tener más hijos que el primero, de modo que no dividieron la ya de por sí escasa fortuna. Sin embargo, Ashwood Murray se había casado con una mujer de salud muy débil a la que amaba profundamente, y eso fue, según toda la gente, lo que provocó su desgracia.
La desventura de Ashwood Murray no era otra que la de tener una hija y ningún varón. Su esposa casi había muerto tras el primer parto, y el señor Murray no quiso ponerla de nuevo en peligro. Como era de ánimo más bien positivo, siempre pensó que su hija se casaría con un caballero de fortuna y que no le haría falta heredar la pequeña propiedad cercana a Londres en la que había vivido durante generaciones toda la familia. Le entristecía que el nuevo dueño fuera un lejanísimo primo suyo, de nombre Montgomery Burton-Jones, que a su vez tampoco tenía hijos y del que se decía que había regresado completamente loco tras la guerra. Todos lo conocían como el Coronel. En ocasiones, el señor Murray había fantaseado con la idea de que su hija se casara con el propio Montgomery Burton-Jones, y así se resolvería el problema de la mejor manera posible, pues sus nietos seguirían siendo dueños de Aldrich Park.
Penélope Murray, sin embargo, no había cumplido hasta la fecha ninguno de los sueños de su pobre padre. Sus dos únicas obligaciones eran las de comportarse con el decoro correspondiente a una dama de buena cuna y ser lo suficientemente hermosa o atrayente como para pescar un buen partido, pero la joven solo cumplía a