Un amor fuera de tiempo

Luciana V. Suárez

Fragmento

un_amor_fuera_de_tiempo-5

1

Elodie (1944)

Para Elodie entrar en un teatro era como entrar en el paraíso. No era solo la infraestructura de ese edificio lo que la hacía sentir que estaba en otra esfera sino todo lo que ocurría allí adentro. Las paredes, las butacas y los pisos parecían vibrar con una energía mística que la transportaba a otras épocas y a otros mundos. Y lo que sucedía en el escenario, cuando los actores comenzaban a recitar sus líneas o a cantar mientras bailaban la coreografía, era una experiencia tan mágica que, cuando salía de ahí, le costaba retornar a la realidad. Para ella, una vez que entrabas en un teatro no salías siendo la misma persona.

En eso se puso a pensar en esos momentos en que la vida se había tornado catastrófica e incierta; pensar en el teatro siempre la hacía sentirse mejor.

El cielo iba aclarándose a medida que el auto avanzaba por la carretera. Elodie observó a través de la ventanilla cómo el paisaje iba cambiando. Los rascacielos y el ajetreo de Manhattan fueron desapareciendo para dar lugar a un escenario de aspecto rural poblado de árboles, en donde no se veía ni un alma; tal vez fuera porque recién estaba amaneciendo, pero sabía, sin que nadie se lo dijera, que el movimiento en el pueblo al que iba no sería ni la cuarta parte de lo que era en Nueva York. Nunca había estado en Connecticut, de hecho, nunca había salido de Manhattan, ni siquiera para ir a Nueva Jersey o a Coney Island, lo más lejos que había ido era a Brooklyn y a Harlem, y esa, en cierta forma, era la razón por la que la enviaban hacia allí, hacia ese pueblo en el que nunca había estado, y en el que tampoco quería estar, pero a los ojos de sus padres había cometido muchas faltas, todas imperdonables, una peor que la otra. Su padre era un hombre de negocios muy ocupado, pero, de algún modo, se había tomado las molestias de estar al tanto de lo que ocurría en la vida de su hija menor y no le había gustado para nada lo que se había enterado. Empezando por el hecho de que Elodie había forjado amistad con Cece Blumenthal, la hija afroamericana de Regina, la cocinera de su casa. No es que la relación entre Elodie y Cece hubiera surgido en el último tiempo; se habían conocido cuando eran niñas y Regina solía llevar a Cece a casa de los Highsmith, aunque solo fuera una que otra vez, pues sus patrones no lo tenían permitido, pero estos pasaban tanto tiempo fuera que a veces ni se enteraban de quien entraba o salía de la residencia.

Una tarde de verano, cuando Elodie tenía seis, fue hacia el jardín y vio a una niña a través de la ventana de la cocina; la invitó a jugar con ella y congeniaron de inmediato.

Hasta ese momento las únicas personas de color a las que había visto habían sido por fotografías en libros y, como no se había cruzado a ninguna, había llegado a pensar que eran personajes ficticios.

Esa tarde jugaron en la habitación de Elodie; Cece se había sorprendido al ver la cantidad de juguetes que esta tenía, y no podía quitarle la vista a los que eran gigantes, como al conejo de Alicia, Wendy Darling y Dorothy con Toto; de hecho, ese dormitorio parecía un museo de personajes de cuentos infantiles. Desde entonces, cada vez que Cece iba a la casa de los Highsmith, se escabullían en la recámara de Elodie, en donde jugaban, tomaban el té con pasteles y hablaban. Cece le había contado que vivía con sus abuelos y no con su padre, que a este apenas lo veía. Nadie de la familia de su madre lo quería debido al color de su piel y a que no tenía un empleo estable. En una ocasión, Elodie estuvo a punto de contarles a sus padres acerca de su amistad con Cece, pero, en cuanto mencionó a la hija de Regina, su padre adoptó una expresión furibunda que aparecía cuando algo le molestaba; luego hizo un comentario sobre los hijos fuera del matrimonio y, encima de eso, los que eran de color, por lo que Elodie decidió callarse y, cada vez que Cece iba, la escondía como si fuera su secreto.

Claro que la señora Tipton —su antigua institutriz y nueva ama de llaves— estaba al tanto de ello y no le había gustado, e incluso había amenazado con contarle todo a su madre, pero esta también amenazó —para sorpresa de la señora Tipton y de la propia Elodie, que no creía que pudiera extorsionar a alguien— con contar algo que sabía de ella. Lo cierto era que la señora Tipton tenía un romance a escondidas con Irwin, el mayordomo de los Highsmith, y sus patrones no les tenían permitido a los del servicio relacionarse de ese modo, a menos que fueran formal y hubiera matrimonio de por medio, pero estaba claro que lo que ocurría entre la señora Tipton y Irwin no era serio por aquel entonces. Aunque todo cambió diez años después, cuando Irwin finalmente decidió proponerle matrimonio y, entonces, ella le comunicó a la madre de Elodie todo lo que esta hacía, aunque había cosas que no sabía, puesto que Elodie, por ser mayor de edad, ya no pedía permiso, y a sus padres no parecía importarles mucho su vida de todos modos, ya que siempre estaban ocupados con sus cosas, pero esta vez escucharon todo lo que la señora Tipton les había contado y no les había gustado para nada, y no solo acerca de la amistad que mantenía con Cece, sino también sobre todos los lugares a los que iban, como los antros de Harlem que frecuentaban o el teatro Apollo, que no solo era para negros, sino que, además, estaba gestionado por judíos.

Claro que esa no era la única razón por la que habían decidido enviarla a Connecticut, mucho tenía que ver la personalidad de Elodie, que era diferente a su hermana mayor, Tallulah, quien no solo había acatado todas las órdenes que sus padres le habían impuesto, sino que también parecía cómoda con el estilo de vida que estos habían escogido para ella: había forjado amistad con personas de su misma clase (blancas y adineradas), se había casado con un Vanderbilt, y era una buena y dedicada esposa, en tanto que Elodie no solo no se relacionaba con gente de su misma posición social, sino que tampoco hacía nada de lo que ellos esperaban que hiciera.

Desde pequeña había mostrado un gran interés por las artes, en especial por las letras y el teatro, a tal punto que a los quince había comenzado a hablar de universidades, algo que los Highsmith no aprobaban. Ellos creían que la educación era solo para los hombres, que las mujeres debían casarse, tener hijos y representar un modelo ante la sociedad, por lo que cuando Elodie había mencionado Columbia, Yale y Vassar como posibles universidades a las que asistir, sus padres la habían hecho callar y le habían dicho que borrara esa idea extraña de su cabeza. Y cuando le habían asignado el muchacho con el que debía casarse —Clifford Whitmore, descendiente de una familia acaudalada— y ella no solo no había mostrado interés en él, sino que había rechazado su propuesta de matrimonio (sin haber tenido una cita antes siquiera), sus padres se habían dado cuenta de que era una muchacha indomable y debían hacer algo al respecto, por lo que decidieron expulsarla de la familia, de manera momentánea, de todos modos, por ello la enviaban a Connecticut, a que viviera sola en la casa de una tía que había muerto, en donde esperaban que recapacitara sobre las ideas absurdas que tenía, y que solo si ponía su cabeza en perspectiva y decidía romper su relación con Cece, se olvidaba por completo de todo lo relacionado a la educación y aceptaba la propuesta de matrimon

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos