Placeres de la noche (Cazadores Oscuros 2)

Sherrilyn Kenyon

Fragmento

1

—Pues yo digo que deberíamos meterlo en un hormiguero y echarle miguitas de pan.

Amanda Devereaux rió ante la idea de Selena. Por graves que fueran sus problemas, su hermana mayor siempre conseguía hacerla reír. Precisamente por eso estaba sentada una fría tarde de domingo en el puesto de Jackson Square donde Selena leía el tarot y las líneas de la mano, en lugar de en la cama con las mantas hasta las orejas.

Todavía sonriendo ante la imagen de millones de hormigas mordisqueando el pálido y fofo cuerpo de Cliff, Amanda echó un vistazo a los turistas que atestaban la zona comercial de Nueva Orleans incluso en aquel oscuro día de noviembre.

El aroma del café de achicoria caliente y de los beignets flotaba desde el Cafe Du Monde y se extendía por toda la calle, mientras los coches pasaban zumbando a unos metros de distancia. Tanto las nubes como el cielo tenían un color gris plomizo que casaba a la perfección con el talante hosco de Amanda.

La mayoría de los vendedores ambulantes de Jackson Square ni siquiera se molestaba en colocar los puestos durante el invierno, pero su hermana Selena consideraba que el suyo era un tesoro tan importante como la catedral de San Luis, que se alzaba tras ellas.

Menudo tesoro...

La sencilla mesa donde echaba las cartas estaba cubierta por una faldilla púrpura que había hecho su madre añadiendo unos encantamientos especiales conocidos tan solo por su familia.

Madame Selene, la «Señora de la Luna» —como Selena era conocida—, estaba sentada tras la mesita con una ancha falda de antelina verde, un jersey de punto morado y un enorme abrigo negro y plateado.

La extraña indumentaria de su hermana contrastaba enormemente con los vaqueros desgastados de Amanda, su jersey rosa de ochos y su polar color café. Pero Amanda siempre había preferido vestirse de modo discreto. A diferencia de su extravagante familia, odiaba destacar. Prefería confundirse con el entorno.

—He terminado con los hombres —afirmó Amanda—. Cliff fue la última parada del tren a ninguna parte. Estoy cansada de desperdiciar mi tiempo y mis energías con ellos. De ahora en adelante, voy a dedicar toda mi atención a la contabilidad.

Selena frunció los labios con disgusto mientras barajaba las cartas del tarot.

—¿Contabilidad? ¿Estás segura de que no te cambiaron al nacer?

Amanda soltó una carcajada un tanto apática.

—Para serte sincera, estoy segura de que eso fue lo que ocurrió. Me gustaría que mi verdadera familia me reclamara antes de que sea demasiado tarde y se manifieste cualquier rareza.

Selena se rió de ella mientras disponía las cartas de tarot en una especie de solitario psíquico.

—¿Sabes cuál es tu problema?

—Que soy demasiado remilgada e histérica —dijo Amanda, con las mismas palabras que su madre y sus ocho hermanas mayores solían usar para referirse a ella.

—Bueno, sí, eso también. Sin embargo, a mí me parece que lo que necesitas es ampliar tus horizontes. Deja de ir detrás de esos tipos con corbata apretada que solo saben quejarse y llorar a su mami porque no tienen vida. Tú, hermanita, necesitas una sexcapada con un hombre que te acelere el corazón. Y me refiero a alguien imprudente y salvaje de verdad.

—¿Alguien como Bill? —preguntó Amanda con una sonrisa, pensando en el marido de Selena, que era aún más remilgado que ella.

Selena negó con la cabeza.

—¡Claro que no! Eso es diferente. Mira, en nuestro caso, yo soy la salvaje y la imprudente, la que lo salva de caer en el aburrimiento. Por eso nos complementamos a la perfección. Nos equilibramos. Pero tú no te complementas. Tú y tus novios ocupáis los primeros peldaños en la escalera que lleva a la ciudad del aburrimiento.

—Oye, me gustan mis tipos aburridos. Son dignos de confianza y no tienes que preocuparte por las posibles subidas de testosterona. Soy una chica beta hasta la médula.

Selena resopló y siguió sacando cartas.

—Me da la sensación de que necesitas unas cuantas sesiones de terapia con Grace.

Amanda soltó un bufido.

—Claro, lo único que me faltaba era una cita con una sexóloga que se ha casado con un esclavo sexual griego al que invocó a través de un libro… No, gracias.

Pese a sus palabras, a Amanda le caía bastante bien Grace Alexander. A diferencia de la multitud de amigos extravagantes de Selena, Grace siempre había sido felizmente normal y tenía los pies bien plantados en el suelo.

—Por cierto, ¿cómo le va?

—De maravilla. Niklos aprendió a andar hace dos días y ahora no hay quien lo pare.

Amanda sonrió al imaginarse al adorable bebé rubio y a su hermana melliza. Le encantaba hacer de canguro cuando Grace y Julian salían.

—¿Cuándo está previsto que dé a luz?

—A primeros de marzo.

—Supongo que estarán encantados —dijo con un pequeño aguijonazo de celos.

Siempre había deseado una casa llena de niños, pero a los veintiséis años sus ilusiones comenzaban a alejarse. Sobre todo porque no encontraba ningún hombre dispuesto a tener descendencia con una mujer cuya familia estaba como una cabra.

—¿Sabes? —prosiguió Selena con esa mirada especulativa que hacía que Amanda se estremeciera—. Julian tiene un hermano que también es víctima de una maldición que lo condena a permanecer en un libro. Podrías intentar…

—Rotundamente no, gracias. Recuerda que soy la única que aborrece toda esta basura paranormal. Quiero un hombre humano, normal y agradable, no un demonio.

—Príapo es un dios griego, no un demonio.

—En mi manual, las dos cosas se parecen bastante. Créeme, ya tuve bastante viviendo en una casa con vosotras nueve lanzando hechizos y todo ese rollo del abracadabra. Quiero normalidad en mi vida.

—La normalidad es aburrida.

—¿Por qué no la pruebas antes de darle la patada?

Selena se echó a reír.

—Algún día, hermanita, vas a tener que aceptar la otra mitad de tus genes.

Amanda hizo caso omiso de esas palabras mientras sus pensamientos regresaban a su ex prometido. Había creído de verdad que Cliff era el hombre de su vida. Un administrativo agradable, tranquilo y pasablemente atractivo al que ella había tomado por su media naranja.

Hasta que él conoció a su familia.

¡Puf! Durante los seis meses pasados había pospuesto la presentación a sabiendas de lo que podría ocurrir. Sin embargo, él había insistido tanto que, al final, cedió.

Amanda cerró los ojos y se estremeció al recordar a su hermana gemela, Tabitha, recibiéndolo en la puerta ataviada de pies a cabeza con la vestimenta gótica que usaba para perseguir vampiros. El conjunto se completaba con una ballesta que Tabitha se empeñó en mostrarle, además de su colección completa de shurikens: «Esta es especial. Puede abrir la cabeza de un vampiro a más de doscientos metros».

Por si eso no hubiera sido suficiente, su madre y sus tres hermanas mayores se encontraban en la cocina preparando un hechizo de protección para Tabitha.

Sin embargo,

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