El vuelo de la mariposa

David Olivas

Fragmento

Los primeros rayos del sol comienzan a entrar por la ventana. Debe de ser la única luz que entra por aquí desde hace mucho tiempo. La seda de las cortinas roza cada trazo de luz que se cuela por la habitación. Yo sigo en la cama, agarrándome a las sábanas. Y recuerdo entonces esos amaneceres junto a ti que parecían no tener final. Aquello era el principio de todo. Nuestro principio. Esas mañanas en las que se nos hacía tarde pero nos daba igual, yo siempre seguía agarrada a ti. Como ese clavo en la pared que deja el cuadro un poco torcido pero siempre aguanta, hasta el día que vence y entonces al caer, rompe con todo.

Me incorporo y veo que tengo el ordenador entre las piernas. Lo abro y entro en Facebook. Últimamente puedo entrar unas diez o cuarenta veces a hacer lo de siempre: volver a verte. Miro la última foto que subiste, sales sonriente y te noto hasta feliz, no es una felicidad forzada, lo sabría. Pero no. Estás feliz. Feliz de verdad. Suspiro y bajo la pantalla del ordenador y echo a andar en busca de un café bien temprano. De camino a la cocina veo una foto contigo. Aún no me ha dado tiempo a acostumbrarme a eso de quitar todos los recuerdos cuando una persona se va sin avisar. Esta foto es de nuestro último viaje, en París. Uno de esos viajes en los que todo parece estar preparado para ti. O mejor dicho para nosotros. Fue mi regalo.

Quería vivir aquellos paseos que siempre había soñado contigo, cenamos en Montmartre, bebimos por el barrio latino, llegamos borrachos a las plazas de Vendôme y acabamos en Saint Louis. Y esa fue la última vez que fuimos. La última vez que fuimos lo que éramos hasta entonces.

Alto, pelazo rubio. Así era Carlos. Y ojos muy claros. De un azul especial. Como el del agua del mar, pero un poquito más cristalina. Sus grandes labios y una mandíbula muy marcada. Nos conocimos en el último año de carrera de Periodismo en la que era mi compañero de prácticas. Recuerdo que al principio creí caerle mal, por cómo me miraba y cómo me decía las cosas, pero resultó no ser así.

Me acerco al frigorífico y en la puerta veo los billetes de avión de París y unos cuantos más a multitud de destinos, pero entre todo eso observo el calendario. Hoy es un día especial, ese día que estás esperando que llegue durante todo el año. Me he incorporado al trabajo hace apenas unas semanas, pero allí me ahogo, ya no encuentro la estabilidad en aquella redacción.

Ahora que ha llegado el día es cuando ya puedo suspirar al verlo. Por fin, me digo a mí misma, viendo esa fecha marcada en rojo. Hoy es mi último día en el trabajo antes de coger mis dos semanas de vacaciones. Estaré una semana en mi pueblo natal y otra en la que me gustaría irme a la costa de Altea. Sonrío al reflejo de mi propio rostro proyectado entre los imanes del frigorífico. Me visto, y acabo de hacer la maleta que dejé casi terminada anoche. Prácticamente toda la ropa es de abrigo, ya que en Cudillero hay días en que las tormentas cubren el pueblo por completo y el frío se te mete en el cuerpo.

Agarro las llaves del coche y antes de cerrar la puerta de casa vuelvo a mirar en su interior, intentando pensar que a mi regreso, quiero ser otra persona cuando vuelva a cruzar esta puerta. Recompuesta o al menos, no tan devastada. Y es entonces cuando al bajar al portal pareces decirme que mi propósito está difícil de conseguir si no empiezo por cambiar lo más sencillo.

Leo tu nombre en el buzón. Junto al mío. Recuerdo el día que lo pusimos, con los brazos llenos de cajas de la mudanza para decorar nuestro hogar. Me besaste contra estos mismos buzones al introducir nuestros nombres en su lugar. Me acerco al pequeño papel plastificado y lo rozo, como si pudiese tenerte así más cerca. Cierro los ojos y saboreo este momento. Al principio parece dulce al recordar cómo me besabas, pero después es amargo al saber que nunca volveré a sentir esa sensación. Al menos no saliendo de tus labios. Busco en mi bolso algo que me pueda servir para borrarte o al menos para no tenerte tan presente, pero lo único que encuentro son las llaves de casa y me apoyo contra el buzón mientras rasgo con fuerza tu nombre. Por irte. Por marcharte sin avisar. Rasgo con más genio. Comienzo a enumerar cada una de las razones de mi rabia. Por dejarme sin saber adónde ir. Estoy empezando a atravesar el plástico. Por este vacío. Sigo rasgando con fuerza junto a esta cadena de razones. Por tus últimos besos. La llave está dejando sin letras lo que antes era tu nombre y apellido. Los ojos se me humedecen. Por aquella noche. Solo quedan dos letras. Y entonces lo digo. Por morir aquel día. La llave chirría al atravesar el plástico y tocar el metal. Un choque brusco e inesperado. Como aquel día que se paró todo. Y no fuiste tú quien detuvo el reloj.

Nunca más fuiste tú. Una lágrima cae. Suspiro. Entonces recuerdo aquel día.

Primera parte. El antes

PRIMERA PARTE

EL ANTES

Tres meses antes.

Faltan cinco días para irte.

Acabo de llegar a casa después de un día agotador. Mientras espero frente al ascensor me doy cuenta de que Carlos no ha llegado todavía porque no ha recogido las cartas del buzón. Está a rebosar. Saco la correspondencia y voy ojeando por encima. Banco, hipoteca, luz, agua, y entonces veo que una de ellas es la que yo estaba esperando. Es una carta de un canal de venta de entradas.

El cumpleaños de Carlos es hoy. Como siempre, yo llegaré antes que él a casa. He encargado sushi para cenar. Le he comprado dos entradas para el concierto de su grupo favorito, no un concierto cualquiera, sino el f

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos