Un seductor sin corazón (Los Ravenel 1)

Lisa Kleypas

Fragmento

Creditos

Título original: Cold-Hearted Rake 

Traducción: Laura Paredes 

1.ª edición: mayo 2016 

© Ediciones B, S. A., 2015 

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España) 

www.edicionesb.com 

ISBN DIGITAL: 978-84-9069-466-4 

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. 

Contents
Contenido
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Epílogo
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A mi talentosa y maravillosa editora, Carrie Feron: 

¡gracias por hacer realidad mis sueños! 

Con todo mi cariño, 

L. K.

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Hampshire, Inglaterra 

Agosto de 1875 

—Solo el diablo sabe por qué se me tenía que arruinar así la vida —dijo Devon Ravenel muy serio—, y todo porque un primo que nunca me gustó se cayó del caballo.

—Theo no se cayó exactamente —lo corrigió Weston, su hermano menor—. El caballo lo tiró.

—Está claro que al animal le resultaba tan insoportable como a mí. —Devon andaba arriba y abajo por la sala de visitas con pasos inquietos y cortos—. Si Theo no se hubiera desnucado, le partiría la crisma.

West le dirigió una mirada entre divertida y exasperada.

—¿Cómo puedes quejarte cuando acabas de heredar un condado que incluye una finca en Hampshire, tierras en Norfolk, una casa en Londres...?

—Todo ello vinculado. Perdona si no muestro ningún entusiasmo por unas tierras y unas propiedades que jamás serán mías y que no puedo vender.

—Puedes romper el vínculo de mayorazgo, según cómo esté establecido. Si es así, podrías venderlo todo y zanjar este asunto.

—Dios lo quiera. —Devon observó con asco una mancha de moho en el rincón—. No se puede esperar que viva aquí. Este sitio está hecho un desastre.

Era la primera vez que ambos pisaban Eversby Priory, la ancestral finca familiar que debía su nombre de priorato al hecho de estar construida sobre las ruinas de una residencia monástica y una iglesia. Aunque Devon había heredado el título poco después de que su primo muriera tres meses antes, había pospuesto todo lo que pudo enfrentarse a la montaña de problemas con que ahora se encontraba.

Hasta entonces solo había visto aquella habitación y el vestíbulo, las dos estancias que más debían impresionar a las visitas. Las alfombras estaban raídas; los muebles, gastados; las molduras de yeso, deslucidas y agrietadas. Nada de ello auguraba nada bueno sobre el estado del resto de la casa.

—Hay que reformarla —admitió West.

—Hay que demolerla.

—No está tan mal. —West se interrumpió con un grito cuando la alfombra le cedió bajo el pie. Se apartó de un salto y se quedó mirando la zona combada—. ¿Qué diantres...?

Devon se agachó y levantó la esquina de la alfombra, lo que dejó al descubierto el agujero que había debajo, puesto que el suelo estaba podrido. Sacudiendo la cabeza, dejó la alfombra como estaba y se acercó a una ventana con cristales en forma de rombo. Las tiras de plomo estaban corroídas y los goznes, oxidados.

—¿Por qué no lo habrán reparado? —preguntó West.

—Por falta de dinero, evidentemente.

—¿Pero cómo es posible? La casa posee veinte mil acres. Con tantos arrendatarios, las producciones anuales...

—La explotación agrícola de las fincas ya no es rentable.

—¿En Hampshire?

Devon le dirigió una mirada sombría antes de volver a fijarse en la vista que le ofrecía la ventana.

—En todas partes.

El paisaje de Hampshire era verde y bucólico, perfectamente dividido por setos en flor. Sin embargo, más allá de los alegres grupos de casitas con el techo de paja y de las fértiles extensiones de creta y de bosques ancestrales, se estaban tendiendo miles de kilómetros de vías férreas para preparar una invasión de locomotoras y automotores. Por toda Inglaterra habían empezado a aparecer ciudades industriales como champiñones en primavera. Era mala suerte que Devon hubiera heredado un título justo cuando los nuevos vientos fabriles estaban barriendo del mapa las tradiciones y los modos de vida aristocráticos.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó su hermano.

—Todo el mundo lo sabe, West. El precio del grano se ha desplomado. ¿Cuánto hace que no lees un artículo del Times? ¿No has prestado atención a las tertulias en el club o en las tabernas?

—No cuando el tema era la explotación agrícola —fue la respuesta adusta de West. Se sentó pesadamente, frotándose las sienes—. Esto no me gusta. Creía que habíamos acordado jamás ponernos serios por nada.

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