No olvides el pasado

Jude Deveraux

Fragmento

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Créditos

Título original: Legend

Traducción: Ana Mazia

1.ª edición: abril, 2014

© Jude Deveraux, 1996

Publicado originalmente por Pocket Books,

una división de Simon and Schuster, Inc.

© Ediciones B, S. A., 2014

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

DL B 8260-2014

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-762-2

Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en el ordenamiento jurídico, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

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Contenido

Contenido

Portadilla

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Epílogo

Notas

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Capítulo 1

1

—Parezco un pastel de chocolate y merengue —dijo Kady, haciéndole una mueca a su reflejo en el alto espejo de tres cuerpos. Con su cabello oscuro y su piel de marfil luciendo sobre el espumoso vestido de boda, tenía el aspecto del chocolate con claras batidas a punto de nieve. Ladeando la cabeza, corrigió—: O, mejor, buñuelos de pollo. No sé.

A su espalda, Debbie, que había sido compañera de Kady en la escuela de cocina, rio quedamente, pero Jane no.

—No quiero oír una sola palabra más en ese sentido —dijo Jane con severidad—. ¿Me has oído, Kady Long? ¡Ni una sola palabra más! Estás espléndida, y tú lo sabes muy bien.

—En efecto, Gregory lo sabe —dijo Debbie, mirando a Kady en el espejo con los ojos dilatados.

Como era una de las damas de honor de la novia, había volado a Virginia desde el norte de California la noche anterior, y había conocido al novio de Kady esa mañana. Todavía estaba aturdida por la experiencia. Gregory Norman era un hombre de extraordinaria apostura: tanto la cara como el cuerpo eran todo ángulos y planos, tenía cabello negro y ojos que miraban a las mujeres como diciendo que tendría gran placer en hacerles el amor. Cuando se llevó a sus labios bien esculpidos los dedos de Debbie y los besó, el labio superior de la muchacha se perló de sudor.

—¿Cómo voy a avanzar por el pasillo de la iglesia con este aspecto? —preguntó Kady, levantando lo que parecían ser casi cincuenta metros de grueso satén—. Y con estas mangas: son más largas que yo. ¡Y la falda!

Con expresión de horror, bajó la vista hacia los metros de satén blanco que se desparramaban alrededor y a los dieciocho centímetros del ribete incrustado de perlas.

—Cualquiera de estos vestidos se puede modificar —le dijo la vendedora alta y delgada.

Con su postura rígida, indicaba a Kady que no le gustaba demasiado que se criticasen las creaciones que ofrecía en su salón.

Kady no había querido ofenderla:

—No es el vestido: soy yo. ¿Por qué el cuerpo humano no será como la masa de pan, para que una pudiese darle la forma que quisiera? Agregar un poco aquí, quitar un poco allá...

—Kady —le advirtió Jane.

Se conocían y se querían de toda la vida, y no podía soportar que Kady dijese cosas denigrantes de sí misma: la quería demasiado para tolerarlo.

Debbie, en cambio, rio con disimulo.

—O que se pudiera estirar como la masa de la pizza —dijo, mirando a la amiga en el espejo—. Así, podríamos alargar lo que es corto, y dejar abultado lo que queremos abultar.

Kady rio, y Debbie se sintió muy complacida consigo misma. Habían ido juntas a la escuela culinaria de Nueva York, pero Debbie siempre había admirado a Kady. Mientras los otros alumnos trataban de aprender las técnicas, de aprender a mezclar sabores, daba la impresión de que Kady ya lo sabía. Le bastaba mirar una receta para saber qué sabor tendría; comía una sola vez algo que no hubiese preparado ella, y luego podía recrearlo con exactitud. Mientras los demás discípulos falsificaban recetas e intentaban recordar la diferencia entre scones y galletas, Kady echaba ingredientes en un cuenco, ponía la mezcla en una placa, la metía en el horno, y salía sensacional. No es necesario aclarar que era la preferida de los profesores y la envidia de todos los alumnos. Debbie se sintió halagada más allá de toda medida cuando Kady le preguntó a ella si quería ir al cine, y de ese modo había comenzado la amistad.

Y ahora, cinco años más tarde, las dos tenían treinta años. Debbie se había casado, tenía un par de hijos, y sus talentos culinarios se limitaban a untar emparedados con mantequilla de cacahuete y asar costillas en la parrilla los fines de semana. La vida de Kady, en cambio, había transcurrido de una manera diferente. Al terminar la escuela, Kady había sorprendido —y horrorizado— a todos sus compañeros de estudios y a sus maestros al aceptar un empleo en un ruinoso restaurante que se especializaba en bistecs: Onions, en Alexandria, en el estado de Virginia. Los profesores intentaron convencerla de que aceptara una de las numerosas ofertas de trabajo que recibía de los lujosos restaurantes

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