Trilogía Cincuenta sombras

E.L. James

Fragmento

Bianca Rocamora consultó la hora de reojo: era tardísimo, las nueve y media de la noche.

—¡Bianca! —Irene Mattei detuvo el piano y la fulminó con sus ojos verdeazulados—. ¡Estás desconcentrada! Has fallado en esa nota y has hecho que todo el grupo pierda el hilo.

Percibió las miradas compasivas de sus cuatro compañeras y el calor que le trepaba por las mejillas.

—Disculpe, profesora —susurró.

No se le habría ocurrido tutearla ni llamarla por el nombre de pila. La mujer había fijado las reglas el primer día: «Para mis alumnos soy profesora, y nada de tutearme, como hacéis los jóvenes, hasta para dirigiros al Papa».

—¿Por qué estás desconcentrada?

—Es tarde —se atrevió a señalar.

Hacía tres horas que ensayaban en el estudio de Irene Mattei, una de las mejores profesoras de canto lírico de Buenos Aires. Habían comenzado hacia las seis y media con ejercicios de respiración para relajar el cuello y las cuerdas vocales y para «ubicar» el diafragma, como decía la profesora, y habían continuado con vocalizaciones antes de lanzarse a practicar las piezas que entonarían en la catedral el Domingo de Pascua. No estaba cansada: estaba exhausta. De todos modos, no era eso lo que la preocupaba y distraía, sino imaginarse el caos en su casa: sus hermanitos sin cenar y su madre tirada en la cama con las típicas náuseas nocturnas que la asaltaban durante los primeros meses de gestación. Sabía lo que su madre estaba sintiendo por una simple razón: ella experimentaba lo mismo. «Debido a que tu Luna está muy cerquita de Neptuno (a esto, los astrólogos lo llamamos conjunción Luna-Neptuno), percibes lo que tu madre siente —le había explicado la astróloga Alicia Buitrago hacía poco—. Las dos tenéis una conexión casi telepática. Neptuno tiene poderes mágicos. Es el brujo, el hechicero del zodíaco. No te asustes».

Sí, se había asustado. La lectura de su carta astral —regalo de cumpleaños de Camila Pérez, su íntima amiga— la había asustado muchísimo porque le había revelado aspectos de sí misma que ella negaba, y también porque le había confirmado una sospecha: aquel 29 de enero de 1995, a las 7.25 de la mañana, cuando asomó la cabeza en la sala de parto, los astros se habían asegurado de que su vida nunca sería simple, ni fácil.

—Sí, es tarde —admitió la profesora Mattei—, pero tenemos menos de un mes para ensayar, y como solo podéis venir dos veces por semana, es poco tiempo. Una profesional se debe a su trabajo, Bianca. Si quieres llegar a ser una profesional, tienes que hacer sacrificios.

«Sí, pero yo tengo que ir a bañar y dar de cenar a mis hermanos», replicó para sí, con la cabeza echada hacia delante. La levantó de pronto al recordar lo que la astróloga Linda Goodman afirmaba acerca de los acuarianos que es frecuente que dejen caer la cabeza cuando meditan o tienen un problema.

Oyó el bufido de Irene Mattei y, enseguida, sus palabras de claudicación:

—Está bien. Puedes irte. ¿El resto puede quedarse un momento más?

—Sí —contestaron a coro las demás.

Bianca no sabía cómo afrontar la siguiente conversación con la profesora Mattei. Fue recogiendo las partituras y metiéndolas lentamente en su bolso —al cual Lorena, su hermana mayor, calificaba de «boliviano»—, mientras buscaba las palabras y la fortaleza necesarias. Rehuía los conflictos y los enfrentamientos, eso era un hecho, y, según Alicia, se debía a otra típica característica de los nacidos con el Sol en Acuario. De algún modo la tranquilizaba que Linda Goodman dijera que no eran cobardes, sino que simplemente no estaban creados para el combate. «Como sí lo está Leo», reflexionó. Leo, su opuesto complementario. Leo, el signo de Sebastián Gálvez.

La profesora la acompañó por el largo pasillo hacia la salida. Se trataba de un apartamento viejo, con techos altos y ambientes amplios, en el último piso de un edificio de la década de los cuarenta. Irene Mattei lo había remodelado y acondicionado de modo tal que el sonido no molestase a los vecinos.

—Profesora —susurró en un punto donde la oscuridad se acentuó—, no voy a cantar el Domingo de Pascua en la catedral.

—¡Qué! —la mujer se detuvo en seco—. ¿Qué estás diciendo, criatura? ¡Bianca, mírame cuando te hablo!

Levantó la vista y la fijó en la rabiosa de Irene Mattei. «¡Qué guapa es!», se dijo por enésima vez, y la recordó en los vídeos que había visto en YouTube, cuando, de joven, la gran Mattei cantaba en los teatros líricos de Europa, Estados Unidos y Asia, maquillada y vestida con los trajes de los personajes que encarnaba. Sin duda, gran parte de la seguridad que había desplegado provenía de la certeza de ser magnífica. «Igual que Lorena», concluyó.

—¿Qué me estás diciendo? ¿Que no vas a cantar en la catedral? ¿Por qué?

—No puedo cantar el Avemaría de Schubert, sola, frente a toda esa gente. No estoy preparada.

—¡Soy yo la experta! ¡Soy yo la profesora! ¡Soy yo la que dice cuándo estás preparada!

«¡Soy yo! ¡Soy yo! —la emuló la voz interior de Bianca—. ¿Quién podría negar que esta mujer nació el 13 de agosto y que es leo?».

—Hace más de un año que estás bajo mi tutelaje, Bianca. Sé muy bien que estás preparada. El Domingo de Pascua vas a cantar. No se hable más.

La tozudez de la Mattei se convirtió en un impacto doloroso para Bianca. Estaba amenazando lo que su naturaleza protegía con mayor celo: la libertad.

—No —insistió—, no lo haré.

Fue evidente el desconcierto de la profesora, que se quedó mirándola con los ojos como platos.

¿Era su libertad lo que estaba en juego o la horrorizaba convertirse en el centro, en el punto de análisis de cientos de personas? Según Alicia, en su carta existía una tensión muy marcada entre la energía de Urano —el loco, el excéntrico— y Saturno —el deber, la responsabilidad—, y esto le provocaba pánico al rechazo y a no «encajar», a no ser aceptada, por lo que prefería encerrarse detrás de su sonrisa amable y sus ojos melancólicos a mostrar su verdadera naturaleza, que era vibrante, distinta y rara, como la de toda personalidad acuariana.

—¿Adónde vas? —la increpó Mattei.

Bianca había reanudado la marcha hacia la salida. Necesitaba irse, escapar.

—A mi casa. Es tarde.

—¡No te irás antes de arreglar este asunto! ¡No cambiaré el programa, Bianca! Ya están impresos los carteles y los anuncios publicados en la red, y tu nombre está en ellos. No puedes decir primero que sí y después que no. Con esa actitud no llegarás jamás a ser una profesional.

Se le nubló la vista. Añoraba ser una cantante lírica profesional, y la sola mención de que no lo lograría le desgarraba el corazón. Se pasó el dorso de la mano por los ojos, sin éxito: las lágrimas siguieron brotando. Aturdida y con la respiración entrecortada, alcanzó el vestíbulo. La Mattei seguía despotricando a su espalda.

Dio un paso atrás al escuc

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