Sabor a ti (Cuatro bodas 3)

Nora Roberts

Fragmento

Prólogo

Mientras el reloj avanzaba hacia el momento que marcaría el final de su último año de instituto, Laurel McBane tuvo que reconocer un hecho indiscutible.

No existía nada peor que el baile de graduación.

Desde hacía semanas, lo único de lo que todo el mundo quería hablar era de quién iba a pedirle a quién que le acompañara al baile, quién se lo había pedido a quién, y quién se lo había pedido a… otra, con lo que se habían provocado situaciones de crisis e histeria.

En su opinión, durante el trimestre del baile de graduación las chicas habían sufrido entre la agonía del suspense y el tener que esperar pasivamente. Los pasillos, las aulas y el patio habían sido un hervidero de emociones, desde la alocada euforia (porque un chico las había invitado a ese baile tan sobredimensionado) hasta las lágrimas más amargas (porque un chico no se lo había pedido).

Todo el ciclo completo giraba alrededor de «un chico», lo que a ella le parecía tan estúpido como desmoralizador.

Y después la histeria había continuado, e incluso se acrecentó, con la elección del vestido y los zapatos, debatir hasta la extenuación si llevar un recogido alto o bajo, la limusina, las fiestas particulares que seguirían al baile, las suites de hotel (sexo, ¿sí?, ¿no?, ¿quizá?)…

Habría pasado de todo aquello si sus amigas, sobre todo Parker «Con-derecho-de-paso» Brown, no se lo hubieran impedido.

Su cuenta de ahorros, todos esos dólares y centavos ganados con esfuerzo e incontables horas sirviendo mesas, se había quedado temblando cada vez que retiraba dinero: para un vestido que no volvería a ponerse jamás en la vida, para un par de zapatos, el bolso y todo lo demás.

De eso también tenía que culpar a sus amigas. Parker, Emmaline y Mackensie la habían empujado a ir de compras con ellas, y acabó gastando más de lo debido.

La idea de que sus padres le pagaran el vestido, como amablemente le había insinuado Emma, había sido descartada por Laurel. Su decisión quizá fuera producto del orgullo; en casa de los McBane el dinero era un tema espinoso desde la debacle de las arriesgadas inversiones que había hecho su padre y la inspección de Hacienda.

De ningún modo les habría pedido nada a sus padres. Ella ganaba su propio dinero, y llevaba haciéndolo desde hacía varios años.

Se dijo que ya no tenía importancia. A pesar de las horas que trabajaba en el restaurante al salir de clase y durante los fines de semana, no había conseguido ahorrar ni de lejos lo suficiente para matricularse en el Instituto Culinario y costearse su estancia en Nueva York. Lo que se había gastado para aparecer deslumbrante una única noche no iba a cambiar ese hecho y… ¡qué diablos!, ahora estaba guapísima.

Laurel se puso los pendientes mientras en el otro extremo de la habitación de Parker, donde se habían reunido todas, Emma y la propia Parker experimentaban con el pelo de Mac que, siguiendo un impulso, se lo había cortado a tijeretazos y parecía César cruzando el Rubicón, en opinión de Laurel. Intentaban arreglar lo que quedaba del pelo rojo fuego de Mac con horquillas, purpurina para dar brillo y unos pasadores con brillantitos, mientras las tres hablaban sin parar y en el reproductor de cedés sonaba de fondo Aerosmith.

Le gustaba escucharlas así, cuando ella estaba algo apartada. Tal vez porque, en ese momento, se sentía un poco aparte. Habían sido amigas toda la vida pero, con o sin ese rito de iniciación del baile, las cosas iban a cambiar. En otoño Parker y Emma se irían a la universidad. Mac se pondría a trabajar y, en su tiempo libre, haría cursillos de fotografía.

En cuanto a ella, al no cumplirse su sueño de ir al Instituto Culinario por culpa de los problemas económicos y la última gran desavenencia entre sus padres, tomaría algunos cursos en una escuela universitaria. De administración y empresa, suponía. Tenía que ser práctica. Realista.

Ahora no le apetecía pensar en eso. Valía más disfrutar del momento y de ese ritual que Parker, con su estilo parkeriano, había organizado.

Aunque Parker y Emma iban al baile de graduación de su academia privada, y Mac y ella al de su instituto público, disfrutarían juntas de unas horas: las de vestirse y maquillarse. En el piso de abajo las esperaban los padres de Parker y de Emma para sacarles un montón de fotos, exclamar «¡Mirad a nuestras niñas!», abrazarlas y soltar quizá alguna que otra lagrimita.

La madre de Mac era demasiado ególatra para interesarse por el baile de graduación de su hija y, teniendo en cuenta cómo era y actuaba Linda, tal vez fuera lo mejor. En cuanto a sus propios padres… Bueno, estaban demasiado inmersos en su vida, en sus problemas, para que les importara dónde estaba o qué iba a hacer su hija esa noche.

Ya se había acostumbrado. Incluso lo prefería.

—Tan solo la purpurina en plan hada —decidió Mac, ladeando la cabeza para juzgar el efecto—. Parezco Campanilla en versión guay.

—Tienes razón —afirmó Parker. Su brillante melena castaña, lisa como la seda, le caía por la espalda—. Pareces una niñita desamparada, pero con estilo. ¿Qué te parece, Em?

—Creo que hay que realzarle los ojos, darles un toque teatral —dijo Emma, entrecerrando sus ojos oscuros y soñadores—. De esto me encargo yo.

—Tú misma —accedió Mac encogiéndose de hombros—. Pero no estés mucho rato, ¿vale? Todavía tengo que prepararlo todo para nuestra foto de grupo.

—Vamos bien de tiempo. —Parker consultó su reloj de pulsera—. Nos quedan treinta minutos antes de… —Se volvió y vio a Laurel—. ¡Eh, estás fabulosa!

—¡Oh, sí que lo estás! —Emma juntó las manos entusiasmada—. Lo sabía, sabía que ese era el vestido. El rosa satinado hace que tus ojos parezcan más azules.

—Si tú lo dices…

—Te falta una cosa. —Parker corrió hacia el tocador y abrió un cajoncito de su joyero—. Este pasador para el pelo.

Laurel, una chica esbelta vestida de rosa satinado y peinada con unos largos rizos dorados como el sol por insistencia de Emma, se encogió de hombros.

—Como quieras…

—Anímate —le ordenó Parker mientras estudiaba, sosteniéndolo sobre el pelo de Laurel, cómo le quedaría el pasador—. Te divertirás.

«¡Por favor, contrólate, Laurel!»

—Ya lo sé. Lo siento. Sería más divertido si las cuatro fuéramos al mismo baile, ¡sobre todo porque estamos impresionantes!

—Sí, sería fantástico. —Parker decidió apartarle unos bucles de las sienes y recogérselos hacia atrás—. Pero nos veremos después y nos montaremos nuestra fiesta particular. Cuando salgamos del baile, nos venimos a casa y nos lo contamos todo. Ya está, mírate.

Hizo dar la vuelta a Laurel para que pudiera verse en el espejo, y las dos chicas contemplaron su propio reflejo y luego el de su amiga.

—Estoy fabulosa —dijo Laurel, y su comenta

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