La princesa que no quería casarse con un príncipe

Fragmento

cap

Estaba anocheciendo y las antorchas del castillo se iban prendiendo. Tras haber comprobado los lugares en los que no estaba, subió a la torre Oeste donde sabía que la encontraría: aquel había sido su lugar favorito durante años. El lugar al que acudía cuando quería estar sola para pensar.

En efecto, allí estaba, mirando a través de las almenas la gran esfera celeste que se iba ocultando por el horizonte. El reino de Nejadia se recuperaba de la última guerra y todos trabajaban duro para volver a la normalidad cuanto antes.

El sonido de unos pasos la hizo volverse y ambos guardaron silencio hasta que él llegó a su lado.

—Sabía que os encontraría aquí —dijo él mirando al horizonte—. Veo que no habéis perdido vuestros hábitos.

Aquel comentario la hizo sonreír con aquella sonrisa que formaba dos hoyuelos en sus mejillas y que hacía brillar sus ojos del color del océano. Ella se giró para seguir contemplando el crepúsculo y contestó:

—Y vos no los habéis olvidado, a pesar de estos años.

—Supongo que ya sabéis que tenéis a todo el mundo preocupado —dijo él girando la cabeza hacia ella.

Ante su silencio, él continuó:

—¿Cuál es el problema, princesa Celina? Tarde o temprano tendréis que escoger, y vuestro padre espera que os hayáis decidido para cuando Nejadia se haya reconstruido.

—No, Fernán, por favor, vos no —le suplicó ella mirándolo a la cara—. ¿Por qué ahora estáis de parte de mi padre? Pensaba que seríais mi asidero en esta tormenta, pero si vos también…

—No, princesa, no estoy de parte de vuestro padre. Mi opinión sigue siendo la misma, pero me ha pedido que os hablara y no puedo desobedecer sus órdenes. Ya le dije que yo no cambiaría nada, pero insistió.

—Siento poneros en una situación delicada. Es difícil mantenernos la lealtad a ambos en este caso.

—No tenéis que sentir nada. Respeto vuestra decisión, pero también siento curiosidad por saber los motivos de vuestra negativa, si me permitís tal atrevimiento. ¿Le tenéis aversión al matrimonio?

Ella se echó a reír y se volvió a mirar al horizonte.

—No revelaré mis motivos. Ni siquiera a vos —contestó ella—. Además, yo no soy como el resto de princesas que delegarán todo en su esposo. ¿Qué príncipe querrá casarse conmigo sabiendo que el reino lo gobernaré yo? Oh, no necesito casarme para gobernar Nejadia cuando mi padre muera. Lo sabéis.

—Por supuesto, pero necesitaréis un hijo para que herede la corona.

—Podría acoger a cualquiera y prepararlo para ser mi heredero.

Ninguno de los dos dijo nada y ella suspiró.

Después se volvió hacia él para preguntarle qué pensaba hacer cuando el reino estuviera reconstruido.

—Me marcharé —respondió él apoyando la espalda en una almena y cruzando los brazos sobre el pecho.

—Me encantaría poder ir con vos.

—Pero Nejadia os necesita.

—Lo sé, pero hasta que mi padre muera… Me gustaría ir con vos.

—Sabéis que no me desagrada vuestra compañía, y vuestro manejo con la espada ya supera al mío.

—Tampoco hay que exagerar. Vos sois el héroe, pero está claro que tuve un maestro muy bueno. Tal vez si hablara con mi padre, me permitiría marcharme un tiempo.

—Oh, dudo que lo acepte.

—Quizás, si le dijera que cuando regrese me casaré… Oh, pero no quiero casarme con ningún príncipe.

—Desgraciadamente, princesa, la ley os obliga a casaros con alguien de sangre real.

—Una ley absurda e injusta —protestó ella—. Si pudierais llevarme con vos y ahorrarme todo este estúpido protocolo real…

Celina suspiró y se apoyó entre las almenas para volver a mirar cómo el sol había desaparecido.

—Mi princesa… —Fernán le puso una mano en el hombro—. Ojalá pudiera ayudaros, pero el rey me cortaría el cuello si le propusiera que vengáis conmigo a recorrer mundo. Él es ya muy anciano y está cansado, no va a esperar a fallecer para pasaros la corona. Nejadia acaba de sufrir una invasión terrible y os necesita. Sabéis muy bien cuál es vuestro deber.

—Lo sé —respondió ella con un hondo suspiro y apoyando la cabeza en una de las almenas—. Gracias de todos modos, Fernán.

El caballero le dio un cariñoso apretón en el hombro antes de alejarse. Entonces Celina volvió a suspirar y miró al frente.

—Aversión al matrimonio —dijo sonriendo de forma irónica—. ¡Si sé con quién quiero casarme desde que tenía doce años! Quiero ser la esposa de Fernán Díaz. Hice mi elección hace mucho tiempo.

Un leve sonido a su espalda la alarmó. Su corazón se agitó mientras se giraba bruscamente. A pesar de la oscuridad creciente, era capaz de reconocer en cualquier lugar aquella figura que permanecía estática.

Mientras el caballero volvía a acercarse a ella tras unos segundos de vacilación, rogó para que no la hubiera escuchado; pero el denso silencio que los envolvía le demostró que su secreto mejor guardado acababa de ser revelado.

—Fernán, yo… —comenzó a decir, aunque en realidad no sabía cómo continuar.

—Celina, ¿es cierto lo que acabáis de decir?

Él no debería haberlo oído. Se suponía que ya había abandonado la torre, pero se había detenido un momento para contemplarla antes de bajar. Aquella breve decisión cambiaría el curso de los acontecimientos para bien o para mal.

Estaba frente a ella, que no se atrevía a hablar y daba gracias porque no pudiera ver que había enrojecido.

—Pensé que ya os habíais ido —replicó ella—, había dejado de oír pasos.

—Al llegar a la escalera, me he parado para miraros y… Pretendía marcharme para que no supierais que os había escuchado, pero me habéis descubierto al moverme. No lo sabe nadie, ¿verdad?

Ella negó con la cabeza.

—Tranquila, seguirá siendo un secreto.

—Pero lo sabéis vos —dijo ella en voz baja, cerrando los ojos.

—Y es suficiente, nadie más debe saberlo —le dijo él con ternura cogiéndola por los hombros—. Por una parte, me hacéis muy feliz; pero en el fondo es una desgracia para ambos. ¿Quisierais saber por qué solicité la cesión de mi cargo de jefe de vuestra guardia cuando cumplisteis la mayoría de edad? Porque estaba fascinado con vos y consideré que mi deber era alejarme de vuestro lado antes de que mis sentimientos fueran más fuertes. Sin embargo, pasar a la guardia personal del rey no me ayudó mucho, puesto que seguía viéndoos a diario.

Aquellas palabras respondieron a las preguntas que la princesa se había formulado hacía unos años ante su inminente y extraña cesión del cargo de jefe de su guardia. Su mayoría de edad y el culmen de su formación habían sido buenas excusas para todos, pero insuficientes para ella.

—Fernán —dijo ella abrazándose a él.

—Mi pequeña —dijo él estrechándola contra sí. Luego le acarició el pelo con una mano.

—Ahora podéis entender mejor que nadie mi negativa a casarme —dijo ella separándose un poco y alzando la cabeza para mirarlo.

—Sí, pero eso no cambia nada. No tengo sangre real, ¿recordáis? Si la tuviera, dad por seguro que ya seríais mi es

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