Marcada a fuego (Psi/Cambiantes 6)

Nalini Singh

Fragmento

1

Mercy apartó una rama de una patada y la fulminó con la mirada.
—Estúpida rama.

No estaba cabreada con la indefensa rama, desde luego; tan solo había tenido la mala suerte de encontrarse en su camino cuando, con los hombros encorvados, escapó del Círculo del Clan y de la continua algarabía de la ceremonia de emparejamiento de Dorian.

Resultaba nauseabundo ver hasta qué punto su mejor amigo estaba enamorado de su compañera. De hecho, los demás centinelas también empezaban a producirle náuseas.

—Clay echando miraditas amorosas a Tally, y no quiero ni hablar de Luc y Sascha. —Y los peores eran Nate y Tamsyn. ¿Cómo se atrevían a seguir locamente enamorados después de tantos años?—. Debería estar penado por la ley —farfulló.

Y no quería acordarse siquiera de Vaughn y Faith. En vez de eso, salió a correr.

Una hora después, habiéndose adentrado tanto en el boscoso territorio del clan que no se oía nada más allá de los cautos susurros de las criaturas nocturnas que se movían en la oscuridad, se sentó en el tronco de un árbol caído y exhaló. Lo cierto era que no estaba cabreada ni con los centinelas ni con sus compañeras. Joder, se alegraba tanto por ellos que le dolía. Pero también estaba celosa. Todos estaban ya emparejados. Todos excepto ella.

—Ya está —masculló—. Lo reconozco. Soy una celosa.

No era nada malo ser una hembra dominante en la sociedad de los cambiantes. Las mujeres alfa eran tan comunes como los hombres. Pero ser una dominante en un clan de leopardos en el que ningún macho dominante le atraía sexualmente sí que era malo. Y ser una dominante en un territorio controlado por leopardos y lobos, en el que solo el hombre equivocado la ponía a cien, era mucho más que malo.

No estaba limitada a su territorio, Dorian la había estado animando a que saliera del estado para ver si encontraba a alguien en los otros clanes, pero no tenía fuerzas para abandonar a los DarkRiver estando la cosa tan inestable. Claro que las aguas se habían calmado un poco desde el intento de secuestro fallido de la compañera de Dorian, Ashaya, pero era una calma tensa. Todo el mundo estaba esperando el próximo altercado, pese a que nadie sabía si provendría del Consejo de los Psi, que se mantenía misteriosamente en silencio, o de la nueva y violenta Alianza Humana.

Lo que estaba muy claro era que lo habría.

Como centinela de los DarkRiver debería haber estado pensando en la estrategia de defensa y calculando posibles situaciones. En cambio, estaba enloquecida de necesidad, hasta tal punto que era incapaz de pensar en otra cosa que no fuera la fiebre que dominaba su cuerpo, el hambre que le atenazaba la garganta y el acuciante deseo que empapaba todas sus células, incluso su aliento. El contacto íntimo era tan necesario para su alma de depredador como lo era el bosque, que era su hogar. Pero las cosas tal vez no hubieran empeorado tanto si no hubiera tenido que sobrellevar el impacto de una conversación que había mantenido con la sanadora del clan, Tamsyn, unos días antes.

—Hay una posibilidad muy real de que nunca llegue a emparejarme —dijo Mercy.

—Eso no lo sabes —comenzó Tammy frunciendo el ceño—. Tal vez conozcas...

—No es eso. Puede que no sea capaz de estar con nadie. Ya sabes que esas cosas pasan.

Tammy asintió de mala gana.
—Las probabilidades son mayores con las hembras que con los machos dominantes. Es la incapacidad de entregarse... de ceder. Ni siquiera ante tu compañero.

