Anhelos del corazón (Saga Edilean 5)

Jude Deveraux

Fragmento

Creditos

Título original: Heartwishes

Traducción: Ana Isabel Domínguez Palomo y María del Mar Rodríguez Barrena

1.ª edición: septiembre 2014

© Ediciones B, S. A., 2014

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)

www.edicionesb.com

DL B 16900-2014

ISBN DIGITAL: 978-84-9019-867-4

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Contents
Contenido
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Epílogo
anhelos

1

Gemma solo sabía que deseaba tanto el trabajo que habría matado por conseguirlo.

En fin, tal vez no mataría, pero desde luego que rompería algún que otro brazo o alguna pierna.

Mientras estaba junto a la señora Frazier, con la vista clavada en el trastero lleno de cajas viejas y sucias apiladas en las estanterías de madera, supo que en la vida había visto nada tan bonito. «Fuentes originales», le gritaba su cabeza. Estaba mirando cajas llenas de documentos que nadie había tocado en cientos de años.

La señora Frazier, alta y de porte majestuoso, miraba a Gemma con expresión altiva, a la espera de que dijera algo. Sin embargo, ¿cómo podía expresar con palabras lo que sentía? ¿Cómo describir la fascinación que siempre le había provocado la Historia? ¿Cómo decirle que esos documentos representaban para ella una aventura hacia el descubrimiento? ¿O cómo explicarle la emoción que suscitaba la posibilidad de encontrar nueva información, nueva...?

—Tal vez es un poco abrumador —dijo la señora Frazier al tiempo que apagaba la luz, una señal inequívoca de que Gemma tenía que dejar atrás las valiosísimas cajas y su misterioso contenido.

A regañadientes, Gemma la siguió hasta la acogedora sala de estar. Incluso la casita de invitados donde viviría quien consiguiese el trabajo era preciosa. Contaba con un espacioso salón, con cocina incorporada en un extremo, un enorme dormitorio con baño privado y el trastero que acababan de ver. En la parte delantera de la casa se encontraba una preciosa y amplísima biblioteca a través de cuyas cristaleras se accedía a un florido y extenso jardín. En el exterior, justo al otro lado del aparcamiento cubierto, se emplazaba un garaje con cabida para tres coches que estaba lleno del suelo al techo con muchísimas más cajas de documentos sin catalogar.

A Gemma le daba vueltas la cabeza por la magnitud de la tarea. Cuando el director de su tesis le mandó un correo electrónico en el que le comunicaba que le había conseguido una entrevista para un trabajo temporal en el pueblecito de Edilean, Virginia, se llevó una alegría. Sin embargo, después le explicó que la mujer que quería contratar a alguien para que revisara los documentos familiares y escribiera su historia era una antigua alumna de su universidad. Gemma resopló ante la idea. ¿Qué quería decir eso? ¿Otra historia de cómo la bisabuela había llegado a Ellis Island de jovencita? Menudo aburrimiento.

Ese mismo día se había pasado por su despacho para ofrecerle una respuesta en persona. Se disculpó con él, pero le dijo que una vez terminadas las prácticas, tenía que concentrarse en su tesis para poder conseguir el doctorado.

—Creo que deberías ver esto.

Su director de tesis le ofreció una carta impresa en un papel muy caro y grueso. En él se explicaba que la señora de Peregrine Frazier había adquirido de la propiedad de su marido en Inglaterra varios cientos de cajas llenas de documentos que se remontaban hasta el siglo XVI. La mujer ofrecía trabajo a alguien que pudiera catalogarlos y que escribiera una historia a partir de sus descubrimientos.

Gemma lo miró por encima del escritorio. Algo que incluía frases como «siglo XVI» y «varios cientos de cajas» no podía encuadrarse en un árbol genealógico normal.

—¿Quién más ha visto esos documentos?

—Las ratas y los ratones —contestó su director de tesis al tiempo que levantaba un sobre muy grueso—. Se halla todo aquí dentro. Los documentos han estado en el ático de una casa inglesa desde que la construyeron allá en tiempos de Isabel I. La familia... —Sacó una hoja del sobre y la miró—. Eran los condes de Rypton. Vendieron la casa en la época de la Revolución americana, pero, una generación después, la familia consiguió comprarla de nuevo. Hace poco el lugar volvió a ser vendido, pero en esta ocasión acabó en manos de una empresa que quería despejar el ático, de modo que subastaron el contenido.

Gemma se sentó. De hecho, casi se dejó caer en la silla que había delante del escritorio.

—Así que la tal señora Frazier...

—Fue a Inglaterra y compró hasta el último documento que había estado guardado en la casa durante todos esos siglos. No sabemos cuánto pagó por todo, solo que fueron cientos de miles de dólares. Al parecer, hubo una guerra de pujas durante la subasta

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