No quería enamorarme (Noches inolvidables 1)

J. Kenner

Fragmento

Capítulo 1

1

Estaba rodeado de mujeres desnudas y se aburría como una ostra.

Wyatt Royce se obligó a no fruncir el ceño mientras bajaba la cámara sin haber hecho ni una sola fotografía. Con aire pensativo, retrocedió un paso a la vez que examinaba con mirada crítica a las cuatro mujeres que tenía delante como Dios las trajo al mundo.

Guapas. Seguras de sí mismas. Con curvas voluptuosas, la piel suave, ojos brillantes y piernas torneadas y musculosas, de esas que dejaban claro que eran capaces de rodear a un hombre con fuerza.

Dicho de otro modo, todas tenían un gran atractivo sexual. Un aura. Un je ne sais quoi que llamaba la atención de todo el mundo y excitaba a los hombres.

Pero ninguna de ellas tenía lo que él buscaba.

—¿Wyatt? ¿Estás listo, tío?

La voz de Jon Paul lo sacó de sus frustrantes pensamientos y asintió con la cabeza para responder la pregunta del director de iluminación.

—Lo siento. Estaba pensando.

JP se puso de espaldas a las chicas y lo miró con una sonrisa malévola mientras le decía en voz baja:

—No me extraña.

Wyatt rio entre dientes.

—Tranquilo, chaval.

Wyatt lo había contratado hacía seis meses para que hiciera un poco de todo. Era un chico de veintitrés años, recién graduado en Fotografía por la Universidad de California en Los Ángeles, pero en cuanto demostró ser no solo un fotógrafo excelente, sino también un prodigio de la iluminación, la relación entre ellos dejó de ser la de jefe-asistente y se convirtió en la de mentor-alumno antes de acabar siendo la de amigo-colega.

JP era un hacha en su trabajo y Wyatt había acabado dependiendo mucho de él. Pero el chico había estudiado fotografía arquitectónica. Así que el hecho de que las modelos femeninas a las que veía todos los días, además de ser espectaculares, fueran casi siempre desnudas en plan provocativo lo seguía fascinando y, según sospechaba Wyatt, lo obligaba a darse una ducha fría diaria. O tres.

Claro que no pensaba criticarlo. Al fin y al cabo, era él el creador del mundo erótico y sensual en el que ambos vivían todos los días. Llevaba meses encerrado en su estudio con una serie de mujeres guapísimas, rozando su piel cálida con los dedos cada vez que las colocaba con cuidado para sacar las distintas fotografías. Mujeres ávidas por complacer. Dispuestas a moverse según sus directrices. A colocar su cuerpo en esas posturas sensuales y cautivadoras que tan incómodas debían de ser. Y solo lo hacían porque él se lo decía.

Mientras estuvieran delante de su cámara, le pertenecían por completo. Y se mentiría a sí mismo si no admitiera que, en muchos sentidos, las sesiones de fotos eran tan eróticas como las fotografías en sí mismas.

Así que sí, percibía la atracción sexual, pero jamás sucumbía. Ni siquiera cuando muchas de sus modelos le habían dejado clarísimo que estaban dispuestas a trasladarse del estudio al dormitorio.

Bastante erotismo tenía ya el proyecto.

¿Demasiado, tal vez? Joder, había muchas cosas que dependían de ese trabajo. Su carrera. Su vida. Su reputación. Por no mencionar sus ahorros.

Dieciocho meses antes había decidido dar la campanada en el mundo del arte y de la fotografía y solo faltaban veintisiete días para que descubriera si lo había conseguido.

Lo que esperaba era que el éxito lo golpeara como si fuera un cañón de agua. Con tanta fuerza y tan rápido que todos alrededor acabaran empapados con él en el mismísimo centro, el responsable indiscutible de todo el revuelo.

Lo que temía era que la exposición solo produjera una tenue onda en el agua, como si metiera el dedo gordo en la parte más profunda de la piscina.

JP tosió a su espalda y el sonido lo sacó de sus elucubraciones. Alzó la vista y, al ver que las cuatro mujeres lo miraban con ojos rebosantes de esperanza, se sintió como el más cerdo.

—Siento haberlas hecho esperar, señoritas. Estaba intentando decidir cómo os prefiero. —Lo dijo sin segundas, pero la morena bajita soltó igualmente una risilla tonta y, acto seguido, apretó los labios y clavó la vista en el suelo. Wyatt fingió no haberse dado cuenta—. JP, ve a mi despacho a buscar la Leica. He pensado que las quiero en blanco y negro.

La verdad era que no había pensado nada en absoluto. Solo estaba haciendo tiempo. Diciendo chorradas mientras decidía qué hacer con las chicas, si acaso hacía algo.

Se acercó a ellas mientras hablaba, intentando descubrir por qué ninguna le interesaba. ¿Tan inadecuadas eran? ¿Tan poco apropiadas para lo que él necesitaba?

Las rodeó muy despacio, examinando sus curvas, sus ángulos, el suave brillo de su piel bajo la luz tenue. Una tenía una nariz altiva y aguileña. Otra, una boca carnosa y sensual. La tercera, el tipo de mirada erótica que prometía satisfacer todas las fantasías de un hombre. Y la cuarta, ese gesto inocente que incitaba a pervertirla.

Todas ellas le habían enviado sus álbumes profesionales a través de su agente y él se había pasado horas analizando todas y cada una de las fotos. Todavía había un hueco libre en su exposición. El más importante. El eje central. Una mujer que uniría todas las fotografías de la muestra con una serie de imágenes eróticas que tenía muy claras en la mente. Una confluencia de luz y escenificación, de cuerpo y de actitud. La sensualidad unida a la inocencia y acentuada por el atrevimiento.

Tenía claro lo que quería. Y lo más importante: en lo más profundo de su ser, sabía a quién quería.

De momento, esa mujer todavía no había pisado su estudio.

Pero estaba en algún lugar, quienquiera que fuese. Estaba segurísimo.

Era una pena que solo le quedaran veintisiete días para encontrarla.

De ahí que se hubiera rebajado a buscar entre las agencias de modelos, aunque su visión para la exposición siempre había sido la de usar aficionadas en vez de modelos profesionales. Mujeres cuyos rasgos o actitud le llamaran la atención en la playa, en el supermercado o allí donde las viera. Mujeres de su pasado. Mujeres de su ámbito laboral. Pero que no vivieran de su cuerpo. Esa había sido la promesa que se había hecho desde el principio.

Sin embargo, allí estaba, suplicándoles a los agentes que le enviaran a las chicas más sensuales que tuvieran. Quebrantando su propia norma, porque estaba desesperado por encontrarla. Esa chica esquiva que se escondía en su mente y que, tal vez, solo tal vez, contara con un agente y con un contrato como modelo.

Pero sabía que no era así. No esa chica.

No, la chica que quería no tenía experiencia con la cámara y sería él quien capturase esa inocencia por vez primera. Esa era su visión. El plan que había seguido durante dieciocho largos meses y que consistía en intercalar sesi

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