Maniáticamente enamorada

Vega Fountain

Fragmento

maniaticamente_enamorada-1

Capítulo 1

Como todos los días

Como todos los días, Nuria iba a trabajar al centro comercial. Ella trabajaba en una boutique muy exclusiva tras varios años haciéndolo en otra tienda situada en el centro de la ciudad. Los dos locales pertenecían a los mismos dueños, contaban con el mismo tipo de ropa, pero ni la ubicación, ni la decoración ni el público que acudía a estos era el mismo. Cuando sus jefes le propusieron que sería ella, siempre y cuando quisiera, por supuesto, la encargada de la nueva tienda, no le gustó nada la idea. El ascenso estaba bien, pero los cambios no le gustaban en absoluto. Era reticente a todo lo nuevo, lo desconocido; los cambios porque sí, no los encajaba bien. Además pensaba que el abrir un nuevo local en un centro comercial mermaba la imagen sofisticada que tenía el establecimiento y la marca del centro de la ciudad. Ella consideraba que los centros comerciales eran para personas de un rango de edad que variaba desde los recién nacidos hasta los cuarenta años aproximadamente, y que lo que su tienda ofertaba no encajaba allí para nada. Un centro comercial era un lugar enorme en el que los adolescentes se pasaban horas y horas seguidos por sus abnegadas madres para al final considerar que nada de lo que allí existía les gustaba o les sentaba bien, todo eso tras recorrer las numerosas tiendas e incluso repetir en alguna de estas. El producto que ofertaba la boutique donde trabajaba era elitista, porque esa era la realidad. No estaba al alcance de cualquiera. Los diseños eran casi exclusivos, y el precio, prohibitivo para según qué bolsillos; sin embargo, y para sorpresa de Nuria, tenía su público.

Ella se equivocó, porque desde que había abierto la boutique allí meses atrás, las ventas eran buenas. Daban un servicio para personas de más edad y con una relación calidad-precio muy buena.

La tienda era moderna, escaparate a ambos lados de la puerta de cristal. Soportes para las perchas a cada lado de la tienda, estanterías para las prendas de punto y camisetas más informales, y en el centro, el mostrador con el ordenador, tras él un murete hecho de ladrillos de cristal que dejaba pasar la luz, pero que impedía que se viera con nitidez lo que ocurría detrás; además, no llegaba al techo, creando una sensación de amplitud. Este murete servía como separación para la zona de probadores, tres para ser exactos, y otra puerta que era un pequeño almacén para guardar el stock de lo que era la tienda en sí. Grandes focos en el techo y un espejo enorme en la parte de atrás del murete para que las clientas pudieran verse mejor fuera del cubículo del vestuario. El suelo era de parqué de madera de color muy claro que daba sensación de limpieza y amplitud. Había un espacio diáfano en el centro del local, aunque a veces, para alguna promoción, se ponía una pequeña mesa o un potro con ciertas prendas a precios muy apetecibles.

Nuria llevaba desde su apertura trabajando allí, al principio le costó acostumbrarse a los turnos. Ella dedicaba prácticamente su vida a trabajar cuando lo hacía en la tienda del centro, turno partido, unas horas por la mañana y unas horas por la tarde. Ahora era diferente, o de mañana o de tarde, así disponía de una parte del día para hacer otras cosas, en ese aspecto había mejorado bastante. Su gran pasión era el diseño de moda; cuando terminó sus estudios de Diseño, comenzó a trabajar en la boutique con la esperanza de obtener conocimientos adicionales. Y fue un poco decepcionante para ella, pero el mundo de la moda le gustaba tanto que hacía su trabajo con entusiasmo. Desde hacía años le rondaba en la cabeza montar algo por su cuenta, ser ella su propia jefa y que sus diseños los llevaran personas que confiaban en su buen hacer. Se centraba ante todo en diseños femeninos, más concretamente en trajes de novia, aunque también se atrevía con otras prendas. Era una soñadora y una entusiasta de todo lo que tuviera que ver con ese día tan importante. Incluso tenía la vista puesta más allá, en algo mucho más a largo plazo, y era tener su propia empresa de organización de eventos. Encargarse en persona de todo, desde el vestido de la novia, las flores, el peinado, maquillaje, fotógrafo, coche, lugar del enlace, restaurante, invitaciones, regalos, anillos, viaje de novios... todo era absolutamente todo. No entendía cómo los futuros cónyuges se agobiaban por esto, para ella sería maravilloso sumergirse en los preparativos. Todos esos castillos en el aire tendrían que esperar hasta que consiguiera el dinero suficiente para empezar por algo sencillo al principio e ir ampliando, poco a poco, si la cosa iba bien. Sabía que no era fácil, pero estaba convencida de que lo lograría antes o después. Tenía todo planeado en su cabeza al milímetro. Sabía el tipo de local que quería, en qué zona de la ciudad, quiénes serían sus colaboradores... lo tenía todo más que pensado. Y es que además de maniática era milimetrada, para ella la rutina y la disciplina era lo mejor que le podía pasar. Era muy metódica, y cuando algo se salía de lo planeado, se enfadaba porque no le gustaban, en absoluto, los cambios inesperados ni de última hora.

A media mañana, tras haber colocado la tienda mientras daba conversación a la mujer que iba a limpiar a diario, comprobado que la caja estaba en orden y revisado algún pedido pendiente, salió de la tienda accionando el mando que bajaba la verja, era una rutina que solía hacer todos los días a eso de las doce menos cuarto, llegaba hasta una cafetería que tenía el centro comercial, allí dejaba a la camarera o al camarero de turno su taza y ellos, con amabilidad, se lo llenaban de café con leche o de agua para hacerse una infusión, dependiendo del día. Llevaba su propia taza por comodidad, por no contaminar con un envase de cartón y, tercero y último, porque era un poco maniática con la higiene. Pensaba en cuántas personas más habrían bebido del mismo recipiente que el camarero usaría para ella y no le gustaba esa sensación, era obvio que se lavaban, pero si lo podía evitar, mucho mejor. Por eso había decidido tener su propia taza, raras veces había bebido de una que le hubieran puesto en la cafetería, y si eso había ocurrido, solo de pensarlo le entraba una desazón en el estómago que hacía que no probara bocado el resto del día. Tras cinco minutos cronometrados, volvía a la tienda con su tazón lleno, se tomaría su tentempié tranquilamente, ninguna novedad. Siempre colocaba un cartelito, diciendo «AHORA VUELVO», más que nada por si algún cliente quería entrar, y si no leía aquello pensaba que la tienda estaba cerrada. Por las mañanas, a partir de las doce y media era cuando empezaba un poco el movimiento, sobre todo entresemana, los fines de semana eran otro cantar; desde primera hora se veía a gente, incluso a veces no habían abierto y ya estaban esperando para entrar en según qué tiendas. En la de Nuria eso no solía pasar, no había aglomeraciones, la atención era exclusiva y personalizada, como tenía que ser. No concebía otra forma, o las cosas se hacían bien o no se hacían. Se tomó su café y se puso a cambiar el escaparate, lo hacía a menudo, para mostrar lo nuevo que había llegado y captar el interés de los viandantes y, sobre todo, para impulsar las ventas. Tenía carta blanca en ese aspecto. No tenía problema para hacer y deshacer.

—Buenos días, Nuria —dijo Raúl, el dependiente de la tienda de al lado.

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