Grey («Cincuenta sombras» contada por Christian Grey 1)

E.L. James

Fragmento

cap-1

Agradecimientos

Gracias a:

Anne Messitte por sus consejos, su buen humor y por su fe en mí. Por ser tan generosa con su tiempo y por no escatimar esfuerzos para depurar mi prosa, estaré en deuda con ella para siempre jamás.

Tony Chirico y Russell Perreault por velar siempre por mí, y al fabuloso equipo editorial de producción y diseño que consiguieron que este libro traspasara la línea de meta: Amy Brosey, Lydia Buechler, Katherine Hourigan, Andy Hugues, Claudia Martinez y Megan Wilson.

Niall Leonard por su amor, su apoyo y su orientación, y por ser el único hombre capaz de hacerme reír de verdad.

Valerie Hoskins, mi agente, sin la cual todavía estaría trabajando en televisión. Gracias por todo.

Kathleen Blandino, Ruth Clampett y Belinda Willis: gracias por la prelectura.

Las lost girls por su preciosísima amistad y por la terapia.

Las bunker babes por su constante ingenio, sabiduría, apoyo y amistad.

Las chicas de FP por su ayuda con mis americanismos.

Peter Branston por su ayuda con la terapia SFBT.

Brian Brunetti por sus consejos sobre cómo pilotar un helicóptero.

La profesora Dawn Carusi por ayudarme a entender el sistema de educación superior de Estados Unidos.

El profesor Chris Collins por los conocimientos en ciencia del suelo.

La doctora Raina Sluder por sus explicaciones sobre salud mental.

Y por último, pero no por ello menos importante, a mis hijos. Os quiero más de lo que puede expresarse con palabras. Llenáis mi vida y la de todos los que os rodean de la mayor felicidad del mundo. Sois unos chicos guapos, divertidos, brillantes y compasivos, y no podría sentirme más orgullosa de vosotros.

cap-2

Lunes, 9 de mayo de 2011

Tengo tres coches. Van muy rápido por el suelo. Muy, muy rápido. Uno es rojo. Otro es verde. Otro es amarillo. Me gusta el verde. Es el mejor. A mami también le gustan. A mí me gusta cuando mami juega con los coches y conmigo. El rojo es su preferido. Hoy está sentada en el sofá mirando a la pared. El coche verde se estrella en la alfombra. El coche rojo lo sigue. Luego el amarillo. ¡Pum! Pero mami no lo ve. Apunto a sus pies con el coche verde, pero el coche verde se mete debajo del sofá. No puedo cogerlo; mi mano es demasiado grande para el hueco. Mami no ve nada. Quiero mi coche verde, pero mami sigue sentada en el sofá mirando a la pared. «¡Mami! Mi coche.» No me oye. «¡Mami!» Le cojo la mano y se echa hacia atrás y cierra los ojos. «Ahora no, renacuajo. Ahora no», dice. Mi coche verde se queda debajo del sofá. Todavía está debajo del sofá. Lo veo, pero no llego a cogerlo. El coche verde está lleno de polvo. Cubierto de pelo gris y de suciedad. Quiero recuperarlo, pero no lo consigo. Nunca lo consigo. He perdido mi coche verde. Perdido para siempre. Y ya no podré volver a jugar con él.

Abro los ojos y mi sueño se desvanece en la luz de primera hora de la mañana. ¿De qué narices iba todo eso? Intento atrapar algunos fragmentos antes de que desaparezcan, pero todos se me escapan.

Me olvido del sueño, como hago casi todas las mañanas, salgo de la cama y busco unos pantalones de chándal recién lavados en el vestidor. Fuera, un cielo plomizo augura lluvia, y hoy no estoy de humor para mojarme. Decido ir al gimnasio de la planta de arriba, enciendo el televisor para ver las noticias de economía de la edición matinal y me subo a la cinta de correr.

Centro mis pensamientos en el día que me espera. Solo tengo reuniones, aunque he quedado con el entrenador personal un poco más tarde para una sesión en la oficina: Bastille siempre supone un reto estimulante.

¿Y si llamo a Elena?

Sí, tal vez. Podríamos cenar un día de esta semana.

Paro la máquina de correr, sin resuello, y bajo para darme una ducha. Luego me dispongo a enfrentarme a un nuevo día monótono.

—Hasta mañana —murmuro para despedir a Claude Bastille, que está de pie en el umbral de mi oficina.

—Esta semana tenemos golf, Grey. —Bastille sonríe con arrogancia porque sabe que tiene asegurada la victoria en el campo de golf.

Se gira y se va y yo lo veo alejarse con el ceño fruncido. Esa frase antes de irse echa sal en mis heridas, porque a pesar de mis heroicos intentos en el gimnasio esta mañana mi entrenador personal me ha dado una buena paliza. Bastille es el único que puede vencerme y ahora pretende apuntarse otra victoria en el campo de golf. Odio el golf, pero se hacen muchos negocios en las calles de los campos de ese deporte, así que tengo que soportar que me dé lecciones ahí también… Y aunque no me guste admitirlo, Bastille ha conseguido que mejore mi juego.

Mientras miro la vista panorámica de Seattle, el hastío ya familiar se cuela en mi mente. Mi humor está tan gris y aburrido como el cielo. Los días se mezclan unos con otros y soy incapaz de diferenciarlos. Necesito algún tipo de distracción. He trabajado todo el fin de semana y ahora, en los confines siempre constantes de mi despacho, me siento inquieto. No debería estar así después de varios asaltos con Bastille. Pero así me siento.

Frunzo el ceño. Lo cierto es que lo único que ha captado mi interés recientemente ha sido la decisión de enviar dos cargueros a Sudán. Eso me recuerda que se supone que Ros tenía que haberme pasado ya los números y la logística. ¿Por qué demonios se estará retrasando? Miro mi agenda y me acerco para coger el teléfono con intención de descubrir qué está pasando.

Maldita sea. Tengo que soportar una entrevista con la persistente señorita Kavanagh para la revista de la facultad. ¿Por qué demonios accedería? Odio las entrevistas: preguntas insulsas que salen de la boca de imbéciles mal informados e insustanciales que pretenden hurgar en mi vida personal. Y, encima, es una estudiante. Suena el teléfono.

—Sí —le respondo bruscamente a Andrea, como si ella tuviera la culpa. Al menos puedo intentar que la entrevista dure lo menos posible.

—La señorita Anastasia Steele está esperando para verle, señor Grey.

—¿Steele? Esperaba a Katherine Kavanagh.

—Pues es Anastasia Steele quien está aquí, señor.

Odio los imprevistos.

—Dile que pase.

Bueno, bueno… parece que la señorita Kavanagh no ha podido venir… Conozco a su padre: es el propietario de Kavanagh Media. Hemos hecho algunos negocios juntos y parece un tipo listo y un hombre racional. He aceptado la entrevista para hacerle un favor… un favor que tengo intención de cobrarme cuando me convenga. Debo admitir que tenía una vaga curiosidad por conocer a su hija para saber si son de tal palo tal astilla.

Un golpe en la puerta me devuelve a la realidad. Entonces veo una maraña de largo pelo castaño, blanquísimas piernas y botas marrones que aterriza de bruces en mi despacho. Reprimo la irritación que me sale naturalmente ante tal torpeza. Me acerco enseguida a la chica, que está a cuatro patas en el suelo. La sujeto por los hombr

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