Amarga sentencia

Miranda Kellaway

Fragmento

Creditos

Portada: Rosa Gámez

Imagen portada: ©Thinkstock

1.ª edición: diciembre, 2013

© 2013 by Miranda Kellaway

© Ediciones B, S. A., 2013

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

Depósito Legal: B. 29.275-2013

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-708-0

Maquetación ebook: Caurina.com

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Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

 

Un esperado viaje

Londres

Tragedia en Green Hill

White Castle

Elisabeth

El baile de disfraces

Accidente

El diario

La proposición

El tesoro de Emma

Epílogo

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Un esperado viaje

Aquella fría mañana de marzo entré en mi dormitorio atropelladamente, y dominada por la euforia, me senté frente a mi tocador. Mientras abría un pequeño cajón a mi derecha, alcé la vista y me miré al espejo unos segundos. Estaba visiblemente emocionada.

Londres, una ciudad magnífica y llena de encanto... ¿Sería posible que fuera en serio su invitación?

Volví a inspeccionar el interior de la gaveta y sonreí complacida. Allí conservaba la esquela que mi tía Constance me había escrito hacía una quincena, convidándome a pasar unas semanas con ella en la capital. La leí por segunda vez con detenimiento, permitiendo que me embargara una ingente excitación:

“ Mi querida Deborah,

He sabido por tu madre que por fin has vuelto de la escuela de la que me hablaste en tu última carta. Imagino la alegría de tu padre al comprobar lo “pulida” que has regresado al hogar, después de pasar por un centro de enseñanza de una reputación tan buena como Wycombe Abbey.

Supongo que fue difícil para ti estar lejos de casa durante tanto tiempo, pero habrá valido la pena, ya que Henry se sentirá muy orgulloso. Al ver su fracaso con su hermana pequeña, es de esperarse que ponga todas sus esperanzas en su adorada benjamina.

Thomas y yo hemos pensado que sería estupendo que nos visitaras algún día de estos, sobre todo teniendo en cuenta que se acerca tu decimonoveno cumpleaños. Estarías con nosotros en Londres, y pasarías un mes maravilloso. Sé que el pedir permiso a tu padre para disfrutar de unas breves vacaciones conmigo podría traerte algunas complicaciones, debido a la tirante y casi inexistente relación que hay entre mi hermano y yo. No obstante, sería un gran placer tenerte en nuestra humilde residencia para que pudiéramos conocernos mejor, pero lo comprendería perfectamente si decidieras no venir. Sabes que siempre tendrás abiertas las puertas de mi casa.

Esperaré impaciente tu respuesta.

Con cariño,

Constance”

Doblé la misiva con cuidado y cerré los ojos. Constance tenía razón, mi padre jamás lo aprobaría. Recordé por un momento la ira que se dibujó en su rostro al enseñársela. Su negativa fue rotunda, y no me atreví a tentar de nuevo mi suerte. La ruptura de la relación de mi tía con la familia había tenido lugar antes de que naciera, algo que aún me costaba comprender. Hacía muchos años ya de eso, y anhelaba con toda mi alma que mi padre olvidara lo ocurrido y perdonara a su hermana.

Era una tarea apoteósica tratar de convencerle, sobre todo sabiendo que a sir Henry Ashton se le conocía por poseer un elevado sentido de la moral, y que no toleraría que su hija tuviera amistad con aquella “meretriz desvergonzada”, como decía él, después de que deshonrara a los suyos al rechazar al apuesto barón que la cortejaba para fugarse con un infeliz policía que no tenía dónde caerse muerto. Por ese motivo, desde que tuve la oportunidad de conocer a mi tía y verla cada cierto tiempo, entre las dos decidimos escribirnos a menudo de manera clandestina para no sufrir la cólera de mi padre al desear mantener un contacto que me estaba estrictamente prohibido.

Sin embargo, y quizá para mi vergüenza, yo era de espíritu intrépido y carácter rebelde, y no solía obedecer orden alguna si no se me diera un motivo, si no bueno, al menos aceptable. Así que, para desgracia de mi progenitor, la personalidad de Constance volvía a reencarnarse en mí, y ni siquiera una de las escuelas más caras del país logró paliar esa ansia de independencia que ardía en mi interior desde que era una niña.

Sumida en mis pensamientos, no me percaté de la presencia de Lorna, la doncella, que entró en el dormitorio trayendo una bandeja con unos pastelitos de queso y un vaso de leche.

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