Y aquel era el puñetero problema, pensó Mercy. Tal vez deseara un compañero con todo su ser, pero si este aparecía y era el compañero fuerte e indómito que sabía que necesitaba, podría negarse a aceptarle al nivel necesario para forjar un verdadero vínculo de pareja. Sin duda, el impulso de emparejarse seguramente la obligaría a aceptarle como amante, quizá como algo más... pero si el leopardo que moraba en su interior no aceptaba de verdad el derecho del macho sobre ella, era muy posible que ella pasara meses dando vueltas y solo regresara con él cuando ya no pudiera luchar más contra la necesidad.

Era una especie de tortura reservada a aquellas hembras de leopardo que se asfixiaban ante la mera idea de darle a un hombre cualquier tipo de control sobre ellas. Y estaba claro que, a menos que su compañero resultara ser un sumiso —y ella jamás se sentiría atraída por alguien así, de modo que ni siquiera se lo planteaba—, él iba a intentar dominarla.

—No necesito un compañero —farfulló alzando la vista hacia el brillante sol del mediodía otoñal—. Pero ¿es que no puedes enviarme a un hombre simpático y sexy con el que bailar? ¿Por favor? —Hacía casi ocho meses que no tenía un amante, y eso estaba empezando a perjudicarle a todos los niveles—. Ni siquiera tiene que ser listo, solo bueno en la cama.

Lo bastante bueno como para mitigar la tensión de su cuerpo, para permitirle funcionar de nuevo.

Porque para un felino como ella el sexo no solo era una cuestión de placer; se trataba de afecto, de confianza, de todo lo que era bueno.

—Aunque en este preciso momento me conformo con sexo caliente sin más.

Fue entonces cuando Riley salió de entre las sombras. —¿Te pica algo, gatita?

Mercy se puso en pie de golpe y entrecerró los ojos a sabiendas de que él tenía que haberse mantenido en la dirección del viento a propósito para acercarse con sigilo.

—¿Me estás espiando?
—¿Cuando estás hablando en voz tan alta como para despertar a los muertos?

Mercy habría jurado que podía sentir que le salía humo por las orejas. Todo el mundo creía que Riley era un hombre callado, práctico y con los pies en la tierra. Solo ella sabía que tenía un lado mezquino que disfrutaba haciéndola rabiar todo lo posible.

—¿Qué quieres? —gruñó desde el corazón del leopardo y la mujer por igual.

—Me han invitado a la ceremonia de emparejamiento de Dorian. —Esbozó una sonrisa pausada que incitaba a Mercy a replicar—. Es imposible no darse cuenta de lo caliente que estás. Y no me refiero a tu pelo.

Sus ojos se recrearon en los largos mechones rojos que le llegaban a los pechos.

Mercy no sentía vergüenza con facilidad, pero en esos momentos tenía las mejillas encendidas. Porque si Riley sabía que estaba en celo —¡como una jodida gata salvaje!— también lo sabía el resto de su propio clan.

—¿Y qué? ¿Me has seguido con la esperanza de que rebaje mis exigencias y me acueste con un «lobo»? —Se aseguró de que la palabra «lobo» sonara tan apetecible como la palabra «reptil».

Riley apretó los dientes; la barba incipiente que le cubría la mandíbula era de un tono más oscuro que el intenso color castaño de su cabello.

—¿Quieres clavarme las garras, gatita? Pues adelante.

Mercy crispó las manos. Ella no era tan arpía. Pero, joder, Riley siempre conseguía hacerla saltar.

—Lo siento, no apaleo a cachorritos indefensos.

Riley se echó a reír. Se carcajeó, en realidad. Y ella le bufó.

—¿Qué te hace tanta gracia?
—Los dos sabemos quién es aquí el dominante... y no eres tú.

Aquello fue la gota que colmó el vaso. Era una centinela. ¿Qué más daba que él llevara más tiempo siendo teniente? Eso no cambiaba el hecho de que ella ocupara el mismo puesto en los DarkRiver que él en los SnowDancer. El lobo había cruzado una línea muy definida... Y dado que no podía tener sexo, se conformaría con la violencia.

Se abalanz

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