Presa del placer (Psi/Cambiantes 5)

Nalini Singh

Fragmento

1

Al final, la retirada fue muy simple. Al francotirador le habían dado las coordenadas precisas que recorrería el coche a lo largo de la tranquila carretera rural, sabía exactamente cuántas personas había en el interior y dónde estaba sentado el niño. De acuerdo con la información de la que disponía, el niño tenía los ojos vendados, pero al francotirador seguía sin agradarle hacer aquello con un inocente dentro del vehículo.

No obstante, si continuaba en manos de sus captores, aquel niño se convertiría en el instrumento involuntario de la peor clase de maldad. Y luego moriría. El francotirador no mataba a la ligera, pero para mantener al niño sano y salvo haría cosas mucho peores.

—Adelante —dijo el francotirador al aire. El sonido fue recogido por su auricular y transmitido a los que estaban a nivel del suelo.

Un camión que circulaba a poca velocidad dio de improviso un volantazo en el carril contrario, y con fluida experiencia chocó contra un lateral del coche objetivo y lo sacó de la carretera, pero sin apenas causar daños a los ocupantes; no podían permitirse hacer daño al niño. Más aún, se negaban a hacer daño al niño. Pero el niño no fue lo que el francotirador encontró en su mira en cuanto el coche se detuvo.

Un único disparo certero y el parabrisas se hizo añicos.

El conductor y su pasajero adulto murieron dos segundos después, con un agujero de bala limpio en el centro de la frente de cada uno. Las balas estaban diseñadas para no abrir una trayectoria de salida, minimizando por tanto el peligro para los pasajeros del asiento posterior.

Al cabo de un instante, las puertas de atrás se abrieron y salieron dos hombres, uno de ellos miró directamente hacia la ubicación del francotirador, en las frondosas ramas de un alto y viejo pino. El francotirador sintió una fuerza contundente que le rozó la mente, pero el guardia había lanzado su golpe telepático demasiado tarde. Un proyectil se alojó en la garganta del varón psi con fatal precisión mientras este enfocaba su energía. El cuarto hombre cayó con una silenciosa herida de bala en el pecho después de no lograr encontrar al compañero del francotirador.

El francotirador, rifle en mano, ya se había puesto en movimiento cuando el último cuerpo caía al suelo. No dejó tras de sí huellas que delataran su identidad, y cuando llegó al coche, tampoco tocó nada.

—¿Han lanzado una alerta psíquica? —preguntó al observador invisible.

—Es probable. La carretera sigue despejada, pero tenemos que actuar con rapidez; los refuerzos estarán aquí en cuestión de minutos si el Consejo tiene a mano a algún psi-tq con capacidad de teletransportarse.

El francotirador echó un vistazo por las puertas abiertas y vio al único pasajero que quedaba. Un niño pequeño, de apenas cuatro años y medio de edad. No solo tenía los ojos vendados, sino que le habían tapado los oídos y atado las manos a la espalda. Le habían sometido a una privación sensorial casi absoluta.

El francotirador gruñó y se convirtió de nuevo en un hombre llamado Dorian. Su frío control se esfumó para dejar al descubierto la naturaleza profundamente protectora de su bestia interior. Si bien había nacido carente de la capacidad de adoptar forma animal propia de los cambiantes, llevaba un leopardo dentro de él. Y ese leopardo estaba furioso por el cruel trato al que habían sometido a aquel niño indefenso. Se asomó al interior del coche y tomó el cuerpecito rígido y asustado en sus brazos, con más ternura de la que nadie habría podido imaginar.

—Lo tengo.

Otro vehículo apareció de la nada. Se trataba de uno elegante, plateado, muy diferente al camión del accidente, ya abandonado, aunque el conductor era el mismo hombre.

—Vamos —dijo Clay, con sus ojos verdes carentes de expresión.

Subiéndose al asiento de atrás, Dorian se arrancó la máscara de la cara y dejó el arma antes de cortar las ligaduras del niño con la navaja de bolsillo que siempre llevaba encima. Se le mancharon los dedos de sangre y retrocedió tan rápido que se hizo un pequeño corte en la palma de la mano. Pero cuando miró más de cerca se dio cuenta de que no había cortado sin querer al niño, sino que el pequeño debía de haberse pasado horas forcejeando con las ataduras y tenía las muñecas en carne viva.

Conteniendo una maldición, Dorian se guardó la navaja en los vaqueros, le quitó los tapones de los oídos primero y, acto seguido, la venda que le impedía ver. Unos asustados ojos de un inesperado gris azulado, en un rostro cuya piel tenía el color del oro viejo, un marrón oscuro que casi resplandecía, se clavaron en los suyos.

—Keenan.

El niño no dijo nada, su rostro mostraba una expresión anormalmente serena. Tan joven y ya había emprendido el camino hacia el Silencio, había empezado a aprender a suprimir sus emociones y a convertirse en un buen robot psi. Pero dejando a un lado su fachada sosegada, era demasiado joven para ocultar el escalofriante temor que le inspiraba el cambiante que le miraba, y aquello ofendía a Dorian. Los niños no debían estar atados ni ser utilizados como peones. No era una lucha justa.

El coche se detuvo. La puerta del acompañante del conductor se abrió y Judd entró, con el arma colgada a la espalda.

—Tenemos que hacerlo ya o le localizarán a través de la PsiNet. —Los ojos de Judd eran de un frío tono marrón cuando se quitó la máscara que llevaba, pero sus manos tocaron con cuidado el rostro del niño—. Keenan, tenemos que cortar el vínculo con la Red.

El niño se puso tenso y se arrimó a Dorian.
—No.

Dorian rodeó su frágil cuerpecito con un brazo.
—Sé valiente. Tu mamá quiere que estés a salvo.

Aquellos impresionantes ojos se alzaron hacia él.
—¿Me matarás?

Dorian miró a Judd.
—¿Va a dolerle?

El teniente de los SnowDancer asintió de manera concisa. Dorian agarró la mano de Keenan y la sangre del niño se mezcló con la suya debido a la herida abierta en su palma.

—Te dolerá un huevo, pero luego parará.

Keenan abrió los ojos como platos ante aquella vulgaridad, tal y como Dorian había pretendido que hiciera. Judd aprovechó aquel momento de distracción para cerrar los ojos. Dorian sabía que el teniente de los lobos cortaría el enlace de Keenan con la PsiNet, la red psíquica que conectaba a todos los psi del planeta a excepción de los renegados. Apenas unos segundos más tarde, el niño gritó, el sonido de un sufrimiento tan brutal que Dorian tuvo ganas de matar a Judd por ello. El grito cesó tan de golpe como había empezado y Keenan se desplomó en los brazos de Dorian, inconsciente.

—Por Dios —dijo Clay desde el asiento del conductor, incorporándose a una carretera muy transitada mientras hablaba—. ¿El niño está bien? Tally me matará si le hacemos un solo rasguño.

Dorian le retiró el cabello de la cara a Keenan. Él lo tenía lacio, mientras que el de su madre era rizado. La única vez que la había visto, a través de la mira de su rifle, ella lo llevaba recogido en una trenza para domarlo, pero sabía que era así.

—Respira.
—Bueno... —Judd hizo una pausa, unas líneas blancas le enmarcaban la boca—. Eso ha sido una sorpresa.

—¿El qué? —Dorian se quitó la chaqueta y cubrió a Keenan con su calor.

—Se suponía que tenía que empujarle a nuestra red familiar. —Se frotó la sien distraídamente, con la vista fija en Keenan—. Pero se ha ido... a otra parte. Como no está muerto supongo que está enlazad

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