Toda una vida

Ana F. Malory

Fragmento

Creditos

1.ª edición: enero, 2015

© 2015 by Ana F. Malory

© Ediciones B, S. A., 2015

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B 1493-2015

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-488-1

Maquetación ebook: Caurina.com

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

 

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Epílogo

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Prólogo

Norwich, condado de Norfolk, Inglaterra. 1793

Charles caminaba junto al pequeño lago que separaba la propiedad de su familia de la de los Parker disfrutando de la agradable temperatura, el trino de los pájaros y el susurro de las hojas mecidas por la suave brisa de la tarde, como tantas otras veces había hecho, aunque la certeza de que aquel paseo sería el último le llevaba a contemplarlo todo con otros ojos, convirtiéndolo en un momento singular… en una especie de despedida.

Se detuvo a unos pasos de la orilla, cruzó las manos tras la espalda e inspiró con fuerza dejando que la fragancia del bosque le inundara los pulmones, en tanto su mirada volaba de las copas de los árboles a las cristalinas aguas, intentando fijar aquella estampa en la memoria, seguro de que jamás olvidaría aquel lugar ni los buenos momentos disfrutados en él.

Un estruendoso chapoteo, procedente de la orilla contraria, le obligó a abandonar las reflexiones que lo distraían y esbozar una sonrisa divertida. Permaneció donde estaba, sin moverse, contemplando el revuelo formado en la superficie del lago a la espera de ver aparecer a la causante de tan repentino alboroto, convencido de que no podía tardar.

Como había previsto, una cabecita de cabellos oscuros emergió resoplando en el centro del lago.

—¿Te he asustado? —La sonrisa traviesa que iluminaba el rostro de la niña ponía de manifiesto que aquella había sido su intención. Charles reprimió una carcajada.

—De no estar ya acostumbrado me habrías dado un susto de muerte —aseveró para regocijo de la chiquilla.

—¿Vienes a nadar un rato? —propuso con la esperanza brillando en los vivarachos ojos azules. El muchacho sacudió la cabeza y torció el gesto con cierto pesar.

—No puedo. Y usted, señorita, tampoco debería estar aquí, sino recibiendo sus clases de dibujo —la reprendió. Tener diecisiete años, seis más que la niña, le hacía sentirse, en cierta forma, responsable de ella.

Amelia, contrariada, puso los ojos en blanco. «¿Por qué siempre tenía que regañarla?» pensó nadando hacia el lugar en el que Charles se encontraba. De no ser porque era el muchacho más apuesto del condado, seguramente de toda Inglaterra también, y porque tenía planeado ser su esposa, hacía tiempo que habría conseguido enojarla de verás.

—Hace una tarde demasiado bonita para estar encerrada en la sala de estudio… —su justificación no convenció a Charles que, cruzando los brazos a la altura del pecho, aguardó en silencio a que continuara con la explicación—. He mentido al señor Thomson. —Al joven le pareció advertir que se encogía de hombros bajo el agua—. Fingí encontrarme indispuesta y así poder suspender la clase —confesó sin pizca de remordimiento. Le gustaba dibujar, pero sin duda era mucho más divertido nadar en el lago, sobre todo cuando Charles estaba con ella—. ¿Por qué no puedes bañarte? ¿Estás enfermo? —quiso saber, tratando de cambiar de conversación mientras se deslizaba a través del agua. Detestaba que Charles le regañara.

—¿Por qué haces siempre tantas preguntas? —protestó más para sí que para la niña. Era una costumbre francamente molesta—. No, no estoy enfermo. En realidad me estaba despidiendo del lago y, puesto que has aparecido, también me despediré de ti.

—¿Despedirte? —repitió Amelia, deteniéndose de inmediato con los ojos muy abiertos a causa de la sorpresa—. ¿Te marchas? ¿A dónde? No sabía que planearas irte de viaje —le reprochó con un hilillo de voz apenas audible, braceando para mantenerse a flote.

—No tengo por qué contarte mi vida, renacuaja. Pero ya que quieres saberlo, nos vamos a Londres. Mi madre aún no ha superado la perdida de mi padre y el tío James considera que un cambio de aires le sentará bien —explicó el muchacho sin advertir el impacto que sus palabras tenían sobre Amelia.

—Y… ¿cuándo regresarás? —Un nudo de angustia

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